Sólo tienes que quitarte la ropa, caminar hacia la orilla, entrar en el agua despacio hasta que el frio solo se deje vencer bajo el atrevido mazazo de un chapuzón. Zurplick!... Y luego nadar, nadar en el agua del mar enorme como los países. La playa a unos metros y la ciudad al fondo, inconsciente, a salvo del infinito en su lado de la orilla.
Vivir lo que se vive nadando en el mar al amanecer en una mañana de verano.
A pesar del frio y el cansancio de la noche.
Sin embargo, te quedas ahí, arropado por la ropa que llevas, el olor de los bares, del que también se ha impregnado tu pelo, los zapatos que calzas –tus pies dentro, calentitos, separados por unos milímetros de materiales plásticos de la arena sobre la que no tendrías más que echar a correr descalzo hacia el agua-, la cartera que llevas en el bolsillo con cuatro monedas, el bonobús, algunos papeles, la documentación, las tarjetas y un par de condones. Las llaves de la casa -en la que un cuarto, con wifi, muchos libros (sobre la rebeldía y a libertad) y una cama de metrotreintaicino te esperan-, tintinean dentro en un bolsillo, en el otro, el móvil pita de vez en cuando porque se le está acabando la batería. Cachís, la batería.
Cachís, el mar.
Acaso llegas a pensártelo, fantaseas largamente con que por un instante lo dudas: juegas con el ensueño de ti mismo nadando en el mar que tienes a 25 metros delante de ti, espetando perezosa pero incansablemente, sus pequeñas olas contra la orilla. Sonríes ante la idea como se sonríe a un recuerdo ya vivido… el color de falsa nostalgia con el que pintas la conciencia de que no vas a hacerlo y de que en verdad no sabes muy bien por qué.
A veces veo a la gente que me rodea, escucho atento su conversación, concentrándome en ella como se concentra uno en el rumor del agua de un rio. A veces mientras bebo un sorbo de cerveza me invaden unas ganas enormes de dejar el rio correr y salir a caminar a solas por la ciudad. A veces tengo la impresión de que el rio siempre dice lo mismo mientras callan los manantiales que llevamos todos dentro, las aguas que en verdad nos quitarían la sed.
A veces agarro el vaso y me lo llevo a los labios sonriendo a mis interlocutores. Ellos ven mi sonrisa asomando por ambos lados del cristal. Lo se porque yo casi también la veo, la siento en mis bigotes estirados, justo antes de encogerlos un momento para beber, lleno de amor y ese orgullo un poco irónico, que se siente por la gente cuando se la quiere, aunque sea solo por un rato. Les quiero, noto como les quiero a todos, lo que me gusta verles expresarse, lo hermosos que son sus rasgos, sus ojos, sus bocas, sus sonrisas inteligentes, lo bien que me caen… Sin embargo, mientras le pego un buen sorbo a la cerveza, y escucho a la gente charlar, puedo sentir aún, secretamente, mi cuaderno latiendo en mi bolsillo como el corazón de un cadáver escondido en fondo de un armario.
Me pregunto, intentando no perder el hilo de la conversación, por qué no lo agarro y me pongo a escribir… Por qué no me arranco de una vez al mundo. Me imagino el tacto, el rumor perfecto de la punta del estilógrafo al correr sobre el grano suave del papel como el sonido sordo y suave de mis pies al correr sobre la superficie suave de arena, descendiendo, siempre en el momento brillante de las deshoras, hasta la playa que me espera dentro de mi mismo.
6 comentarios:
Siempre hay una playa donde uno jamás se bañó. Muy bueno.
Saludos
El agua es vida.
Sobretodo si necesitas ser resucitado después de una larga noche.
Si tu interior te pide escribir, dale ese placer, al igual que dale el placer de meterse en el mar, en esa playa, cuando te lo pida el cuerpo. Dale vida, date vida :)
Un abrazo!
Agarra un papel y ponte a escribir pero ya!! me gusto, es intrigante y desagarrador por momentos
hay algo aquí que no acabo de entender... :(
"Mi cuaderno latiendo en mi bolsillo como el corazón de un cadáver escondido en fondo de un armario."
Me sedujo esta frase.
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