Siento que este año va a partir como un témpano de hielo que se desprende del continente. No ha sido un año fácil. Ha tenido muy buenas pero también muy malas experiencias. Dicen que el dolor te envejece, yo a veces pienso que te rejuvenece: te devuelve a esa sensación original de estar vivir un mundo enorme e incomprensible, te recuerda que no eres menos frágil que cuando eras niño. Te estampa en la cara tu ingenuidad y tu torpeza. Es un año ante el que no sé qué decir. Simplemente puedo contemplarlo, en silencio, alejándose en el mar helado del tiempo para derretirse, por fin, bajo el sol de una nueva primavera.
Feliz Año 2009. No olviden abrocharse los cinturones. El viaje, siempre, acaba de empezar.
miércoles, 31 de diciembre de 2008
jueves, 25 de diciembre de 2008
lunes, 22 de diciembre de 2008
Claro que puede venir, Alex, o Calabaza Express. (Mi primer microrelato)
Le extreché la mano a Alex y me presenté con mi mejor sonrisa:
Hola. Yo soy el gilipollas que ha invitado a tu profesora de inglés a ver Bambi en su casa para ver si podía meterle mano.
Hola. Yo soy el gilipollas que ha invitado a tu profesora de inglés a ver Bambi en su casa para ver si podía meterle mano.
sábado, 13 de diciembre de 2008
Hace una luna redonda y preciosa como una moneda de plata en el fondo del estanque. Y yo estoy tan solo, y no sé si me arrepiento de lo de ayer, pero… Lo cierto es que no sé muy bien en qué parte de la vida, del mundo, del espacio-tiempo, estoy. Mi ecuación está borrosa. Quizá entró agua en la botella que contiene el mensaje. Jodidas marejadas.
Hoy se ve la luna redonda y preciosa, magnífica como una moneda en el fondo del mar, no muy lejos de la orilla, en una noche de agosto en que me bañaría desnudo y me sentiría vivo, salvado por ese bálsamo inmenso que es el mar, mi hermano mayor, siempre tan callado e infinitamente comprensivo.
Hoy se ve la luna redonda y preciosa, magnífica como una moneda en el fondo del mar, no muy lejos de la orilla, en una noche de agosto en que me bañaría desnudo y me sentiría vivo, salvado por ese bálsamo inmenso que es el mar, mi hermano mayor, siempre tan callado e infinitamente comprensivo.
miércoles, 10 de diciembre de 2008
Gatos
Paso cada mañana junto a un largo espigón sobre el que la cuidad se asoma. En algún punto concreto, a 25 metros de los Baños del Carmen y unos 50 del viejo tranvía, vive una colonia de gatos. La gente se para a mirarlos (cualquiera, parece inevitable). Algunos incluso les dan de comer. Supongo que esto es lo que ancla a los bichos a este lugar. Yo simplemente los miro al pasar en mi bicicleta, sin bajar el ritmo, pues voy con el tiempo pegado al culo, me cruzo con sus miradas de gato romano. A veces, por unos segundos disfruto el juego de los gatos más pequeños (inocente y perfecta torpeza sobre rocas picudas entre las que oscuros precipicios se abren al mar)... Como los barrenderos o la gente que abre las cafeterías, este es otro pequeño acontecimiento en el paisaje por el que mi bicicleta me lleva. Paso de largo. A partir de aquí 8 minutos, calculo. Otra vez llego tarde.
Hoy también pasé por allí. A cada pedaleada me arrepentía de haber cogido la bicicleta: el fuerte viento en contra, el aire frío y húmedo calándome hasta el tuétano y algo de llovizna de temporal, una nube de polvo líquido que vuela cambiando cada segundo de dirección, a veces incluso hacia arriba. Son esos días en que parece que alguien estuviese intentando sintonizar el mundo y no llegara a conseguirlo. Las olas rompían magníficamente y sin ningún tipo de orden ni ritmo, caían y volvían sobre las anteriores. A veces se encontraban en el mar con tal fuerza que se levantan intentando arrebatarse algo invisible en el cielo. Era uno de esos días en que se ve el agua saltar más alto que la calle y en algunos puntos la acera está encharcada. Si, también uno de esos.
Pasé cuando volvía, a esa hora en que cualquiera está pensando en llegar a casa, arrearse una cena caliente, bajo el brasero o la mantita, darse una cálida ducha y refugiarse por fin bajo los edredones de donde nadie debería haber salido. Y allí estaban. A través de la nieve los vi.Yo los recuerdo como a través de una ventisca. Aunque no nevara. Cada uno en su roca, echados sobre sus patas y la cabeza erguida como una esfinge, pequeños movimientos ligeros de quien resiste los envites del viento, pero que ellos ignoraban como guardias de algún reino invisible y riguroso, aún lado, a otro… cabezas en vayvén con las cabezas de la gente que va en el autobús. El pelo corto de gato romano revuelto como el pelo largo de un horrible video latino.
Los ojos entre cerrados -pares de agujas verdes siluetas recortadas en el paisaje gris velado- se abren cuando toco el timbre para pedir paso. Este es el único indicio de su sorpresa en medio del la modorra de atardecer, de esa espera sin causa, de la resignación o pensamiento interior o lo que sea que corra por las mentes de estos bichos mientras tanto, la paz del mundo y el tiempo, de todo el universo concentrado en ese rincón inexistente mas expuesto a todo, el pasotismo más descarnado, la vacación total, el ocio más profundo, el estoicismo felino, la ecuanimidad en presente, por encima de todos los inviernos y todos los veranos, el nirvana.
Hoy también pasé por allí. A cada pedaleada me arrepentía de haber cogido la bicicleta: el fuerte viento en contra, el aire frío y húmedo calándome hasta el tuétano y algo de llovizna de temporal, una nube de polvo líquido que vuela cambiando cada segundo de dirección, a veces incluso hacia arriba. Son esos días en que parece que alguien estuviese intentando sintonizar el mundo y no llegara a conseguirlo. Las olas rompían magníficamente y sin ningún tipo de orden ni ritmo, caían y volvían sobre las anteriores. A veces se encontraban en el mar con tal fuerza que se levantan intentando arrebatarse algo invisible en el cielo. Era uno de esos días en que se ve el agua saltar más alto que la calle y en algunos puntos la acera está encharcada. Si, también uno de esos.
Pasé cuando volvía, a esa hora en que cualquiera está pensando en llegar a casa, arrearse una cena caliente, bajo el brasero o la mantita, darse una cálida ducha y refugiarse por fin bajo los edredones de donde nadie debería haber salido. Y allí estaban. A través de la nieve los vi.Yo los recuerdo como a través de una ventisca. Aunque no nevara. Cada uno en su roca, echados sobre sus patas y la cabeza erguida como una esfinge, pequeños movimientos ligeros de quien resiste los envites del viento, pero que ellos ignoraban como guardias de algún reino invisible y riguroso, aún lado, a otro… cabezas en vayvén con las cabezas de la gente que va en el autobús. El pelo corto de gato romano revuelto como el pelo largo de un horrible video latino.
Los ojos entre cerrados -pares de agujas verdes siluetas recortadas en el paisaje gris velado- se abren cuando toco el timbre para pedir paso. Este es el único indicio de su sorpresa en medio del la modorra de atardecer, de esa espera sin causa, de la resignación o pensamiento interior o lo que sea que corra por las mentes de estos bichos mientras tanto, la paz del mundo y el tiempo, de todo el universo concentrado en ese rincón inexistente mas expuesto a todo, el pasotismo más descarnado, la vacación total, el ocio más profundo, el estoicismo felino, la ecuanimidad en presente, por encima de todos los inviernos y todos los veranos, el nirvana.
miércoles, 3 de diciembre de 2008
Hasta la vista señor Utzon.
Y gracias por todo, maestro. Solo lamento poder ya ver llegar el día en que me echaras de tu casa trabuco en mano para llenarme el culo de perdigones (así es como yo lo imagino cómico y legendario, no te ofendas). Habría sido como el día en que tomamos a hurtadillas la pequeña casa experimental de Muratsalo y atravesando agazapados los bosques descubrimos el Nemo Propheta In Patria oculto en su dique; o los días que pasamos vagando por el monasterio la Tourette armado con una llave maestra y acabamos fumando trocolines en el confesionario porque en el resto del edificio hacía un frío espantoso… Mientras, se hacía de noche y la capilla se iba quedando a oscuras, las troneras de colores iban muriendo y la iglesia volvía a ser una iglesia más, indistinta en la noche del mundo. Son esas cosas las que hacen de un edificio algo más que una obra singular: una anécdota, un trozo de vida. Quizá lo que valga la pena sea esa distorsión al acercarse a ellos, sea por un obstáculo o por una ventaja inesperada, pero que le obliga a uno a tomar un posición propia, a actuar.
Mi ilusión era que me largaras de esa casa cuya ubicación permanece en secreto “por petición del autor”. Ni siquiera me habrías echado tu mismo, lo se, pero a mi me gusta imaginarte, compañero, bien cabreado y con esos huevazos de quien puede llegar apartarse de su obra más grande y proteger recelossamente el más pequeño tesoro.
Ah, y gracias por el dibujo. Lo voy a poner en mi tabla de surf, el día en que pueda costearme una nueva y pueda ponerle un dibujo.
Un abrazo al más allá.
Mi ilusión era que me largaras de esa casa cuya ubicación permanece en secreto “por petición del autor”. Ni siquiera me habrías echado tu mismo, lo se, pero a mi me gusta imaginarte, compañero, bien cabreado y con esos huevazos de quien puede llegar apartarse de su obra más grande y proteger recelossamente el más pequeño tesoro.
Ah, y gracias por el dibujo. Lo voy a poner en mi tabla de surf, el día en que pueda costearme una nueva y pueda ponerle un dibujo.
Un abrazo al más allá.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)