Siento que este año va a partir como un témpano de hielo que se desprende del continente. No ha sido un año fácil. Ha tenido muy buenas pero también muy malas experiencias. Dicen que el dolor te envejece, yo a veces pienso que te rejuvenece: te devuelve a esa sensación original de estar vivir un mundo enorme e incomprensible, te recuerda que no eres menos frágil que cuando eras niño. Te estampa en la cara tu ingenuidad y tu torpeza. Es un año ante el que no sé qué decir. Simplemente puedo contemplarlo, en silencio, alejándose en el mar helado del tiempo para derretirse, por fin, bajo el sol de una nueva primavera.
Feliz Año 2009. No olviden abrocharse los cinturones. El viaje, siempre, acaba de empezar.
miércoles, 31 de diciembre de 2008
jueves, 25 de diciembre de 2008
lunes, 22 de diciembre de 2008
Claro que puede venir, Alex, o Calabaza Express. (Mi primer microrelato)
Le extreché la mano a Alex y me presenté con mi mejor sonrisa:
Hola. Yo soy el gilipollas que ha invitado a tu profesora de inglés a ver Bambi en su casa para ver si podía meterle mano.
Hola. Yo soy el gilipollas que ha invitado a tu profesora de inglés a ver Bambi en su casa para ver si podía meterle mano.
sábado, 13 de diciembre de 2008
Hace una luna redonda y preciosa como una moneda de plata en el fondo del estanque. Y yo estoy tan solo, y no sé si me arrepiento de lo de ayer, pero… Lo cierto es que no sé muy bien en qué parte de la vida, del mundo, del espacio-tiempo, estoy. Mi ecuación está borrosa. Quizá entró agua en la botella que contiene el mensaje. Jodidas marejadas.
Hoy se ve la luna redonda y preciosa, magnífica como una moneda en el fondo del mar, no muy lejos de la orilla, en una noche de agosto en que me bañaría desnudo y me sentiría vivo, salvado por ese bálsamo inmenso que es el mar, mi hermano mayor, siempre tan callado e infinitamente comprensivo.
Hoy se ve la luna redonda y preciosa, magnífica como una moneda en el fondo del mar, no muy lejos de la orilla, en una noche de agosto en que me bañaría desnudo y me sentiría vivo, salvado por ese bálsamo inmenso que es el mar, mi hermano mayor, siempre tan callado e infinitamente comprensivo.
miércoles, 10 de diciembre de 2008
Gatos
Paso cada mañana junto a un largo espigón sobre el que la cuidad se asoma. En algún punto concreto, a 25 metros de los Baños del Carmen y unos 50 del viejo tranvía, vive una colonia de gatos. La gente se para a mirarlos (cualquiera, parece inevitable). Algunos incluso les dan de comer. Supongo que esto es lo que ancla a los bichos a este lugar. Yo simplemente los miro al pasar en mi bicicleta, sin bajar el ritmo, pues voy con el tiempo pegado al culo, me cruzo con sus miradas de gato romano. A veces, por unos segundos disfruto el juego de los gatos más pequeños (inocente y perfecta torpeza sobre rocas picudas entre las que oscuros precipicios se abren al mar)... Como los barrenderos o la gente que abre las cafeterías, este es otro pequeño acontecimiento en el paisaje por el que mi bicicleta me lleva. Paso de largo. A partir de aquí 8 minutos, calculo. Otra vez llego tarde.
Hoy también pasé por allí. A cada pedaleada me arrepentía de haber cogido la bicicleta: el fuerte viento en contra, el aire frío y húmedo calándome hasta el tuétano y algo de llovizna de temporal, una nube de polvo líquido que vuela cambiando cada segundo de dirección, a veces incluso hacia arriba. Son esos días en que parece que alguien estuviese intentando sintonizar el mundo y no llegara a conseguirlo. Las olas rompían magníficamente y sin ningún tipo de orden ni ritmo, caían y volvían sobre las anteriores. A veces se encontraban en el mar con tal fuerza que se levantan intentando arrebatarse algo invisible en el cielo. Era uno de esos días en que se ve el agua saltar más alto que la calle y en algunos puntos la acera está encharcada. Si, también uno de esos.
Pasé cuando volvía, a esa hora en que cualquiera está pensando en llegar a casa, arrearse una cena caliente, bajo el brasero o la mantita, darse una cálida ducha y refugiarse por fin bajo los edredones de donde nadie debería haber salido. Y allí estaban. A través de la nieve los vi.Yo los recuerdo como a través de una ventisca. Aunque no nevara. Cada uno en su roca, echados sobre sus patas y la cabeza erguida como una esfinge, pequeños movimientos ligeros de quien resiste los envites del viento, pero que ellos ignoraban como guardias de algún reino invisible y riguroso, aún lado, a otro… cabezas en vayvén con las cabezas de la gente que va en el autobús. El pelo corto de gato romano revuelto como el pelo largo de un horrible video latino.
Los ojos entre cerrados -pares de agujas verdes siluetas recortadas en el paisaje gris velado- se abren cuando toco el timbre para pedir paso. Este es el único indicio de su sorpresa en medio del la modorra de atardecer, de esa espera sin causa, de la resignación o pensamiento interior o lo que sea que corra por las mentes de estos bichos mientras tanto, la paz del mundo y el tiempo, de todo el universo concentrado en ese rincón inexistente mas expuesto a todo, el pasotismo más descarnado, la vacación total, el ocio más profundo, el estoicismo felino, la ecuanimidad en presente, por encima de todos los inviernos y todos los veranos, el nirvana.
Hoy también pasé por allí. A cada pedaleada me arrepentía de haber cogido la bicicleta: el fuerte viento en contra, el aire frío y húmedo calándome hasta el tuétano y algo de llovizna de temporal, una nube de polvo líquido que vuela cambiando cada segundo de dirección, a veces incluso hacia arriba. Son esos días en que parece que alguien estuviese intentando sintonizar el mundo y no llegara a conseguirlo. Las olas rompían magníficamente y sin ningún tipo de orden ni ritmo, caían y volvían sobre las anteriores. A veces se encontraban en el mar con tal fuerza que se levantan intentando arrebatarse algo invisible en el cielo. Era uno de esos días en que se ve el agua saltar más alto que la calle y en algunos puntos la acera está encharcada. Si, también uno de esos.
Pasé cuando volvía, a esa hora en que cualquiera está pensando en llegar a casa, arrearse una cena caliente, bajo el brasero o la mantita, darse una cálida ducha y refugiarse por fin bajo los edredones de donde nadie debería haber salido. Y allí estaban. A través de la nieve los vi.Yo los recuerdo como a través de una ventisca. Aunque no nevara. Cada uno en su roca, echados sobre sus patas y la cabeza erguida como una esfinge, pequeños movimientos ligeros de quien resiste los envites del viento, pero que ellos ignoraban como guardias de algún reino invisible y riguroso, aún lado, a otro… cabezas en vayvén con las cabezas de la gente que va en el autobús. El pelo corto de gato romano revuelto como el pelo largo de un horrible video latino.
Los ojos entre cerrados -pares de agujas verdes siluetas recortadas en el paisaje gris velado- se abren cuando toco el timbre para pedir paso. Este es el único indicio de su sorpresa en medio del la modorra de atardecer, de esa espera sin causa, de la resignación o pensamiento interior o lo que sea que corra por las mentes de estos bichos mientras tanto, la paz del mundo y el tiempo, de todo el universo concentrado en ese rincón inexistente mas expuesto a todo, el pasotismo más descarnado, la vacación total, el ocio más profundo, el estoicismo felino, la ecuanimidad en presente, por encima de todos los inviernos y todos los veranos, el nirvana.
miércoles, 3 de diciembre de 2008
Hasta la vista señor Utzon.
Y gracias por todo, maestro. Solo lamento poder ya ver llegar el día en que me echaras de tu casa trabuco en mano para llenarme el culo de perdigones (así es como yo lo imagino cómico y legendario, no te ofendas). Habría sido como el día en que tomamos a hurtadillas la pequeña casa experimental de Muratsalo y atravesando agazapados los bosques descubrimos el Nemo Propheta In Patria oculto en su dique; o los días que pasamos vagando por el monasterio la Tourette armado con una llave maestra y acabamos fumando trocolines en el confesionario porque en el resto del edificio hacía un frío espantoso… Mientras, se hacía de noche y la capilla se iba quedando a oscuras, las troneras de colores iban muriendo y la iglesia volvía a ser una iglesia más, indistinta en la noche del mundo. Son esas cosas las que hacen de un edificio algo más que una obra singular: una anécdota, un trozo de vida. Quizá lo que valga la pena sea esa distorsión al acercarse a ellos, sea por un obstáculo o por una ventaja inesperada, pero que le obliga a uno a tomar un posición propia, a actuar.
Mi ilusión era que me largaras de esa casa cuya ubicación permanece en secreto “por petición del autor”. Ni siquiera me habrías echado tu mismo, lo se, pero a mi me gusta imaginarte, compañero, bien cabreado y con esos huevazos de quien puede llegar apartarse de su obra más grande y proteger recelossamente el más pequeño tesoro.
Ah, y gracias por el dibujo. Lo voy a poner en mi tabla de surf, el día en que pueda costearme una nueva y pueda ponerle un dibujo.
Un abrazo al más allá.
Mi ilusión era que me largaras de esa casa cuya ubicación permanece en secreto “por petición del autor”. Ni siquiera me habrías echado tu mismo, lo se, pero a mi me gusta imaginarte, compañero, bien cabreado y con esos huevazos de quien puede llegar apartarse de su obra más grande y proteger recelossamente el más pequeño tesoro.
Ah, y gracias por el dibujo. Lo voy a poner en mi tabla de surf, el día en que pueda costearme una nueva y pueda ponerle un dibujo.
Un abrazo al más allá.
viernes, 28 de noviembre de 2008
Al principio éramos simples mensajes en botellas. Cosecha de tal o cual año. Mensajes que leíamos ávidamente, disfrutando de lo que contaban pero también inquietos por lo que traían detrás, en alguna parte. Aquello fue el germen de una curiosidad creciente. Poco a poco, comenzamos a leer rastreando a la vez, perfilando a través de las palabras… para hacernos una idea del otro, tratando de hacerlo más y más real. Nos costó ir desdibujando los dibujos para encontrar a los dibujantes.
Con el tiempo fuimos ciertos, los mensajes perdieron su sentido, las claves ya no alcanzaban algo tan magnífico como la realidad, por dura o feliz que fuese. Pero ahí estaban como los buenos vinos y las puestas de sol en nuestra bahía. Nosotros fuimos al fin dos personas cuyas vidas que comienzan a engarzarse y escalar por la rugosidad del mundo. Un equipo, que es cuando llega un punto en que no hacen falta las palabras.
Al final el tiempo nos ha seguido desnudando, de personajes a personas y de personas a un par de almas sedientas de continuar su propio viaje.
La echaré de menos.
Nos encontraremos, supongo, en alguna fuente del camino.
Con el tiempo fuimos ciertos, los mensajes perdieron su sentido, las claves ya no alcanzaban algo tan magnífico como la realidad, por dura o feliz que fuese. Pero ahí estaban como los buenos vinos y las puestas de sol en nuestra bahía. Nosotros fuimos al fin dos personas cuyas vidas que comienzan a engarzarse y escalar por la rugosidad del mundo. Un equipo, que es cuando llega un punto en que no hacen falta las palabras.
Al final el tiempo nos ha seguido desnudando, de personajes a personas y de personas a un par de almas sedientas de continuar su propio viaje.
La echaré de menos.
Nos encontraremos, supongo, en alguna fuente del camino.
lunes, 8 de septiembre de 2008
La talla de la ilusión
Por mi cumpleaños me regalé un medidor digital. Es un aparato cuadrado, del tamaño de una cámara de fotos, que tiene un laser y una pantalla. Cuando disparas el laser la pantalla dice que distancia hay desde el aparato hasta el punto en el que el laser rebota. También puede hacer algunos cálculos con medidas, de modo que con dos tiros te mide una superficie, y con tres, el volumen de una habitación. El artefacto incluso aplica Pitágoras, y con dos medidas te saca la distancia entre dos puntos separados por un obstáculo (por ejemplo una cornisa, un puesto de chucherías o esa bruja que te echa maldiciones si no le das una moneda y que cualquiera intenta soltarle eso de buenos días señora, ¿podría dejarme sitio? Estoy trabajando). Es tan increíble, que cuando meto las manos en el bolsillo para sacarlo, me siento como un verdadero Doraemon de la vida: me dan ganas de levantarlo y gritar su nombre asombrando al personal en medio de la obra. Medidor digital laser.
También recibí un paquete, unos días antes de mi cumpleaños, con una inscripción: No abrir hasta el dia 2 de Julio. Aquello estaba claro… pero no había ninguna nota que dijese que no podía medirlo ni hacerme una idea de lo que había en su interior. Lo vapuleé un poco para ver cómo sonaba, pero temí que algo se rompiera.
A primera vista, era poco más grande que una caja de zapatos. Sin embargo, cuando ibas a medirlo, el aparato decía que la distancia superaba su rango, que es de 50 metros. Dos piscinas de natación 25 metros -me dije para mi mismo-, la virgen, esto es imposible. Suelo medir en piscinas de natación para hacerme una idea de la distancias, porque es una medida que conozco físicamente, es decir, desde la experiencia, desde que en el colegio tuve que convivir con una. No, no se haga nadie ilusiones: apenas la usé, y cuando lo hice tragué mucha agua, agua caliente y llena de cloro, que parecía densa y plastosa. Odiaba esas clases. Nunca he nadado bien… Aún así, el monitor me propuso una vez que ingresara en el equipo, por mi percha (inigualable) y mi delgadez (elegantísima, sin duda). Yo, que estaba acomplejadísimo, me puse contentísimo, y me imaginé luciendo unas bellas espaldas como las de mis compañeros del equipo (por cierto, todos rubios y con el pelo rizado al poco de ingresar en el equipo), pero la verdad es que también me acordé de cuando en primero de básica regresaba a mi casa lleno de agua, macizo y pesado como un tentetieso y no conseguía comer. No, gracias. Rechacé la oferta y me fui de aquel despacho con mi mejor sonrisa.
Volviendo sobre el paquete. No. No podía medir tanto. Probé el aparato con mi propia habitación. Correcto. Probé con el pasillo más el fondo del cuarto de baño, 7 +2.30, perfecto. Qué aparato tan mágico, oye. Repetí la operación con la caja. Nada. Error. Fuera de rango. Así que decidí hacerlo a la antigua.
Palmo a palmo intenté recorrer sus aristas… 1, 2, 3, 4, 5… joder, mi mano parecía no avanzar, estiraba cuidadosamente los dedos sobre el cartón, no parecía ni acercarse a la otra esquina, cualquiera que fuese y por más vueltas que le di.
Fui a buscar mi cinta métrica (25 metros, una piscina: a pasos, unos 30, a nado, un suplicio y una carrera perdida mientras mi amigo Manolo se tira por un extremo y sale por el otro como un delfín -rubio y con el pelo rizado, por supuesto-). Estiro la cinta. Estiro, estiro, el carrete gira que te gira… Y tac, se acaba la cinta.
¿Pero qué cojones está pasando?. Mientras doy vueltas por la habitación pensando una respuesta por poco me caigo al suelo enredado en la madeja de cinta. El paquete sigue en el suelo, vuelto hacia su interior, ausente, casi burlón.
Pasé la tarde del uno de Julio sometiendo al paquete a todo tipo de sistemas de medida. Incluso le hice fotos al lado de mi vara de medir fachadas, antecesora del medidor digital laser. El aparato, consiste en una simple vara de 2.5 metros, pintada de blanco o rojo cada medio metro, que aguantas cual Quijote delante de una fachada mientras te hacen una foto a cierta distancia y... Flop, ya está: ya tienes una escala gráfica en la foto sobre la que apoyarte para medir… Si, tiene algunas carencias: necesita un buen aporte de sentido común, ojímetro y un colega. Pero si los tienes, funciona bastante bien. Nada. Cuando intentaba sacar las proporciones sobre la imagen algo fallaba y los cálculos se disparaban.
Mmmm. Quizá sea lo que hay dentro esperando. Por un momento temí que hubiese un gran objeto muy comprimido ahí dentro, y me fuera a deslegar en la cara a abrirlo. Pero no: sus regalos son regalos pequeños, sencillos y cargados de significados, pequeños guiños, algunas señales de humo, metáfora y complicidad, simples y felices pruebas de que me conoce y sabe encajar la pieza de la ilusión de mi puzle sin final (Que en mi es un hueco pequeño y profundo, la escala doméstica de un acontecimiento feliz).
No tenía ni idea de qué podía contener el puto paquete, pero una cosa me ha quedó clara: ya sabía lo primero que iba a hacer el día de mi cumpleaños. Pensé que iba a subirlo a la azotea, por lo que fuera a pasar, pero al final preferí abrirlo directamente en el salón, aunque no sea grande y tenga cosas delicadas… Vaya, que siendo franco y dada la situación, a mí se me hacía mucho más divertido.
También recibí un paquete, unos días antes de mi cumpleaños, con una inscripción: No abrir hasta el dia 2 de Julio. Aquello estaba claro… pero no había ninguna nota que dijese que no podía medirlo ni hacerme una idea de lo que había en su interior. Lo vapuleé un poco para ver cómo sonaba, pero temí que algo se rompiera.
A primera vista, era poco más grande que una caja de zapatos. Sin embargo, cuando ibas a medirlo, el aparato decía que la distancia superaba su rango, que es de 50 metros. Dos piscinas de natación 25 metros -me dije para mi mismo-, la virgen, esto es imposible. Suelo medir en piscinas de natación para hacerme una idea de la distancias, porque es una medida que conozco físicamente, es decir, desde la experiencia, desde que en el colegio tuve que convivir con una. No, no se haga nadie ilusiones: apenas la usé, y cuando lo hice tragué mucha agua, agua caliente y llena de cloro, que parecía densa y plastosa. Odiaba esas clases. Nunca he nadado bien… Aún así, el monitor me propuso una vez que ingresara en el equipo, por mi percha (inigualable) y mi delgadez (elegantísima, sin duda). Yo, que estaba acomplejadísimo, me puse contentísimo, y me imaginé luciendo unas bellas espaldas como las de mis compañeros del equipo (por cierto, todos rubios y con el pelo rizado al poco de ingresar en el equipo), pero la verdad es que también me acordé de cuando en primero de básica regresaba a mi casa lleno de agua, macizo y pesado como un tentetieso y no conseguía comer. No, gracias. Rechacé la oferta y me fui de aquel despacho con mi mejor sonrisa.
Volviendo sobre el paquete. No. No podía medir tanto. Probé el aparato con mi propia habitación. Correcto. Probé con el pasillo más el fondo del cuarto de baño, 7 +2.30, perfecto. Qué aparato tan mágico, oye. Repetí la operación con la caja. Nada. Error. Fuera de rango. Así que decidí hacerlo a la antigua.
Palmo a palmo intenté recorrer sus aristas… 1, 2, 3, 4, 5… joder, mi mano parecía no avanzar, estiraba cuidadosamente los dedos sobre el cartón, no parecía ni acercarse a la otra esquina, cualquiera que fuese y por más vueltas que le di.
Fui a buscar mi cinta métrica (25 metros, una piscina: a pasos, unos 30, a nado, un suplicio y una carrera perdida mientras mi amigo Manolo se tira por un extremo y sale por el otro como un delfín -rubio y con el pelo rizado, por supuesto-). Estiro la cinta. Estiro, estiro, el carrete gira que te gira… Y tac, se acaba la cinta.
¿Pero qué cojones está pasando?. Mientras doy vueltas por la habitación pensando una respuesta por poco me caigo al suelo enredado en la madeja de cinta. El paquete sigue en el suelo, vuelto hacia su interior, ausente, casi burlón.
Pasé la tarde del uno de Julio sometiendo al paquete a todo tipo de sistemas de medida. Incluso le hice fotos al lado de mi vara de medir fachadas, antecesora del medidor digital laser. El aparato, consiste en una simple vara de 2.5 metros, pintada de blanco o rojo cada medio metro, que aguantas cual Quijote delante de una fachada mientras te hacen una foto a cierta distancia y... Flop, ya está: ya tienes una escala gráfica en la foto sobre la que apoyarte para medir… Si, tiene algunas carencias: necesita un buen aporte de sentido común, ojímetro y un colega. Pero si los tienes, funciona bastante bien. Nada. Cuando intentaba sacar las proporciones sobre la imagen algo fallaba y los cálculos se disparaban.
Mmmm. Quizá sea lo que hay dentro esperando. Por un momento temí que hubiese un gran objeto muy comprimido ahí dentro, y me fuera a deslegar en la cara a abrirlo. Pero no: sus regalos son regalos pequeños, sencillos y cargados de significados, pequeños guiños, algunas señales de humo, metáfora y complicidad, simples y felices pruebas de que me conoce y sabe encajar la pieza de la ilusión de mi puzle sin final (Que en mi es un hueco pequeño y profundo, la escala doméstica de un acontecimiento feliz).
No tenía ni idea de qué podía contener el puto paquete, pero una cosa me ha quedó clara: ya sabía lo primero que iba a hacer el día de mi cumpleaños. Pensé que iba a subirlo a la azotea, por lo que fuera a pasar, pero al final preferí abrirlo directamente en el salón, aunque no sea grande y tenga cosas delicadas… Vaya, que siendo franco y dada la situación, a mí se me hacía mucho más divertido.
jueves, 19 de junio de 2008
Esa tragedia surfera del recuerdo.
Trataba de hundir mi tabla para pasar por debajo de un muro de espuma blanca. Al emerger de nuevo al viento de levante y al sol, pensé que olvidarme de ti un instante sería como remar contra las olas del mar.
Entonces ya se levantaba la siguiente sobre mi, la pared comenzaba a formarse, potente y refrescante, como una invitación verdeazulada. Saboreando la magia del mar que ya no encuentra más agua que lo detenga, me dí la vuelta y me eché a remar como loco. Su velocidad tomó por fin el relevo de mi propio peso en el agua... y partimos...
En estos momentos se suspende todo: desde el viento de levante y el sol, a toda esa interminable cadena de pensamientos sobre la vida, esas conversaciones conmigo mismo que se hilan en mi cabeza cada vez que hago deporte. Todo.
...Luego vuelvo a ser yo, yo y mis circunstancias, bañándonos en el Palmar.
Entonces ya se levantaba la siguiente sobre mi, la pared comenzaba a formarse, potente y refrescante, como una invitación verdeazulada. Saboreando la magia del mar que ya no encuentra más agua que lo detenga, me dí la vuelta y me eché a remar como loco. Su velocidad tomó por fin el relevo de mi propio peso en el agua... y partimos...
En estos momentos se suspende todo: desde el viento de levante y el sol, a toda esa interminable cadena de pensamientos sobre la vida, esas conversaciones conmigo mismo que se hilan en mi cabeza cada vez que hago deporte. Todo.
...Luego vuelvo a ser yo, yo y mis circunstancias, bañándonos en el Palmar.
sábado, 14 de junio de 2008
Jesus si existe
Tu al menos tienes los cojones de desaparecer.
Gracias por la lección: saber liar fantásticos y sencillos pitotes con esa maestría.
...por algunas lecciones de dibujo...
Tu y yo sabemos que no nos hemos leído siempre. Tus reseñas de eventos culturales me marean un poco.
Pero uno siempre vuelve, como el gato, a los lugares que consideran su casa, o donde simplemente les dan alimento... Empezando por esos dibujillos.
Y gracias por cierto por uno de ellos, que cuelga en estos momentos mal que bien en mi cuarto , donde la mudanza se ha estancado en el barro del habitar feliz una casa. Otra casa.
Ay, qué vicio.
Uno más, qué gusto da la vida.
A que si.
Un abrazo, señor B.
Gracias por la lección: saber liar fantásticos y sencillos pitotes con esa maestría.
...por algunas lecciones de dibujo...
Tu y yo sabemos que no nos hemos leído siempre. Tus reseñas de eventos culturales me marean un poco.
Pero uno siempre vuelve, como el gato, a los lugares que consideran su casa, o donde simplemente les dan alimento... Empezando por esos dibujillos.
Y gracias por cierto por uno de ellos, que cuelga en estos momentos mal que bien en mi cuarto , donde la mudanza se ha estancado en el barro del habitar feliz una casa. Otra casa.
Ay, qué vicio.
Uno más, qué gusto da la vida.
A que si.
Un abrazo, señor B.
martes, 29 de abril de 2008
Feliz Lunes
Me despierta un ruido de coches en crescendo, mucho antes de que el despertador suene. Primero son unos pocos, fugaces, shiuuuuhhh….
Shiuuuuuhhh.
Cuando empiezan a coger un tímido ritmo me despierto; el cielo está azul oscuro, la calle dorada por los últimos rayos de las farolas. Bebo agua, tengo una erección. La acaricio un momento, la agarro. La saludo. Es tan agradable tener la polla tiesa y dura. Me recorren escalofríos. Los coches siguen pasando en el silencio. Me doy la vuelta, aparto las almohadas y me echo todo lo largo que soy en la diagonal del colchón, dispuesto a disfrutar del metro treinta de la cama los 40 minutazos que quedan. Lo hago así, teatralmente, dejo caer mi cabeza desde los 20 centímetros que la separan del colchón. Más abajo, aprieto mi erección contra él. La aplaco a la fuerza. Esa resistencia es una sensación muy agradable. Es sexual y no lo es. Es algo más, más primitivo, placer sin expresividad. Es como un círculo en el que el sexo pasa secante.
A partir de aquí no duermo exactamente, dormito, tengo algún sueño ligero pero algo dentro de mi sigue el ritmo de los coches esperando a que el despertador suene. Cuando ha pasado a ser un zumbido continuo aderezado de claxons empiezo a pensármelo hasta que por fin me decido.
Casi nunca llega a sonar el despertador.
Me pongo en pie de un salto. Agarro el reloj (al otro lado de la habitación, me obligo a levantarme). Quedan 5 minutos. 10 minutos. 1 minuto. Depende del día, pero siempre queda poco. Relojes biológicos. Rutinas inofensivas. Este es todo el daño que pueden hacerme.
Suspiro, pero no puedo asimilar esa tristeza de las mañanas, de los lunes sobre todo, de las que tanto se queja todo el mundo. Estoy algo cansado, tengo algo de sueño, pero estoy feliz. Simplemente y sin saber muy bien por qué. Quizá sea solo que me gusta el pasillo, me gusta la cocina, los cacharros, el café, la sensación de mis pies dentro de las zapatillas… me gusta Malasaña y me gustas tú, que en alguna parte de otra cuidad te levantas también y sigues tus propios rituales (pienso en la escala de tus cosas, la escalas que van desde la de tus bragas a la gran calle donde coges el autobús).
Dejo que esta certeza me acompañe de la cocina al baño, al calentador, que me proteja del viento para encender una cerilla y acercarla al gas.
Desayuno delante de un telediario, hablando solo, interrumpiéndome a mí mismo con recordatorios del día y pensamientos en alto. En el fondo deseo que fuese sábado y me prometo una vez más que el sábado me levantaré a la misma hora para ser igual de feliz. Cosa que no cumpliré.
Hay un momento que no me gusta. Es cuando tengo que elegir la ropa… normalmente la tengo elegida desde la noche antes, cosa que no me libra de alguna duda o incluso un cambio de planes. Exploración con los cajones, conversación breve con mi imagen en el espejo. Dudas, un par de qué se jodan y la convicción de que en este país los hombres vestimos aburrido.
Lo siguiente es no olvidar nada. Mientras me abrocho el cinturón corro por la casa. Llaves, cartera, tabaco, esos papeles que repletos de notas que guardo en el bolsillo…. Pero siempre olvido algo, siempre vuelvo a entrar en la casa. No falla. Es salir y algo aparece por fin en mi cabeza, para obligarme a volver a entrar. Temo que se convierta en un tic. Me pregunto si no valdría ponerle dos puertas a la casa. ¿Lo aceptará este duende cabrón? Si, lo confieso, lo de mi despiste me tiene algo traumatizado.
Llega el momento de elegir el medio de transporte. Me acerco a la ventana. Los coches se agolpan en una torpe procesión.
Avanzan unos metros: uno se despista: queda un vacío : l o s o t r os lo empujan. Como en una cola de escolares, pero infinitamente más aparatosa, torpe, tediosa.
A veces tengo la impresión de que las ciudades del mundo forman un mismo ser los lunes por la mañana. Una misma materia dinámica, congestionada y humeante, viscosidad de chatarra y preocupaciones. La humanidad vuelve a su alienación por un río podrido de asfalto. Yo miro la luz caer y el mar de fondo sobre este espectáculo, y pienso cómo seguiría habiendo esta luz y este mar si nosotros no existiésemos, bañando la paz en el silencio. Siento esta luz sobre la chapa de los coches como un resto vivo de esa paz, una prueba omnipotente de que podría existir, de que somos nosotros los que hemos interpuesto nuestra fealdad en su trayectoria hacia la tierra.
Creo que hoy iré en bus. Antes de salir hay que coger un par de libros. Hoy llegaré a trabajar después de una buena sesión de” lectura en espacios públicos.“ Esta mañana el bus, al final de la tarde quizá sea la terraza de un café. Lo que hay en medio es el día completo, mi bendita rutina. Que empieza cuando llego al estudio y saludo a todo el mundo, tan alegremente como si mañana mismo nos fuesen a dar las vacaciones (y más de uno pensará que parezco gilipollas, pero que se joda: es más amargo su pensamiento, de ese sabor no le va a salvar ser más listo y cínico que yo). Y acaba cuando me despido, hasta mañana… y si queda alguien, casi ni contesta. Salimos al mundo hermoso de la tarde mediterránea como si llegáramos muy tarde a una fiesta. Pero es temprano ahora para reflexiones sobre el horario de trabajo.
Salgo de la casa. En el sexto escalón me acuerdo de algo. Vuelvo a entrar a cogerlo, entro y salgo. Salgo como cada día.
Me agrada brutalmente el fresco recibimiento que te hace el mundo al salir al exterior. No. No es lo mismo que salir a una terraza, en una terraza está todavía el aliento de la casa. Al salir a la calle, es el aire fresco sin remisión, la luz y el arropo del paisaje, nuestra cuarta piel. Vestido completamente con el mundo, emprendo mi día, como una rata feliz entre la maleza.
domingo, 20 de abril de 2008
My stranger in the night.
Vuelvo a casa, tarde en la noche, como un sábado más… un casi domingo más. Hoy no vengo de los mismos antros, ni de la misma música.
En el coche el vaho empieza a curarse. Tus palabras escritas de advertencia desaparecen para acechar tras el vaho y aparecerseles a otras posibles amantes. El paraguas vuelve a ser un monoplaza, un simple instrumento y no una dulce excusa para apretarte contra mi.
Por el camino desde el aparcamiento las gotas de lluvia parecen ir disolviéndo toda esta historia. Y el chasqueo de los zapatos, en esta tierra de sequía, no colabora menos: es un ritmo alegre que me mece y vela lo demás. Cuando llego a la puerta del portal parezco ya muy lejos del momento en que te dejé, apenas diez minutos antes.
-Casi nada.
-Solo miles de años luz.
-Cuando me di la vuelta y crucé a oscuras el jardín por donde ya nunca paso, una vida anterior me observaba desde la penumbra. Al ladrón, parecían decir. Yo me alejaba. Aquí no ha pasado nada, mi amor. Que nos echen un galgo. Ya somos inalcanzables. Les daremos la vuelta a los bolsillos y reiremos con las manos en alto-
La lluvia arreciando sobre el parabrisas, una ambulancia al pasar como una oveja perdida, esta curva que ayer no parecía tan cerrada… minúsculas historias hacen el resto. La calle desierta hacia el portal.
Pero al entrar en casa, el viernes me habla aún. Un corillo de objetos murmura, canta bajito (¿y no es Sinatra?, esos cabrones), sábanas revueltas, mantas arrojadas, copas sucias de las que sube el olor a champán avinagrado al calor de una larga mañana, tazones de metal, algún grano de chocapic que cruje bajo mi suela húmeda, una fuente, profunda y vacía, con dos tenedores en su interior.
Un cansancio dulce me dice no recojas ahora, mañana ya fregaras... y lo harás silbando.
El lunes te preguntan siempre qué hiciste el fin de semana. Si yo les contara, tardaría tanto que antes de acabar un simple un resumen ya estarían intentando callarme de la envidia y la vergüenza… cortándome con cualquier comentario, desviando ese sentimiento de culpa que le da a uno en presencia de la libertad y del mundo del que Ikea, el pack de vacaciones, imagenio y esos enormes televisores comprados a plazos parecían protegernos a todos... Un mundo que ayer empecé oliendo tus hombros, sobre unos cojines.
Vuelvo a casa, tarde en la noche, como un sábado más…
martes, 1 de abril de 2008
Binta y yo
He vuelto de Senegal y he traído conmigo una tendinitis que me tiene la mano derecha impedida para escribir bien. Es igual: la verdad es que a la experiencia de Senegal le quedan cortas por ahora las palabras. Así que mientras digiero, maduro, todo este revuelo interior (una desconocida brisa de verano), creo que mejor echo mano de este precioso corto de Javier Fesser, llamado "Binta y la gran idea". Porque probablemente puede hablaros mucho mejor que yo de este país contradictorio y hechizante.
Una nota importante: todo lo que vais a ver y sentir, desde el polvo en la calle a las palabras, de los colores (de la ropa a las chapas de coches sin edad) al tiempo mismo (el narrativo, el de la luz y el de los relojes insidiosos, el ritmo de vida)… es cierto. Sucede allí, pasados Marruecos y Mauritania, abrazando Gambia con una sabana y miles de baobabs. No tan lejos de aquí.
(Gracias, Javier, eres un hacha)
Una nota importante: todo lo que vais a ver y sentir, desde el polvo en la calle a las palabras, de los colores (de la ropa a las chapas de coches sin edad) al tiempo mismo (el narrativo, el de la luz y el de los relojes insidiosos, el ritmo de vida)… es cierto. Sucede allí, pasados Marruecos y Mauritania, abrazando Gambia con una sabana y miles de baobabs. No tan lejos de aquí.
(Gracias, Javier, eres un hacha)
viernes, 28 de marzo de 2008
Media patata
Mañana voy a la boda de Elena y será un día de fiesta.
Que sepas que iré la mitad de guapo, la mitad de elegante, la mitad de listo, la mitad de brillante, la mitad de encantador y, por supuesto, la mitad de porno de lo que iría si hubieses sido mi acompañante.
Pero no se puede tener todo.
Y está bien así.
Que sepas que iré la mitad de guapo, la mitad de elegante, la mitad de listo, la mitad de brillante, la mitad de encantador y, por supuesto, la mitad de porno de lo que iría si hubieses sido mi acompañante.
Pero no se puede tener todo.
Y está bien así.
martes, 1 de enero de 2008
Primeros pensamientos fluídos de 2008
Estrenar una azotea no es solo subir a tender la ropa. Hay que darle, además, un uso añadido, algo gratuito, no contemplado pero para lo que la azotea sirve de estupendo soporte. Es triste que una azotea quede como mero plano construido que impide que llueva sobre el último piso, sobre el que emerger las chimeneas, colocar las antenas, algunas instalaciones y los tendederos… No, no es suficiente, una azotea puede ser un Lugar además de un objeto.
Hoy uno de Enero he hecho lo que más he querido hacer desde que empezaron las vacaciones (las navidades es lo que tienen, no te dejan tranquilo entre familia, regalos, gente a la que ver…): he subido a leer a la azotea. No es una azotea como la de antes, no está en el barrio encantador, ni tiene una ciudad entera a sus pies, no forma parte de un ejército de tejados y azoteas privilegiadas a las que suben sus vecinos a contemplar el mundo desde arriba.
Es una azotea normal, bastante extensa, a 9 metros sobre el suelo y no creo que más de 20 sobre el nivel del mar, en un edificio bajo y feo, rodeado por casi todas partes de otros mayores y el resto de casas que sobreviven entre las arboledas de la calle. Está delante de una carretera nacional ruidosa y ancha… Tiene un murete alto, de modo que si quieres ver algo que no sean los edificios de alrededor tienes que estar de pié.
Pero tiene eso que tienen las azoteas y que se me hace irresistible, un trozo de espacio urbano encima y no al pie de los edificios, a cielo abierto y afortunadamente despreciado por sus vecinos en general. Algo de rebelde. Un escondite a la luz del día. ¿De qué?... No lo sé, pero todos hemos hecho escondites de pequeños sin saber de qué nos escondíamos. Yo creo que me escondo del vacío que me produce en el estómago una azotea abandonada a las antenas, las chimeneas y los depósitos de agua.
Los días uno de enero se me atragantan de esa solemnidad estúpida y preciosa que le damos a las cosas. Son días en que se ve todavía el año que se ha ido, algo lejos, llegando al horizonte antes de desaparecer para siempre… Y así visto de lejos empieza a verse en conjunto. Y me impresiona un poco.
El 1 de enero del 2008 es extraño, porque el 2007 lo fue…
Fue un año en que me fue bien y me ocurrieron cosas preciosas, vi la vida avanzar, luché y gané, también perdí bien y tampoco estuvo mal.
Pero en 2007 fue también un año en el que sucedieron cosas que no tenían por qué pasar y han pasado. Ahora se va y ahí nos las deja... y uno ve un año en que en teoría le fue bien y piensa: Joder.
Y en verdad no sabe qué más pensar.
Lugares como la azotea me hacen sentir vivo, fuerte y pequeño, me ayudan a relativizar la inquietud que me producen estos pensamientos.
Feliz 2008 a todos. No esperéis al 2009 para subir, no se lo dejéis todo a las antenas, las chimeneas, ni a los depósitos de agua abandonados. Luego además uno baja y hasta va y postea…
No es mal comienzo.
Hoy uno de Enero he hecho lo que más he querido hacer desde que empezaron las vacaciones (las navidades es lo que tienen, no te dejan tranquilo entre familia, regalos, gente a la que ver…): he subido a leer a la azotea. No es una azotea como la de antes, no está en el barrio encantador, ni tiene una ciudad entera a sus pies, no forma parte de un ejército de tejados y azoteas privilegiadas a las que suben sus vecinos a contemplar el mundo desde arriba.
Es una azotea normal, bastante extensa, a 9 metros sobre el suelo y no creo que más de 20 sobre el nivel del mar, en un edificio bajo y feo, rodeado por casi todas partes de otros mayores y el resto de casas que sobreviven entre las arboledas de la calle. Está delante de una carretera nacional ruidosa y ancha… Tiene un murete alto, de modo que si quieres ver algo que no sean los edificios de alrededor tienes que estar de pié.
Pero tiene eso que tienen las azoteas y que se me hace irresistible, un trozo de espacio urbano encima y no al pie de los edificios, a cielo abierto y afortunadamente despreciado por sus vecinos en general. Algo de rebelde. Un escondite a la luz del día. ¿De qué?... No lo sé, pero todos hemos hecho escondites de pequeños sin saber de qué nos escondíamos. Yo creo que me escondo del vacío que me produce en el estómago una azotea abandonada a las antenas, las chimeneas y los depósitos de agua.
Los días uno de enero se me atragantan de esa solemnidad estúpida y preciosa que le damos a las cosas. Son días en que se ve todavía el año que se ha ido, algo lejos, llegando al horizonte antes de desaparecer para siempre… Y así visto de lejos empieza a verse en conjunto. Y me impresiona un poco.
El 1 de enero del 2008 es extraño, porque el 2007 lo fue…
Fue un año en que me fue bien y me ocurrieron cosas preciosas, vi la vida avanzar, luché y gané, también perdí bien y tampoco estuvo mal.
Pero en 2007 fue también un año en el que sucedieron cosas que no tenían por qué pasar y han pasado. Ahora se va y ahí nos las deja... y uno ve un año en que en teoría le fue bien y piensa: Joder.
Y en verdad no sabe qué más pensar.
Lugares como la azotea me hacen sentir vivo, fuerte y pequeño, me ayudan a relativizar la inquietud que me producen estos pensamientos.
Feliz 2008 a todos. No esperéis al 2009 para subir, no se lo dejéis todo a las antenas, las chimeneas, ni a los depósitos de agua abandonados. Luego además uno baja y hasta va y postea…
No es mal comienzo.
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