sábado, 17 de enero de 2004

D.H.Lawrence tiene, como Gloria Fuertes o los Cure, la capacidad decir las cosas más complicadas con esa sencillez, que te da la impresión de haber estado buscando las palabras desde hacía tiempo. Me encantan la gente que sabe definir sin sentenciar ni imponerse, en definitiva mostrar la realidad desgranada como si le hablaran de uno mismo . . . ahí entonces, cojo yo, y leo como más lento, a veces releo, incluso alzo la voz para escucharlo mejor. Me demoro todo lo que puedo.
Pero cuando se me pone bucólico, me cuesta un poco soportarlo, así que le cojo ritmo para pasar un poco más deprisa sin perder la atención, nunca se sabe . . .

El sol inundaba la habitación vacía, que aún olía a chuleta de cordero asada en un asador holandés, ante el fuego, porque el asador estaba aún sobre los hierros, y la negra cacerola de patatas descansaba sobre un trozo de papel, junto a ella, en el hogar blanco. El fuego rojo ardía lentamente; el gancho estaba bajado y la olla cantaba.

Al llegar al punto final, cualquiera que tenga el oído demasiado habituado al francés, podrá experimentar la ridícula sensación de haber leído la palabra semáforo.
Ji, Ji, ji, ji.

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