Ayer estuve trabajando 24 horas seguidas. me levanté a las 8 con la seguridad de que no descansaría hasta enviar los resultados... y a las 8 de esta mañana encendí un cigarro para celebrar 70 horas de trabajo tallando y vistiendo la geometría de un edificio en ruinas para hacerlo aparecer como nuevo. Cuando miro estas recreaciones virtuales me parece ver a través de ella como una seda rígida y fría. En todo el día, solo comí chocolatinas y un bocadillo, pero cociné. Cociné para Quintín. El bicho está casi sin dientes, no puede masticar su pienso, así que cocinamos algo para él. En general lo mismo que para nosotros. Hoy Quintín y yo hemos comido espaguettis a la boloñesa. Luego me he sentado en el primer escalón... ”ven aquí, barbaroja" y me he reído de sus gruñidos y sus dientes amenazantes y sus intentos de esquivar la servilleta con la que lo limpiaba. Con los gruñidos de los perros me pasa igual que con los niños pequeños: pienso que es su voz, es lo más cercano, por el momento, que tengo a la voz que usarían el día que empezaran a hablar. Es como ver vacía la bolsa que un día contendrá sus intenciones. Quintín lleva 15 años sin mediar palabra. Pero su voz es cálida, se parece más a la de un niño de 13 años que a la del cachorro que llegó. Es todo lo que sé, y siento que lo quiero mucho cuando escucho esa voz, su modo de decirme que deje de tocarle los huevos con la puta servilleta. Anoche mientras me comía el bocata le hice unos fideos para mezclarlos con trocitos de jamón. Comida de estudiante Quintín, si la pasta está pasada no te quejes, es para que esté blanda y puedas masticar. Cocinar para él lo hace más humano, después de todo, no es echarle de comer... es más bien como cuando viene alguien a cenar, procuras que esté bueno, miras el reloj mientras el agua hierve, te preguntas si es la dureza adecuada, el momento preciso, mezclas para repartir las proporciones, con cuchara, con las manos si hace falta, qué más da, no te ven.
Luego volví sobre las maquetas, mi compromiso de arqueología en 3d. Los días de trabajo hasta el amanecer me dejan tan exhausto que ni siquiera puedo dormir. Es más, ni siquiera tengo fuerzas para percibir mi cansancio y una extraña ligereza me invade de los pies a la lengua, puedo subir 10 pisos sin darme cuentas y apenas consigo callarme. Así paso el día, como un zombi nervioso, torpe y veloz, tropezando con todo, confundiendo palabras y botones, piso equivocado, Off, 450watts, colgar.. En verdad esos días son tan fastidiosos como un jet-lag sin haber viajado... me los paso esperando que llegue la noche para acostarme y subir al tren del horario habitual. Quizá es eso lo que me excita, la espera. Hoy sin embargo hemos decidido ir a ver La Joven del Agua. Cuando conducíamos de vuelta comentando la película todo felices ya sentía dentro de mi el sueño esperándome sin armas, el zombi se había perdido en algún lugar de la cámara oscura, los botones, los vasos volcados sin querer, el cigarro en una mañana en la que no te responden los párpados, "cerraos hostia”, la maqueta tan lejos como la servilleta cuando Quintín se pone panza arriba para que lo acaricie jadeando entre sus bigotes limpios.
A veces todo lo que necesitas es una fábula.
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