Hoy he cruzado a pie el estanque frente al cual solíamos echarnos a beber cerveza y contemplar el atardecer. A través del agua helada cruzaban estelas blancas: cintas verticales blancas tendidas en la oscuridad del agua petrificada, como un material nebuloso y sutil que no era más que el tono que toman las grietas al resquebrajar el hielo de lado a lado. A la vista de las grietas, le he calculado a la placa unos 20 centímetros de espesor. Una medida elegante, sin duda, quizá porque está próxima a cosas fuertes y delicadas a la vez como una cabeza y una mano. Algún instinto me ha dicho que estas señales de rotura no hacían sino confirmar la resistencia del hielo sobre el que me encontraba. Lleno de curiosidad, me he agachado para estudiarlas mejor, entre los niños que jugaban y las madres que me observaban divertidas, como se mira efectivamente a alguien que jamás ha visto lo que tiene delante.
He visto a través del hielo los nenúfares muertos que observábamos en verano conversando sobre cualquier cosa, desde la endodoncia de las ranas a las posibilidades que teníamos de acostarnos con alguna chica de la ciudad, arropados por dulce aburrimiento de las amistades que trae el azar en agosto. Luego he pensado que no están muertos, que están solo congelados.
1 comentario:
que descripcion mas evocadora y bella. me ha impactado positivamente., sigue asi!
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