De pequeñillo piensa uno que la vida tiende a compactarse: tu trabajo, (qué serás de mayor)... el futuro de los otros que es como un aurilla invisible (yo bombero yo piloto yo cazador), tu casa, tu ciudad, una ciudad, una calle que ya es tu calle por fin, y no de los que te han criado, tus amigos, que por fin les ha aclarado el aura como un chaparrón y ahora son dentistas o diseñadores.... tu amor, que te acompaña a todas partes, que cuidas como un tesoro, salvas de mil peligros y compartes con el mundo como un superpoder que te hayan concedido... todo como ese amasijo duro y resistente de lo que un niño cree que es ser hombre.
Luego resulta que lejos de compactarse todo se dispersa. La gente viene y va desde siempre, eso se aprende pronto: que el mundo gira. Pero cuanto más grande te haces la fuerza centrífuga es mucho mayor y casi sin darte cuenta todo sale disparado: Todo se va por ahí y acabas echando de menos un porcentaje de amigos que puede resumirse como "casi todo el mundo". Y todos andamos por ahí, hechos y derechos, completos, complejos por fin... y dispersos, haciendo malabares con las relaciones como arañas espatarradas en la tela.
Esto era un comentario a otro blog, pero lo he traído hasta aquí porque es una cuestión que desde entonces no me he podido quitar de la cabeza.
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