-¿Sabes qué?- Solía preguntarme todos los días en algún momento, bajando las escaleras, por ejemplo, o robándome el sobre de azucar del café (sería yo el que tuviese que levantarse a por otro).
-¿Qué?- Le contestaba yo, cada vez, saltando los últimos escalones o buscando los ojos de un camarero demasiado despistado por la modorra de la tarde.
-Mañana empieza una nueva vida.