Oye Oscar. Verás… yo, eso de la arquitectura creo que ya lo he comprendido bastante bien. De eso creo que ya me he enterado. Lo que yo quería preguntarte era más bien… vamos a ver,
Oscar, ¿Tu qué coño piensas de esta
vida?
Oscar me habría mirado con una expresión fría, de pura falta
de sorpresa (porque oscar ha visto mucho y a mí se me ve a la legua), pero una
expresión a la vez honestamente simpática (porque oscar ha visto mucho y a mi
se me ve en seguida).
Me habría mirado desde un pequeño
if only (pequeño como una colina limada por las eras geológicas), como se debe
mirar cuando no puedes volver 70 años atrás y quedarte toda la noche conversando
largamente y mirando a la gente pasar, mientras entre una copa y otra, tratamos
se solucionar una infinita sarta de enigmas, cosidas con el hilo sencillo de
tantas reflexiones y anécdotas más o menos recientes, enhebrando los vacíos con
un vino reconfortante o una caipirinhia fría. Me habría mirado con un poco de
nostalgia y un poco de cansancio, solo de pensar en pasar en la calle otra puta
noche merodeando por ahí.
Si, me imagino que él me miraría un
instante de lejos y tras un minuto que me tendría en ascuas, como quien le da
la vuelta a unos binoculares cogidos a la inversa por casualidad,
Oscar me empezaría a hablar.
Sin embargo, la semana pasada, los
Orishas, la Parca, San Pedro y Caronte, Yama y Erumao, certificados con buena
caligrafía de los Shinigamis, Osiris, Yahmeh, Baron Samedi, Supai, Tumoi, Chebeli, el
Mulo y la Nada, oh, si ella también, siempre elegante e intelectual, con ese ligero aire de hipster y buen polvo
de pocas noches… en fin, toda la
panda y la madre que los parió, vinieron a llevárselo, con el gusto que debe dar llevarse a Oscar Niemeyer de tu lado del rio.
Y yo tuve que tachar de mi lista
una de las cosas que siempre había querido hacer en Brasil.
1 comentario:
menos mal que sigues por aqui...
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