miércoles, 23 de junio de 2010

        Las golondrinas me ponen a mil. Traídas cada año de yo que sé que agujero o lejana emigración –y el follón de sitios en los que habrán estado-, me llenan de una especie paz avispada, una suerte de inquietud reconfortante... no muy distintas, en verdad, a los que producen la proximidad del viaje y el papel en blanco. A veces me parece que esos bichos, dinámicos y estridentes, han bajado desde el centro mismo del mes de Mayo para poner la vida a ese mismo nivel. Y por ahí que yo camino, excitado y sonriente, viajero del instante, sin movimiento ni mochila, casi cómplice del inmenso aliento que dan al mundo con sus minúsculas voces de pájaro.
        Adoro cuando ese sonido se mezcla lejanamente con el siseo de las sábanas al remolonear, tu olor y tu voz al estrenarse al despertar y estirarte en el silencio de un nuevo día, tu mirada curiosa, tranquila y expectante a la vez, como si te sorprendiera haberte despertado a mi lado.
        Adoro el modo en que invaden las mañanas en que hacemos el desayuno desnudos en mi pequeña cocina mientras el mundo comienza a oler a café, para luego, con el ronroneo mañanero en el estómago, salir a engullirlo al sol que cae sobre la azotea -tu vestida con una camisa grande, yo con aquella chirlaba que un colega me trajo de Melilla-.
         Fuera, los sonidos del mundo parecen amortiguados por la luz: nuestras voces aún graves de sueño, el tintineo de las cucharitas y el golpe brillante de los vasos al dejarlos sobre aquella horrible bandeja de plata que alguien me había regalado; la tostada desgarrándose entre tus dientes, tus preciosos y terribles dientes de niña que mastica sonriente y bien follada… ese sonido que para mi es cono un himno triunfal. Y todo, todo esto, acompañado por el coro estridente y bendito de las golondrinas, calentadas al sol en el aire aún frío del verano naciente, mientras, abajo, un rumor lejano de cientos de coches y autobuses emerge de lo hondo de las calles, abiertas como fosos entre los tejados de la ciudad.

lunes, 7 de junio de 2010

Quite emotional

        Sencillos y vibrantes trazos negros sobre fondo blanco proyectados en enormes pantallas a través de la atmósfera azul de un concierto. Andaba yo buscando por la red aquella versión de Enjoy the Silence en dibujos animados cuyo recuerdo aún me eriza la piel… cuando, por alguna razón –contaminación de ideas, vasos comunicantes del pensamiento, carreras de inspiración como ratas bajo la alfombra, alineación de partículas aún desconocidas en el difuso universo de la información- di a parar sobre este pequeño pedacito de arquitectura…
        caí en las sombras,
        rodé bajo la luz tamizada por la madera y el bambú,
        me puse perdida la camisa en la tierra húmeda del jardín,
        enormes y suaves hojas de monstera me acariciaron la cara
        y alguna abeja zumbó al pasar en mi oído
        caí por las escaleras…
        y en el agua quieta del manantial sacié por unos minutos…

                …mi sed contemporánea de una emoción íntima y verdadera.

sección a lapiz

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