El resto no es más que decepción y fatiga. Nuestro viaje es enteramente imaginario. De ahí su fuerza.
Va de la vida a la muerte. Hombres, animales, ciudades y cosas, todo es imaginación. Se trata de una novela, nada más que una historia ficticia. Littré, que nunca se engaña, lo dice.
Y además todos pueden hacer lo mismo. Basta con cerrar los ojos.
Ocurre al otro lado de la vida.
Louis Ferdinand-Céline, Viaje al Fin de la Noche
Tendría yo 14 años cuando mi padre me dijo que esos no debía leerlos, señalando una fila en la biblioteca… porque esos, me explicó, son los libros de la angustia y el vacío. ¿Existencialistas?, pregunté cortándole. Si, existencialistas… me contestó disimulando vergüenza que da haber ocultado algo a un niño que sabe más de lo que crees... esos mejor no los toques.
Aquello bastó para que esos libros cobraran para mi un aura de misterio de la que que aún hoy, que los conozco bien, no se han liberado… especialmente Viaje al Fin de la Noche. El único que aún me espera.
A partir de aquel día cada vez que pasaba junto a la biblioteca los miraba con curiosidad, casi admiración, pues ahí estaban, como si algo en ellos, algo para lo que yo debía ser valiente, me estuviese esperando en su interior. De tanto mirarlos secretamente me aprendí sus nombres y su posición al otro lado del cristal de la vitrina… hasta el día que giré la llave y elegí La Peste para empezar a Leer.
Pensé que cuando mi padre se enterara me regañaría. Pero solo para mi había sido crucial esa conversación, para él no había sido más que un comentario a un tipo más joven, un consejo de amigo dado en el momento preciso en que un consejo puede servir tanto para detenerte como lanzarte definitivamente al otro lado… el lado de los que saben, el lado desde el que te hablan y te prohíben en al mismo tiempo. El lado de los que han mordido la manzana.
El Viaje, he de confesar que nunca he conseguido leerlo entero, en verdad nunca llegué más allá de las primeras cincuenta páginas… lo único que he leído, eso si, cientos de veces, a escondidas primero, -de rodillas delante de la vitrina abierta para poder devolverlo rápidamente a su sitio como si fueran las revistas porno que mi padre escondía en su mesita de noche-, y aún hoy a veces cuando paso cerca del libro, son estos pocos párrafos escritos al borde de la primera hoja, antes del prólogo, antes de todo, como escritos a un lado de la última curva antes de llegar, los que para mi han acabado por ser todo Viaje al Fin de la Noche: las páginas que siguen, las que componen el libro, confieso nunca me han importado demasiado, y aún tengo la impresión de que no me harían falta para entenderlo…
Y a pesar de todo, de toda esa vitrina que en verdad no me abrió las puertas a ningún lugar, infierno o paraíso, que no llevara dentro de mi mismo, esas palabras fueron las que mejor se me quedaron marcadas, y las que todavía me hacen temblar como la primera vez que Camus me abofeteo para que despertara de una vez por todas a la cálida luz del vértigo como a un día de verano, la poesía del vacío, la belleza, de ese misterio cristalino, magnífico y pequeño a la vez, imponente pero cotidiano: la sencilla y violenta vitalidad de existir y amar el mundo en la consciencia de la Nada…
Y con todo, esa bestia que tanto me costó domesticar que es el dulce sabor de la autodestrucción que te espera como una araña cuando llegas demasiado pronto al centro de la verdad, tiembla también sonriéndome… cada vez que saco esas palabras del cajón que aun les reservo dentro de mi mismo como a un tesoro que durante varios años llevé conmigo a todas partes.
Me basta con cerrar los ojos.
Aquello bastó para que esos libros cobraran para mi un aura de misterio de la que que aún hoy, que los conozco bien, no se han liberado… especialmente Viaje al Fin de la Noche. El único que aún me espera.
A partir de aquel día cada vez que pasaba junto a la biblioteca los miraba con curiosidad, casi admiración, pues ahí estaban, como si algo en ellos, algo para lo que yo debía ser valiente, me estuviese esperando en su interior. De tanto mirarlos secretamente me aprendí sus nombres y su posición al otro lado del cristal de la vitrina… hasta el día que giré la llave y elegí La Peste para empezar a Leer.
Pensé que cuando mi padre se enterara me regañaría. Pero solo para mi había sido crucial esa conversación, para él no había sido más que un comentario a un tipo más joven, un consejo de amigo dado en el momento preciso en que un consejo puede servir tanto para detenerte como lanzarte definitivamente al otro lado… el lado de los que saben, el lado desde el que te hablan y te prohíben en al mismo tiempo. El lado de los que han mordido la manzana.
El Viaje, he de confesar que nunca he conseguido leerlo entero, en verdad nunca llegué más allá de las primeras cincuenta páginas… lo único que he leído, eso si, cientos de veces, a escondidas primero, -de rodillas delante de la vitrina abierta para poder devolverlo rápidamente a su sitio como si fueran las revistas porno que mi padre escondía en su mesita de noche-, y aún hoy a veces cuando paso cerca del libro, son estos pocos párrafos escritos al borde de la primera hoja, antes del prólogo, antes de todo, como escritos a un lado de la última curva antes de llegar, los que para mi han acabado por ser todo Viaje al Fin de la Noche: las páginas que siguen, las que componen el libro, confieso nunca me han importado demasiado, y aún tengo la impresión de que no me harían falta para entenderlo…
Y a pesar de todo, de toda esa vitrina que en verdad no me abrió las puertas a ningún lugar, infierno o paraíso, que no llevara dentro de mi mismo, esas palabras fueron las que mejor se me quedaron marcadas, y las que todavía me hacen temblar como la primera vez que Camus me abofeteo para que despertara de una vez por todas a la cálida luz del vértigo como a un día de verano, la poesía del vacío, la belleza, de ese misterio cristalino, magnífico y pequeño a la vez, imponente pero cotidiano: la sencilla y violenta vitalidad de existir y amar el mundo en la consciencia de la Nada…
Y con todo, esa bestia que tanto me costó domesticar que es el dulce sabor de la autodestrucción que te espera como una araña cuando llegas demasiado pronto al centro de la verdad, tiembla también sonriéndome… cada vez que saco esas palabras del cajón que aun les reservo dentro de mi mismo como a un tesoro que durante varios años llevé conmigo a todas partes.
Me basta con cerrar los ojos.
1 comentario:
Qué buena esta entrada. Me ha encantado leer de ese joven con libros "prohibidos", ese misterio que se crea en las cabezas a raíz de palabras que no significan nada para quien las dices. Me he quedado atrapada en la fuerza de estas palabras.
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