viernes, 21 de diciembre de 2007
De niebla y arroyos
Hoy ha amanecido el mar tranquilo y brumoso. Estas palabras se me quedan en la mente y resuenan deliciosas como el agua de un arroyo.
miércoles, 12 de diciembre de 2007
Aprovecha tu juventud (y II)
Cuando hice esta foto, no pensé en varias cosas:
-Que iba a darme calabazas.
-Que iba a robarme la bici.
-Que algún día iba a ver esta foto y contar los años que habían pasado.
Tomé la foto de aquello como se fotografía una escultura en un museo. Del mismo modo en que nadie se pregunta, cuando abre la enciclopedia, cuánto tiempo tiene la foto del Partenón o de una composición de Kandinsky.
Luego me marché de aquella casa con mi mejor cara de pringao y até la bici en la siguiente farola sin saber que al día siguiente iría a la escuela en autobús.
Lo cierto es que el tiempo sigue pasando, hoy tengo una bici que corre del doble y pesa la mitad. Y las bragas …¿para qué?… Total, para lo que te duran una vez que cruzas el umbral, mi amor, y te pregunto si quieres rioja o lambrusco.
jueves, 29 de noviembre de 2007
Anotaciones misteriosas en un papel arrugado en el fondo mi caja...
2. Existe, pero ni yo ni los mapas sabemos llegar.
3. ¿Qué es el paraíso?
4. Al paraíso le queda poco de vida (año que viene 'vs' cada mes)
5. Una enfermedad me impide ir a él. Mi bazo no debe hincharse y deshincharse.
6. No soy religioso, solo que experiencias así te hacen cuestionarte unas cuantas cosas.
7. Ojalá pase algo
8. Esta ciudad sería menos, mucho menos hermosa.
lunes, 19 de noviembre de 2007
La puerta del servicio
O quizá lo fuese y te salvas.
Mejor no volver para comprobarlo... Esa era tu noche y basta.
Esa era tu noche, lo sabes y nadie lo iba a entender.
Ni siquiera tu lo entenderías si volvieses.
Tendrás que mear de espaldas a la puerta y que salir sin mirarla, el resto de tu vida.
miércoles, 14 de noviembre de 2007
Mejor Fatal
¿Y qué es lo correcto?
¿Es que hemos hecho tú y yo lo correcto alguna vez?
¿Y nos ha ido mal?
14.nov 2007
viernes, 2 de noviembre de 2007
You can have it all, my empire of dirt
Eso nos pasa mucho a todos... es uno mismo el que se mira en las cosas que le emocionan, ya sabéis: ese reflejo momentáneo que hace que algo se tense y te vibre por dentro.
El músico joven era Trent Reznor, de los violentos y pasionales Nine Inch Nails. El músico viejo era el señor Johnny Cash, un mito más allá del country que tomó prestada la canción Hurt para dedicarsela en un video a su mujer, que acababa de morir. En él, mientras pasan un montón de imágenes de sus vidas, que no fueron fáciles, se sienta delante de la cámara a cantarla él mismo, y lo hace sin actuar, sin preocuparse de sus gestos, sin esa teatralidad exagerada de los videos musicales. La canta como él canta probablemente en intimidad, como quien se explica, como quien cuenta algo, como un sincero trovador. No se la esta cantando a un público que lo aclamaba, la esta cantando, más bien, a la profunda oscuridad del objetivo de la cámara, casi como se le escribe al papel, a solas y sin importarte si alguien lo irá a leer algún día. Es un video medido con la métrica de esa soledad, esa complicidad con uno mismo a partir de ese encuentro con la belleza que lo salva por un rato.
Después de hacer aquel video para su mujer, solo le sobrevivió unos meses más. Y si hay cielo supongo que le valdría un cálido recibimiento.
Me gusta este video porque deja ver, como pocas obras de arte en el mundo, el amor de cerca, sin cristal ni maquillajes, sin barreras, ni perímetro de seguridad… pastando en libertad como una gran vaca en la montaña, perdido en la estepa como un tigre desorientado y magnífico.
Podría empezar por mil canciones, pero a diferencia del señor Cash yo no me decido. Y esa indecisión me reconforta porque siento que la mía es una herida joven. Demasiado como para encontrar la canción adecuada… Mi vaca será pués un ternero robusto y asustado al borde del camino, y mi tigre correrá buscándote en la noche.
sábado, 11 de agosto de 2007
Isabel
-¿Qué?- Le contestaba yo, cada vez, saltando los últimos escalones o buscando los ojos de un camarero demasiado despistado por la modorra de la tarde.
-Mañana empieza una nueva vida.
viernes, 15 de junio de 2007
Luego resulta que lejos de compactarse todo se dispersa. La gente viene y va desde siempre, eso se aprende pronto: que el mundo gira. Pero cuanto más grande te haces la fuerza centrífuga es mucho mayor y casi sin darte cuenta todo sale disparado: Todo se va por ahí y acabas echando de menos un porcentaje de amigos que puede resumirse como "casi todo el mundo". Y todos andamos por ahí, hechos y derechos, completos, complejos por fin... y dispersos, haciendo malabares con las relaciones como arañas espatarradas en la tela.
Esto era un comentario a otro blog, pero lo he traído hasta aquí porque es una cuestión que desde entonces no me he podido quitar de la cabeza.
viernes, 8 de junio de 2007
El mono de golfo
Terminé y ya parece lejos el tiempo en que todo esto de la Arquitectura era un juego sin más consecuencias que el aprobar o suspender, que el quedarse dentro de la universidad un año más o ser por fin un apto y que lo echen a uno a la calle a estamparse con la realidad de mundo brutal de la construcción. Tanta mediocridad y salvajismo territorial… pero bueno, si todos fuésemos Velazquez o Picasso, el mundo sería una plasta de oleo formas más o menos concisas más o menos geniales que nos aplastaría bastante antes que el horror que hoy impera. Al menos el horror es humano: Una materia que se puede calentar con braseros, cunas, poster cogidos de la calle, o una noche follando, algo de rock and roll y una botella de vino.
En medio de esto vengo a ocupar un lugar que podía haber ocupado cualquier otro y me dicen: Piensa, chaval, haz algo que nosotros ya veremos… pero no hagas lo que todos hacemos que para eso te mandamos a otra parte (aquí hay trabajo para aplastar 6 lanchas de green peace). Yo lo flipo y me siento, no saben a quién han sentado, al mono de golfo, ahí es nada, y me pongo a quitar pulgas, a buscar y buscar maneras de mejorar esto o lo otro. A replantearlo todo, temiéndome que me mandarán a la mierda y me dirán deja de quitar pulgas, niñato insolente, y produce. Mis compañeros se ríen por dentro (lo noto). Un cachorro, un cachorro sin decepciones, un imbécil que cree que algo puede cambiar. Alguno me llama artistilla. Pero yo odio a los artistillas. No visto de alguna manera, no me cuido, no hablo con nombres propios ni con palabras que no necesite, no puedo presumir de nada, no dejo de admirar a todo el que me rodea, a confiar en que ellos si saben donde meter las manos para arreglar el motor. Ni siquiera creo en la Arquitetura (esa que venden en el EPS y en la mayoría de las Escuelas), simplemente confío en que el espacio humano tiene una posibilidad de ser humano un poco antes de ser habitado, de esperar con los brazos abiertos, de guardar algo de luz y de orden, de aire y simpatía, de pequeños mensajes y acontecimientos más allá del simple “insert living”, “insert bathroom” del diseño automático inmobiliario.
No pedía mucho y resulta que me lo han dado, o eso parece… De vez en cuando miro el blog, pero de refilón. En verdad no levanto las manos de la piel de este elefante y sigo arrancando los bichillos que encuentro y comiéndomelos distraídamente. Unos crujen y saben dulce, otros los tengo que escupir. El tiempo pasa y solo me doy cuenta por el calendario. Pero ¿para qué quieres el calendario cuando andas suelto por la jungla?
sábado, 21 de abril de 2007
martes, 17 de abril de 2007
Perrera neuronal, enésimo aplazamiento o, simplemente, debería darme vergüenza (pero no me da)
Pero la verdad es que el gasto neuronal del proyecto parece haberme consumido todo el cupo de creatividad reservada para unos meses. Vaya, que no me queda ni puñetera gana de escribir. Tampoco puedo quejarme: a cambio, el viernes tendrán que asumir que he diseñado un edificio precioso o... prefiero no pensar en eso.
De cualquier manera, estos días son ya otros, escucho relajadamente y tomo nota de los campanazos mientras espero a que a mis neuronas de les pasen las agujetas. Y quien sabe, si quizá, podría volver a buscarlos donde los dejé.
martes, 20 de febrero de 2007
40 días más de trabajo y un mes de incertidumbre
Tengo en el sótano un cuarto con las paredes llenas de dibujos de ese objeto, tengo montañas de papeles enrollados o tendidos en los respaldos de las sillas, en los cabeceros de la cama; por todos los rincones dibujos y más dibujos, anotaciones, recordatorios, notas, esbozos de nuevas ideas, rescates de otras viejas que vuelven después de haberlas desechado. De todos los tamaños, del post-it al A0.
Todos los días me levanto temprano por este objeto y bajo al sótano a continuar dibujando y pensando en él. Terminándolo, detallándolo, repasándolo una y otra vez.
Tengo una maqueta que hice para ese objeto, que representa el lugar del mundo donde estaría… si fuese a existir alguna vez. La hice cuando ni siquiera sabía que forma tendría aquel objeto. Por eso le reservé un hueco donde hoy cuatro maquetas distintas encajan, y donde otra, de madera, encajará, dentro de unos días.
Tengo en el ordenador 10 gigas dedicados a ese objeto: Fotografías, collages, más dibujos, planos, volúmenes, perspectivas, descripciones constructivas cómo armarlo y desarmarlo, textos que intentan explicar porqué y cálculos que intentan explicar cómo.
Tengo estudios:
sobre sus proporciones,
su escala,
la estructura que lo mantendrá en pie
y la piel que hará de él un lugar feliz y le dará sentido entre las demás estructuras y pieles que lo rodearían.
Estudios sobre esas otras pieles, esas otras estructuras, esos otros lugares felices de los que no he aprendido poco.
Estudios sobre cómo será recibido en el terreno, en el barrio, en la ciudad, entre los vecinos.
Y de cómo él recibirá, más sencillamente, a quien se le acerque y llame la puerta.
Toc toc.
Estudios sobre cómo le dará la luz, sobre cómo la atrapará y la llevará por su interior. Estudios sobre cómo se verá, de lejos en el paisaje y cómo el paisaje se verá desde su interior…
Estudios sobre topografía: planos, levantamientos, secciones…
Imágenes de la ciudad cortada como un trozo de carne viva.
E imágenes, mucho mucho más cercanas, de las tripas bajo la piel (ahí donde estará oscuro porque no llega la luz), que repaso amarrando de un órgano a otro, solucionando la continuidad como un puzzle que algún día pueda ser levantado.
Estudios sobre sus funciones y sobre su inutilidad también… Confieso que hay partes que solo puedo justificar por lo que tiene de hermoso y divertido, pero que bien visto no se ni cómo llamarlas. Rincones sin nombre. Los promotores me matarían.
Hace ya tiempo que no me preocupa.
Y así paso los días.
Hasta que, no muy tarde, pensando en él, me voy a dormir…
A veces, incluso sueño con él.
Podría odiarlo, por haberse instalado en mi vida como una suerte de obsesión. Pero siendo francos, no es una obsesión, es simplemente mi proyecto de fin de carrera… la herramienta con la que no me queda más que intentar demostrar lo que sería capaz de hacer, si me diesen la licencia, de una vez por todas, para el curioso ejercicio de la Arquitectura.
jueves, 11 de enero de 2007
Pérdidas beta
Las cosas que más quieres son las que al final perderás de manera más estúpida. Esta frase, tan fatal y categórica, no es una cita filosófica, ni sentencia del oráculo, ni un mal de ojo, ni siquiera es un lamento de una canción gótica adolescente save-me-from-the-dark-I-am-falling-I-am falling. No: Es una verdad como un templo. Las cosas que más quieres son las cosas a las que más prestas atención, así que si algún día las pierdes, no podrá ser sino de las formas más inesperadas.
Yo tenía una mochila militar, una bolsa de mierda, un zurrón verde oscuro, de lona dura, de esos que hay ahora tan de moda. Pero el mio era de verdad. Lo había comprado en un rastrillo de Burdeos. Y supe que era auténtico cuando pasé por un museo del Dia D y vi que todos los maniquíes tenían la misma bolsa que yo… Me alegré mucho, me sentí muy especial… pero tuve que acortar mi visita y salir por patas rezando porque los guardas no empezaran a sospechar. Si, ya se que era inocente, pero a ver cómo los convencía.
La bolsa iba conmigo a todas partes, tenía un montón de correas y pasadores de chapa metálica que tintineaban al caminar… cliclicli… allá donde fuera. Hasta que di a parar a un piso compartido con una pareja de rusos mafiosos y enamoradísimos (lo primero oculto tras lo segundo) que me robaron el odenador portátil, para lo cual necesitaron una bolsa con la que sacarlo de mi cuarto. Adivinen cual.
Supongo que se nota que me dolió más que me robaran la bolsa y su tintineo que el ordenador mismo. No era un buen ordenador, a decir verdad era una chatarra, su valor estaba en las toneladas de cosas que había escrito y se habían llevado con él. Eso si me dolió, pero la verdad era que si todo había salido de mi cabeza siempre podía volverlo a sacar. La bolsa, sin embargo, venía de otra parte. Puede haber otra guerra mundial y pasar 40 años o, simplemente, puedo buscarme cualquier otra bolsa militar… pero no era la bolsa en si lo que yo apreciaba, sino el viaje que tuvo que hacer hasta que yo la comprara en un mercado de chatarra. Una historia desconocida pero que yo no podría sustituir y que hacía de esa bolsa una bolsa única en el mundo.
Mi amigo Manolo es un gran cocinero. Creativo como él solo. De esos que habla de la cocina como un pintor de la pintura. Pero entiéndase: Un pintor que pinta, que tiene oficio, que se ha peleado unas cuantas veces con los colores, con la línea, con la mancha y con la luz. Un artista que sabe algo más de lo que dicen los manuales.
Manolo tenía una libreta donde apuntaba sus recetas. Siempre la llevaba consigo. Yo esa libreta me la imagino como un tesoro: llena de fórmulas secretas y pensamientos de cocinero. Un día Manolo se sentó en un banco al sol en el Parq Güell, escribió algo en su libreta y se relajó un momento. Cuando una hora más tarde se bajaba del metro se dió cuenta de que se había dejado la libreta en el banco. Volvió al parque pero ya no estaba allí.
María compraba todos los años el mismo número de lotería de navidad. Todos. Un día María tenía que hacer la compra para la gran cena. Pasó por la lotería pero vió que si compraba el número no podría hacer la compra que quería hacer, ni, en consecuencia, la cena que había pensado para su familia. Bueno, pues nada, pensó, ya lo compraré el año que viene.
El número tocó aquellas navidades.
A mi me lo contó mamá. Yo nunca me he atrevido a preguntarle a María sobre aquella historia. Supongo que María tuvo que seguir apartando un poco cada año para comprar el número… si es que lo volvió a comprar. Aunque no creo que lo hiciese.
Mi primera novia era una chica curiosa. Dulce. Tímida. Salía poco, leía bastante, le gustaba el teatro, las ciencias y pasar las noches viendo películas antiguas… o al menos eso decía (no digo esto porque no la creyese sino porque en verdad nunca pasé una noche con ella). También le gustaba escribir. Como salía poco, empezamos a llevar una especie de amistad por carta. Hasta entonces, yo no escribía realmente ni dejaba de hacerlo, como tampoco toco bien la guitarra aunque nunca he dejado de hacerlo… Pero la paya ejercía tal magnetismo sobre mi que me eché a escribir y a leer locamente no solo por impresionarla sino porque me hacía sentir más cerca de su mundo. Escribimos mucho los pocos meses que salimos y casi más los dos años que había tardado en conquistarla (leyendo ávidamente y escribiendo para ella cada semana). Nos gustaban muchísimo los doble sentidos, los absurdos y la tragedia nihilista que implicaban. El amor no existe, decíamos todo enamorados. Las contradicciones transcendían las palabras y a nosotros nos parecía que con eso rompíamos reglas y nos hacían libres. Parecíamos gilipollas, aquello era un idilio de verdad.
Y tanto nos gustaron esos dobles sentidos que cuando se marchó a Londres en un viaje de verano y le escribí una carta toda amorosa, ella no tuvo otra que entender justo lo contrario de lo que yo quería decirle. No pude reprochárselo. Bien pudo ella dejarme explicárselo… pero le había dado tan duro que cualquier acercamiento era como intentar escalar un muro de vidrio. Además, habría sido inútil: a esas alturas casi hablábamos dos idiomas al mismo tiempo… Sé que parece bastante estúpico pero habíamos perdido la habilidad de decir simplemente “te quiero y si me dejas ahora me romperás el corazón y pasaré un montón de años intentando olvidarte”.
Los dos escritores se separaron así. Hicieron por no verse y lo consiguieron. Yo por mi parte no dejé de escribir. Para mi no solo era un placer necesario sino una verdadera terapia. Me ayudo a sacarme la mierda de las tripas y a comprender incluso que no me había ido con las manos vacías: ahora podía escribir.
Diez años pasaron… hasta que una mañana, no hace mucho, recibí un email de ella contándome que me había encontrado por el blog y que no le parecía justo que ignorase que lo estaba leyendo. Le contesté en seguida, la llamé y en poco tiempo concertamos un desayuno juntos. Me alegré mucho de verla. Al principio hablábamos de tonterías. Luego ya vinieron las cosas importantes: el pasado, el futuro… Por el segundo me interesé especialmente porque sabiendo qué quería de la vida podía saber quien era ella hoy, en qué se había convertido. Por el pasado también me interesé… pero fui con cautela: No quería agobiarla con el típico interrogatorio del Lobo López tras diez años de no verse ni por casualidad.
Cuando por fin le pregunté por el temazo de la escritura ella se encogió de hombros y me dijo que lo había dejado en la misma época en que cortó conmigo. Yo le pregunté por qué, con lo bien que lo hacía… que hasta yo me había puesto a escribir de puro admirarla… blablabla… un poco sorprendido, algo triste, la verdad (la chica escribía de miedo) y algo orgulloso también, ante la perspectiva de que no hubiese podido seguir porque le recordaba a mi (confirmando maliciosamente que no era yo el único que había sufrido con la cosa). Nada de eso: No había una razón. Simplemente entre el COU, la universidad, y los entresijos de la vida cotidiana, perdió la costumbre de hacerlo. De alguna manera, aunque en realidad no nos hubiésemos visto en todos esos años, aquello me hizo sentir un poco solo. La chica había perdido en pocas semanas el impulso de una fuerza que, diez años después, a mi todavía me mantiene en órbita.
Hablamos de algunas cosa más, de trabajo, de vivienda, de independencia, de viajes, de la pareja, que no del amor ni del desamor... en fin, de esas cosas que se hablan a los ventilargos.
Igual alguien pensaba que iba a relatar un precioso reencuentro y resurgimiento triunfal del amor sobre el tiempo pero este post es un post sobre la pérdida.
Ahora venía la parte en la que contaba cómo todos mis posts anteriores habían desaparecido al cambiar de dirección. Confieso que tenía unas ganas locas de decir que esos 4 años acumulando casi 200 posts entre textos, fotos y collagges, se perderían en los archivos de blogger como lágrimas en la lluvia... (que es en verdad para lo que había empezado este post). Pero pasé a la versión beta esta misma mañana y tras el cambio he descubierto que están ahí otra vez. Después de varios meses desaparecidos, se me ha hecho extraño volver a verlos, ahí, como si nada.
Cuiden sus tesoros. No los vigilen, que eso está feo: cuídenlos, que no es lo mismo.