Si se despierta y me ve así flotando boca abajo, igual se asusta.
Solo oigo el zumbido grave de la cascada, y de minúsculas piedras al chocar.
El sonido del mundo amortiguado por todas partes, perdiéndose en el camino hasta quedarse en este ruido grave y constante. Esto debe ser muy parecido a lo que siente un feto en la placenta de su madre.
En este momento, me doy cuenta de que esta sensación es única, que pertenece a este lugar al margen del tiempo… porque siempre que he hundido la cabeza en el agua, la he sentido igualmente. Solo era yo el que cambiaba.
Me pregunto si esta sensación no es un nexo, un punto común entre todos los momentos de mi vida que he estado aquí con la cabeza hundida en el agua y los ojos cerrados. Me gusta meter la cabeza y dejarme llevar por este aislamiento. Tal vez, incluso si sacara la cabeza, podría encontrarme al azar en cualquiera de estas noches que he venido desde que descubrí este lugar y decidí hacerlo mío. Con lo que todo lo que yo creyera que ha ocurrido desde el momento en que saque la cabeza hasta hoy, no sería más que un sueño momentáneo de dos años como mucho mecido por el placer, el clima de raíces y de barro en la penumbra.
Quizá vea a P, alucinando con una escultura de barro con la que nos topamos de bruces cuando amainó el vapor, y yo me puse a gritar con él del susto y de la alegría, de aquella felicidad de aquella noche que por casualidad empezamos y por casualidad terminamos tirados en el barro boca arriba como dos muñecos de papel, hablando de las estrellas que desaparecían una a una y de esas cosas de las que se habla cuando la ciudad queda tan lejos; o a T… mirándome, esperando que la tome o la redima o qué se yo, sin saber que no lo haré porque puedo ser mil veces más cruel… o porque lo se, porque en el sueño no lo hice, porque lo he aprendido así, y aunque fuese mi imaginación, de algún modo despierto ahora más curtido, menos inocente, quizá algo más malo, más miserable tal vez pero más libre también, irremisiblemente libre para romper espirales de fresca perversión, que si bien se ofrecieron con cierto encanto, me están haciendo daño. Quizá bailemos a rastras otra vez mirándonos muy cerca sin tocarnos como bailan los leones antes de atacar o de abandonar para siempre.
Aunque quizá no haya aprendido nada y aunque toda esta vida que he imaginado me haya enseñado tanto, puede que en pocos segundos no sea muy distinta de los sueños que por las mañanas se me escurren entre los dedos como un puñado de arena.
Quizá vuelva a dudar…
Estos dos no son el primer ni el último momento… pero son los que me vienen a la mente porque probablemente podrían representar el tiempo completo. El tiempo que visto así podría no ser más que es la distancia entre felicidades. Por eso nuestra percepción varía tanto aunque los relojes sigan marcando su pequeño e imponente tic tac.
Se me acaba el aire.
Si todo fuese así, como el gato de Schrödinger que estaba muerto y vivo a la vez dentro de una caja, en este momento, yo, flotando boca abajo en las mismas aguas, no este viviendo en ninguno de esos días en concreto sino en todos a la vez, en un estado de semiatemporalidad, cuyo equilibrio rompería al sacar la cabeza del agua y obligar al sistema a decidirse por una de las noches en que hundí mi cara y mis oídos de este modo. Quizá bajo el agua está la máquina del tiempo, quizá incluso salga y no reconozca nada porque esté en el futuro y lo que pase será que todo se me ha olvidado.
Hace una semana que vi El maquinista... y yo también empiezo a parecerme a un personaje de Dostoievskii.
Me pregunto de verdad quién habrá ahí fuera.
Me decido. Saco la cabeza deprisa, como si me la sacara una mano invisible. …a veces soy así de teatrero… Ruido blanco de cascada que ahora me llega a través del aire frío, penumbra lunar y vapor, principios de febrero del dos mil cinco
-¿pero qué coño haces?-
Conseguí explicar todo esto en pocas frases, pero ya no las recuerdo.
Solo oigo el zumbido grave de la cascada, y de minúsculas piedras al chocar.
El sonido del mundo amortiguado por todas partes, perdiéndose en el camino hasta quedarse en este ruido grave y constante. Esto debe ser muy parecido a lo que siente un feto en la placenta de su madre.
En este momento, me doy cuenta de que esta sensación es única, que pertenece a este lugar al margen del tiempo… porque siempre que he hundido la cabeza en el agua, la he sentido igualmente. Solo era yo el que cambiaba.
Me pregunto si esta sensación no es un nexo, un punto común entre todos los momentos de mi vida que he estado aquí con la cabeza hundida en el agua y los ojos cerrados. Me gusta meter la cabeza y dejarme llevar por este aislamiento. Tal vez, incluso si sacara la cabeza, podría encontrarme al azar en cualquiera de estas noches que he venido desde que descubrí este lugar y decidí hacerlo mío. Con lo que todo lo que yo creyera que ha ocurrido desde el momento en que saque la cabeza hasta hoy, no sería más que un sueño momentáneo de dos años como mucho mecido por el placer, el clima de raíces y de barro en la penumbra.
Quizá vea a P, alucinando con una escultura de barro con la que nos topamos de bruces cuando amainó el vapor, y yo me puse a gritar con él del susto y de la alegría, de aquella felicidad de aquella noche que por casualidad empezamos y por casualidad terminamos tirados en el barro boca arriba como dos muñecos de papel, hablando de las estrellas que desaparecían una a una y de esas cosas de las que se habla cuando la ciudad queda tan lejos; o a T… mirándome, esperando que la tome o la redima o qué se yo, sin saber que no lo haré porque puedo ser mil veces más cruel… o porque lo se, porque en el sueño no lo hice, porque lo he aprendido así, y aunque fuese mi imaginación, de algún modo despierto ahora más curtido, menos inocente, quizá algo más malo, más miserable tal vez pero más libre también, irremisiblemente libre para romper espirales de fresca perversión, que si bien se ofrecieron con cierto encanto, me están haciendo daño. Quizá bailemos a rastras otra vez mirándonos muy cerca sin tocarnos como bailan los leones antes de atacar o de abandonar para siempre.
Aunque quizá no haya aprendido nada y aunque toda esta vida que he imaginado me haya enseñado tanto, puede que en pocos segundos no sea muy distinta de los sueños que por las mañanas se me escurren entre los dedos como un puñado de arena.
Quizá vuelva a dudar…
Estos dos no son el primer ni el último momento… pero son los que me vienen a la mente porque probablemente podrían representar el tiempo completo. El tiempo que visto así podría no ser más que es la distancia entre felicidades. Por eso nuestra percepción varía tanto aunque los relojes sigan marcando su pequeño e imponente tic tac.
Se me acaba el aire.
Si todo fuese así, como el gato de Schrödinger que estaba muerto y vivo a la vez dentro de una caja, en este momento, yo, flotando boca abajo en las mismas aguas, no este viviendo en ninguno de esos días en concreto sino en todos a la vez, en un estado de semiatemporalidad, cuyo equilibrio rompería al sacar la cabeza del agua y obligar al sistema a decidirse por una de las noches en que hundí mi cara y mis oídos de este modo. Quizá bajo el agua está la máquina del tiempo, quizá incluso salga y no reconozca nada porque esté en el futuro y lo que pase será que todo se me ha olvidado.
Hace una semana que vi El maquinista... y yo también empiezo a parecerme a un personaje de Dostoievskii.
Me pregunto de verdad quién habrá ahí fuera.
Me decido. Saco la cabeza deprisa, como si me la sacara una mano invisible. …a veces soy así de teatrero… Ruido blanco de cascada que ahora me llega a través del aire frío, penumbra lunar y vapor, principios de febrero del dos mil cinco
-¿pero qué coño haces?-
Conseguí explicar todo esto en pocas frases, pero ya no las recuerdo.