Con el agua por los tobillos, recalculo la posibilidad de adentrarme más... tanteo los espacios más pequeños entre las rocas cada vez más grandes y más resbaladizas. Miro atrás y me digo que ya es suficiente: me basta con darme cuenta de que es la primea vez en la vida que veo el balneario desde el mar.
Vuelvo a recostarme contra mi roca para leer un poco más, mientras de vez en cuando unas voces pasan, se acercan, unos pasos, se alejan... me divierte pensar que quizá no sean tan anónimos como creo.
Al rato empieza a costarme leer. Lamento que las puestas de sol con las montañas sean tan veloces... pero la ciudad se recorta como en un juego de tiras de papel en tonos planos de gris azulado sobre fondo de nubes naranja. Me da la impresión de mirar del día desde la noche.
He estado toda la tarde terriblemente inspirado pero no he vuelto a casa porque también he sabido que tan pronto como llegara, toda esa carrera de palabras que no son las precisas ni las justas, que no cuentan nada más preciso más que lo que cuenta un grifo abierto, la tarde, el cafe, los rincones... lo que se le vaya poniendo delante... todo, se me olvidaría tan pronto como me sentara delante del teclado.
No es más que inspiración, se pasará en seguida.
Así que espero a no poder más de frío y me marcho a cenar hablando solo entre los eucaliptos.
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