En mi calle …diría mi barrio, pero es que mi calle es tan tortuosa como un barrio, tanto que tengo la impresión de que vivimos al margen del barrio… así que, para no generalizar más allá de sus confines, os diré que en mi calle suele escucharse la música de otros vecinos. Pocas veces nos hemos quejado... porque suele ser buena música: flamenco, jazz, los Italianos que se reunen a tocar su folk alegre, Nico que en su atalaya anuncia su alegría con música clásica a todo volumen (breves subidones en sus ratos de opositor en los que se descarga como un niñato con el heavy metal y sale al balcón dirigiendo la ciudad)… El año pasado había un holandés que parecía que lo habían sacado de "Acordes y desacuerdos". Una noche hablé con él… recuerdo que pensé hablando de música era tan humilde que no parecía que tocara como dios. Le hacía sentir a uno bastante cómodo... insistió en pasarme la guitarra, teníamos pasados musicales parecidos y me llegó a pedir que le enseñara no se qué canción de Smashing Pumpkins, que yo toqué tragándome mis complejos como un kamikace. Incluso hay una vecina en el patio que pone música española de los ochenta, a veces un poco pasada, otras veces incombustible… pero no se le puede decir nada, porque por mucho que hurgue en lo más profundo de aquella época en que éramos un poco más hortera, no se puede negar que con la música saca un montón de recuerdos. De verdad, es difícil cortar algo así. Parece que no, pero es difícil decir “quita ya eso” con una sonrisa nostálgica.
Ahora tras el muro del baño tengo un bakala recién alquilado. Lo recuerdo a mediodía y a la hora de la siesta. Así que me he puesto a escribiroslo.
En la casa de al lado, el hijo del vecino toca al final de las tardes su guitarra eléctrica, como un karaoke, y lo hace tan mal y con unos efectos tan mal elegidos -flanguer mucho chorus, un poco de compresión y un reverb exagerado- que dan ganas de echarles dinamita por el ojo del patio. Si Alejandro Sanz y Manolo García supieran lo que se está haciendo con sus canciones darían vueltas gateando por el techo de la rabia. Pero tampoco hacemos nada excepto mirarnos todos de una terraza a otra, con nuestro cigarro y nuestro atardecer y reírnos de lo ridícula que llega a ser la gente a veces cuando nadie le dice que no ha nacido para tocar la guitarra con las ventanas abiertas… no, no hacemos nada, yo al menos… porque ya es suficiente que cuando suba al tejado le destroce las tejas al pasar. Tanto que un día vino la policía porque pensaban que eran ladrones los que pasaban por las noches. Fue después de comer, yo leía con los pies en la barandilla y trataba de disimular mi sonrisa entre las páginas del libro. Nico me tiene dicho que el día menos pensado me llenarán el culo de perdigones… “es de la secreta”… dice señalando con la barbilla a la casa de al lado “luego no me digas que no te avisé”… y hace como que tiene un rifle en las manos y me dispara riendo bajito, por si el secreta me escuchara desde el patio. Nico no lo sabe, pero cuando me dice eso, por detrás de su cabeza, de sus cactus, por encima de las casas de enfrente, se ve una ciudad entera. Por eso seguiré subiendo al tejado, como si lo mal que toca la guitarra el hijo del vecino fuese un peaje que me estuviesen cobrando y que quiero amortizar. Así es en parte mi calle.
Pero ahora tengo un bakala al otro lado de la pared del baño, que abre las ventanas de par en par y sale al balcón a estirarse todo orgulloso. El perro del vecino está llorando.
Yo tengo ganas de matar
a mi vecino el bakala.
…¿Sabes Neng?.
Ahora tras el muro del baño tengo un bakala recién alquilado. Lo recuerdo a mediodía y a la hora de la siesta. Así que me he puesto a escribiroslo.
En la casa de al lado, el hijo del vecino toca al final de las tardes su guitarra eléctrica, como un karaoke, y lo hace tan mal y con unos efectos tan mal elegidos -flanguer mucho chorus, un poco de compresión y un reverb exagerado- que dan ganas de echarles dinamita por el ojo del patio. Si Alejandro Sanz y Manolo García supieran lo que se está haciendo con sus canciones darían vueltas gateando por el techo de la rabia. Pero tampoco hacemos nada excepto mirarnos todos de una terraza a otra, con nuestro cigarro y nuestro atardecer y reírnos de lo ridícula que llega a ser la gente a veces cuando nadie le dice que no ha nacido para tocar la guitarra con las ventanas abiertas… no, no hacemos nada, yo al menos… porque ya es suficiente que cuando suba al tejado le destroce las tejas al pasar. Tanto que un día vino la policía porque pensaban que eran ladrones los que pasaban por las noches. Fue después de comer, yo leía con los pies en la barandilla y trataba de disimular mi sonrisa entre las páginas del libro. Nico me tiene dicho que el día menos pensado me llenarán el culo de perdigones… “es de la secreta”… dice señalando con la barbilla a la casa de al lado “luego no me digas que no te avisé”… y hace como que tiene un rifle en las manos y me dispara riendo bajito, por si el secreta me escuchara desde el patio. Nico no lo sabe, pero cuando me dice eso, por detrás de su cabeza, de sus cactus, por encima de las casas de enfrente, se ve una ciudad entera. Por eso seguiré subiendo al tejado, como si lo mal que toca la guitarra el hijo del vecino fuese un peaje que me estuviesen cobrando y que quiero amortizar. Así es en parte mi calle.
Pero ahora tengo un bakala al otro lado de la pared del baño, que abre las ventanas de par en par y sale al balcón a estirarse todo orgulloso. El perro del vecino está llorando.
Yo tengo ganas de matar
a mi vecino el bakala.
…¿Sabes Neng?.
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