La escritura es para mi como la pintura. Las hojas, como los
lienzos, están ahí, en el taller. Tardo meses en elaborarlas. Me concentro en
uno en concreto, a veces lo dejo a un lado y vuelvo sobre otro que dejé atrás.
Luego sucede que, tiempo después, paso un momento sobre el primero y dejo un
trazo más. Avanzo y retrocedo los pasos de un largo camino sobre una extensión
que normalmente no pasa de un folio.
Pero la extensión no es el tamaño del lienzo sino lo que
encuentro dentro y me rodea al escribir: más allá del tamaño del papel o de la
cantidad de palabras, la extensión es una cualidad territorio por el que me
adentro al escribir hilando frase, confiándome a ellas como al hilo de Aracne, dejando
las palabras en forma de un breve texto como las pistas y señales que deja un
explorador al adentrarse hacia el fondo de su verdad.