LA CAJA DE PANDORA
Se oye que tiran de la cadena y alguien, sensiblemente adormilado, abre la puerta para salir apagando la luz al mismo tiempo, todo así en un solo gesto, estos milagros de la coordinación en semiinconsciencia. Cuando, de pronto, se detiene en el umbral y dice:
-Oh, mai god, qué es esto?
Da un paso atrás buscando a tientas el interruptor sin dejar de mirar al frente, enciende la luz. . . Aun tarda un poco en procesarse la información de su cerebro, algo así como:
Si, Anna, lo que tienes ahí delante no es producto de tu imaginación
-aaah
(dos segundos más y confirmación del mensaje): que si, Anna, que si, coño, y además da mucho mucho miedo.
-uuuuaaaaaaah. . .
(hasta que su escepticismo nórdico se da finalmente por vencido y la deja libre para reaccionar con toda la coherencia propia dada la situación)
-uuuuuuuuuaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH
En ese momento: dejo de poner los ojos en blanco, de decir uuuh como un idiota, pongo la boca otra vez horizontal, por supuesto, dejo caer la manta que me cubre la cabeza y los hombros, y abro los brazos para que pueda verme mejor.
-Soy yo, Anna,-le digo- que soy yo, que no pasa nada, soy yo, mírame, soy yo, cálmate, soy yo, mira, eh.
La abrazo con mucha ternura y un extraño respeto, pues estoy poco acostumbrado a las rubias explosivas. Dándole palmaditas en la espalda, dejo que llore sobre mi hombro y le doy besitos en la frente, angelito
-Venga. Ya pasó. Venga mi niña, ya está: Pensé que era Luigi. Tu sabes, el Capo, un tio grande y valiente, un tio duro, no tu! Joder, tia: yo se que tu eres delicada, mi niña, ay, pobrecita, lo siento, ay, mi madre, cómo tiembla!
Por dentro escucho mi propia voz: Pero que hijoputa eres, a veces es que te pasas, tio. Virgen santísima, ¡y no es su corazón lo que le siento latir al otro lado del pecho! . . .Jijijiji.
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