El sol amaina. Salgo a la terraza con el litro que sobró anoche y que abrí esta mañana. Qué cojones, esperar ni esperar.
Las sillas metálicas me dejan el culo cuadrado, las de plástico están amontonadas, encajadas unas sobre otras. Me siento sin molestarme en sacarlas, un poco más alto de lo normal. Mi costumbre de arquitecto de dibujar en mesa de dibujo, aunque sea ratón en mano (me cuesta horrores desligarme de dibujar sobre un gran tablero blanco) se adapta perfectamente a esta situación. Pongo los pies en la barandilla.
La cerveza está fría, de gas un poco más débil.
No hay estrés, pocas obligaciones.
Carlos se ha ido, Malesciana folk también.
Colina abajo, al otro lado de la calle de tres metros de ancho, otro vecino toma el sol en una pequeña terraza que se ha montado entre dos depósitos.
La puerta de Nico está abierta, como de costumbre.
Unas abejas se han hecho una colmena en la esquina de la terraza, por eso no desayuné aquí esta mañana. En médio de un cálido, minúsculo e intenso tráfico aéreo. Bajé al café Lisboa, desayuné leyendo, y después de desayunar seguí leyendo un rato más frente a mi taza vacía. La cogía con la mano cuando pasaba la camarera para que no la retirase. Una taza en la mano, mi derecho a permanecer ahí leyendo, en mi pequeño despacho sin paredes, en plena calle. Amo este bullicio. Solo hay un lugar en el que lea mejor y son los autobuses de linea. De pie, por supuesto.
Un pájaro canta, el sol tardará en ponerse, tardes prolongadas de verano. Costeño, debajo de una silla, reposa bajo su piel como si la llevara tendida sobre los huesos. Leucemia. La vejez no llega en un año y se lo lleva a uno tan de golpe. El bicho lo que tiene es leucemia. Nico tendrá que sacrificarlo. Le jode más a él que a mi, le creo. Y cuando me lo dijo decidí regalarle la foto que le hice al gato el año en que llegué, 4 años ha, y no pocas aventuras. El número es lo de menos, lo que importa es lo que ha pasado desde entonces.
Tengo más canas, cara de hombre y más percha del niñato enclencle que llegó. Pero me gusta pensar que es solo la superficie del mar que llevo dentro y que tantas cosas se ha tragado.
4 años de nada, cuatro años de todo. Las abejas se han hecho una colmena en la esquina de la terraza y Costeño se va a morir. Yo dejaré la ciudad dentro de pocos días. Por eso salgo a la terraza con mi litrona, dispuesto a no exigirme nada hasta que todo pase. Es mi modo de conquistar el tiempo: esquivarlo, colocarme a si lado y decir: Qu’est qu’il se passe dans l’espace?.
Las sillas metálicas me dejan el culo cuadrado, las de plástico están amontonadas, encajadas unas sobre otras. Me siento sin molestarme en sacarlas, un poco más alto de lo normal. Mi costumbre de arquitecto de dibujar en mesa de dibujo, aunque sea ratón en mano (me cuesta horrores desligarme de dibujar sobre un gran tablero blanco) se adapta perfectamente a esta situación. Pongo los pies en la barandilla.
La cerveza está fría, de gas un poco más débil.
No hay estrés, pocas obligaciones.
Carlos se ha ido, Malesciana folk también.
Colina abajo, al otro lado de la calle de tres metros de ancho, otro vecino toma el sol en una pequeña terraza que se ha montado entre dos depósitos.
La puerta de Nico está abierta, como de costumbre.
Unas abejas se han hecho una colmena en la esquina de la terraza, por eso no desayuné aquí esta mañana. En médio de un cálido, minúsculo e intenso tráfico aéreo. Bajé al café Lisboa, desayuné leyendo, y después de desayunar seguí leyendo un rato más frente a mi taza vacía. La cogía con la mano cuando pasaba la camarera para que no la retirase. Una taza en la mano, mi derecho a permanecer ahí leyendo, en mi pequeño despacho sin paredes, en plena calle. Amo este bullicio. Solo hay un lugar en el que lea mejor y son los autobuses de linea. De pie, por supuesto.
Un pájaro canta, el sol tardará en ponerse, tardes prolongadas de verano. Costeño, debajo de una silla, reposa bajo su piel como si la llevara tendida sobre los huesos. Leucemia. La vejez no llega en un año y se lo lleva a uno tan de golpe. El bicho lo que tiene es leucemia. Nico tendrá que sacrificarlo. Le jode más a él que a mi, le creo. Y cuando me lo dijo decidí regalarle la foto que le hice al gato el año en que llegué, 4 años ha, y no pocas aventuras. El número es lo de menos, lo que importa es lo que ha pasado desde entonces.
Tengo más canas, cara de hombre y más percha del niñato enclencle que llegó. Pero me gusta pensar que es solo la superficie del mar que llevo dentro y que tantas cosas se ha tragado.
4 años de nada, cuatro años de todo. Las abejas se han hecho una colmena en la esquina de la terraza y Costeño se va a morir. Yo dejaré la ciudad dentro de pocos días. Por eso salgo a la terraza con mi litrona, dispuesto a no exigirme nada hasta que todo pase. Es mi modo de conquistar el tiempo: esquivarlo, colocarme a si lado y decir: Qu’est qu’il se passe dans l’espace?.
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