El decorado es simple, simple como llegar a casa y encontrarse ese desorden de haber salido la noche anterior pensando que volvería, los mantelillos de cañas puestos aún en la contraventana, la cocina medio a poner medio a quitar, -según se mire-, y alguna ropa arrugada por las esquinas como se arruga la ropa desechada frente a un espejo… y ese otro desorden, mucho menos ocasional, de un lugar en el que si bien no se trabaja todo el tiempo, no por ellos las ideas dejan de bougir, de esos que empiezan sobre una mesa, se extienden por la pared y tímidamente por otros muebles y a veces hasta el suelo, según las épocas, como una marea contenida por el resto de la casa, un volcado de cosas siempre a punto de empezar o de acabarse, y los restos como de un cometa que dejan los pequeños proyectos que ya partieron… algunos todavía candentes, otros fríos que cuando los tocas te dejan la mano negra como el carbón… otros simplemente ceniza que si soplara se desharía (y quizá sea por eso que no sople aún).
Jadeante, cierra la puerta apoyándose en ella –desde dentro no hay otro modo- atraviesa la cocina. Baja tres escalones de una vez, y abriéndose paso entre la lámpara y el ventilador… abre la ventana de par en par: se siente entrar el frío mañanero, el chillido de algunas golondrinas y alguna taladradora lejana cuyo gorgoteo a estas horas de la mañana se hace amable como el de una cafetera. Luego, vuelve a la cocina, y por el camino, sin detenerse, se agacha y hunde el botón del ordenador, (un brillo semicircular que más que pulsarlo hay que hundirlo) y así sin detenerse, en un solo gesto, como una coreografía de quien conoce demasiado bien la casa, y quien la mañana le da una inexplicable energía… salta los tres escalones, se saca la camisa, y dándo una vuelta sobre si mismo la tira al sillón, rodea la mesa, saca media botella de hielo del congelador, la llena de agua, la agita…
Y bebe.
Bebe feliz el frío, que baja por dentro, acariciando y quemando a la vez, punzante placer que reduce por un instante la vida a ese choque térmico interior, el frío mañanero saludando la espalda desnuda, y las golondrinas chillando en la calle.
Un día por delante.
Más tranquilo, pero aún jadeante, se sienta en los tres escalones mientras el ordenador termina de arrancar. Bebe un poco más, pasea los ojos por la habitación, sonríe…
Toma la silla frente al pantalla… -pequeño despegue cotidiado de clics clics-
Normalmente prefiero imprimir para leer sobre papel. Pero la impaciencia me puede cuando las palabras fluyen de este modo, cuando la estructura me arrastra y el contenido tiene un tacto de animal desconocido que se me acerca en la calle. No, no puedo levantarme cuando siento fascinado como si pudiese ver un hilo coser y al mismo tiempo deshilvanarse la costura.
No hace ni una hora que comenzó el día y solo se le ocurre escribir con letras enormes:
You made my day.
(sin embargo, te pongo un escenario para tenerte aquí delante uno minutos, con lo que no se si me cobro o te pago por los servicios prestados…)
« Bonn jour, moi, je doivais bien étudier, mais, après tout, je prend cinq minutes pour profiter cet calme -Du calme, la Calme- et boire un café sur le toit. »
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