Este año mi familia está dispersa en tres países diferentes. La cosa se ha puesto tan compleja, que he decidido pasar estos días en el país en que ahora vivo y con la gente que aquí me quiere y la gente de la gente que aquí me quiere. Así, a través de los mocos, he visto el mundo de una familia que apenas ha oido hablar de mí pero que ardía en deseos de conocerme y darme amor - un fluido mucho más sutil y extenso que los mocos, que lo ha llenado todo de pronto -, he conocido a más hermanos, más padres, más niños, más abuelos. ¡Casi no recordaba lo que es tener un abuelo! Y lo que es más fantástico, nunca había tenido un abuelo físico al que poder acribillar a preguntas. En una edad en la que por un lado lo desborda a uno la memoria y los achaques y por otro cada día es más difícil escuchar -sobre todo si eres hombre- , el buen hombre se revolvía en su sillón de placer -y de Parkinson, pero este último lo lleva con una deportividad vital, casi temeraria, como si el Parkinson no fuese más que herida a punto de curarse-,...
He visto las casas en las que cada uno vive -y dicen tanto las casas, ay - casas viejas y casas nuevas, casas llenas de personalidad y casas vaciadas por el aire anónimo de lo provisorio -que es, al final, la vida-, vidas en suma, como la mía que es un puto caos pero que con todo el follón de estos últimos días casi se me ha olvidado que lo es.
Así pués, me he sentido como un niño que se deja llevar de evento en evento, mientras disfruta cómodamente de un cariño sin responsabilidades y entretanto, en su misión de niño, rescata cualquier oportunidad para el juego. Quizá más que sentirme como un niño simplemente he olvidado mi perspectiva de adulto, la maldita conciencia que hay tanto por hacer, burocracia, proyectos, existencialismo social y laboral. Como cuando era pequeño y mientras mis tios y abuelos cantaban villancicos, yo acariciaba secretamente con el momento de reencontrarme con mi mundo de niño mis juegos y juguetes, recién armados o ya destripados con los que algo planeaba hacer... mis ingenuos experimentos con chatarra electromecánica y química experimental -ausente de teoría pero llena de experiencia y de un olor fantástico que mi madre odiaba- en fin, el montón de cosas -como decía mi madre medio desesperada-, por las que al niño le ha dado; así precisamente, he echado de menos hoy mi espacio, mis cosas mis libros y papelotes, pero sobre todo una tonelada de ideas garabateadas en papel, proyectos y estrategias para vivir. Chatarra, material de dibujo, literatura y código -esa sustancia que está detrás del cristal de nuestros cachibaches electrónicos donde estamos reflejando nuestra vida, que hace unas semanas he decidido dejar de obviar y comprender- ...
...Y la vida que a veces me parece un caos injusto y precario, me ha parecido de pronto un regalo de reyes lleno de juegos por explorar, cargado con esa ingenuidad mia que es una verdadera alquimia, que si bien es la prueba de que quizá nunca llegue a tener picardía en la vida, también es la prueba de que a aquel niño no lo puedo traicionar, no al menos mientras siga haciéndome preguntas en secreto mientras el mundo canta, bebe, come y se abraza... “¿si puedo manejar 4 idiomas de varios países, por qué no los de las máquinas?"... "Si quiero conocer la esencia del mundo, una parte es sin duda internet", ... "Si domino internet, no tendré que pagar a un mago para hacer magia en internet por mi". Esta última, con un sentido práctico enorme conecta directamente con mi perspectiva de adulto, me recuerda de pronto que la vida es un caos. Programar. Ahí es nada. Y lo cierto es que no sé hasta donde llegaré pero no está de más intentarlo. Después de todo, tampoco llegué muy lejos de pequeño con el Quimicefa, pero anda que no fui feliz.
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