lunes, 28 de diciembre de 2009
Golfo cumple 6 años
Por estas fechas, hace 6 años, abrí este blog. 6 años ya dista la noche en que rellené la ficha de blogger en secreto, refugiado por el parentesis de unos minutos de todo el follón de la navidad y me embarqué en una aventura que ha influido mucho, en verdad decisivamente, en mi vida. Ni me imaginaba entonces que artilugio me traería tantas experiencias, tantas aventuras, amigos -temporales y algunos quizá peremnes, de esos de los que solo uno sería ya un tesoro-, y hasta el amor –ahí es nada-… cosas sin las que hoy no sería quien soy sino otra persona, otro yo que jamás estuvo bajo el pseudónimo de Golfo y que hoy caminaría inconsciente bajo este mismo día, cenaría con mi misma familia, brindaría con mi misma copa y comería en mi mismo plato… ja, pobre diablo.
martes, 27 de octubre de 2009
Fechoría
Estábamos aún a unos centímetros de la frontera, del lado en que puedes sentir las catedrales del mundo oscilando suavemente con el viento.
Pedirnos disculpas hubiera sido confirmar nuestros temores.
Así que nos quedamos abrazados y esperamos a que la noche nos trajera de nuevo al lado de la frontera que hace tiempo habíamos decidido habitar.
Pedirnos disculpas hubiera sido confirmar nuestros temores.
Así que nos quedamos abrazados y esperamos a que la noche nos trajera de nuevo al lado de la frontera que hace tiempo habíamos decidido habitar.
jueves, 30 de julio de 2009
Adios Casa.
Escribo sentado en el suelo del estudio. El ordenador descansa sobre la última jarapa. La mudanza está casi terminada. El verano invade la habitación liberada y se arremolina alegremente en el hueco que yo dejo para las historias que vengan. Desordena los cientos de momentos que dan forma a estos dos años, momentos hermosos, horribles y, entretanto, momentos de paz o simple indiferencia… los menos, la verdad.
Desde que a falta de muebles habito más el suelo, veo la casa desde una perspectiva nueva. Desde la altura de un niño pequeño -entre colonias de objetos en retirada- me veo a mi mismo... y, mal que me bien, me reconozco.
EL sábado cerraré con las mismas palabras con las que cierro cada mañana al salir, pensando en cuando regrese, ya al otro lado del día. Me gusta recrear en mi cabeza su voz que me contesta desde su garganta de habitaciones y armarios. Es una voz profunda y femenina, que llega a mi rebotada por la pared del pasillo junto al resplandor que por alguna ventana tre el sol de levante.
Me despido acostado en una gran hamaca que flota sobre el suelo del estudio, tendida entre una nueva nostalgia y una nueva ilusión.
Desde que a falta de muebles habito más el suelo, veo la casa desde una perspectiva nueva. Desde la altura de un niño pequeño -entre colonias de objetos en retirada- me veo a mi mismo... y, mal que me bien, me reconozco.
EL sábado cerraré con las mismas palabras con las que cierro cada mañana al salir, pensando en cuando regrese, ya al otro lado del día. Me gusta recrear en mi cabeza su voz que me contesta desde su garganta de habitaciones y armarios. Es una voz profunda y femenina, que llega a mi rebotada por la pared del pasillo junto al resplandor que por alguna ventana tre el sol de levante.
Me despido acostado en una gran hamaca que flota sobre el suelo del estudio, tendida entre una nueva nostalgia y una nueva ilusión.
domingo, 5 de julio de 2009
Hay veces en las que, de pronto, desde el sitio en que estas, allá donde mires, la visión encaja en no sé qué puzzle invisible y verdadero. Y, con cada arista y cada tono de color, como una de esas películas que hay que ver por segunda vez, el mundo parece un mensaje en clave recién descifrado.
Estoy en Torremolinos. Al principio de este lugar donde nunca antes estuve porque nada se me había perdido.
A mi derecha veo la orilla extenderse hasta qué se yo donde, las cañas de pesca asomándas al infinito, las luces de colores de los chiringuitos y los puntos dorados y perfectamente ordenados en las fachadas de los enormes hoteles pasados de moda.
Yo me encuentro a salvo sentado en la arena fría.
A la izquierda, la oscuridad sobre la playa de levante y sus tumbonas vacías, las luces de los bloques de Sacaba Beach, perdidos y felices entre la ciudad y la periferia, y, más allá, el resto de la bahía encendida y silenciosa solo como un caldo justo antes de hervir… En alguna parte entre ellas, el Pantalán de la Cross se camufla en la oscuridad marina, bendecido por una soledad sin nombre que me produce tanto miedo como ganas de explorarlo.
Frente a mi, a pocos metros, el Mediterráneos entero con sus minúsculas olas les susurra algo a mis zapatos llenos de polvo y arena.
No se tiene que perder nada para ir a un lugar. Los lugares existen. Para mi es importante no olvidarme de ello.
Hay veces que el paisaje te envuelve, cerrando definitivamente a tu alrededor esa cosa que llamamos realidad que te entrega como un abrigo en una mañana muy fría. Entonces puedes leer claramente el tramo del mensaje del mundo que empieza a escribirse en el horizonte y acaba en tu propia piel.
Te sientes terriblemente vivo en el silencio cotidiano de la verdad.
Me llamo #…, tendré 31 años en pocas horas y reconozco este instante como parte de la vida que me ha tocado vivir del mismo modo en que un astronauta clava su bandera sobre la luna.
Estoy en Torremolinos. Al principio de este lugar donde nunca antes estuve porque nada se me había perdido.
A mi derecha veo la orilla extenderse hasta qué se yo donde, las cañas de pesca asomándas al infinito, las luces de colores de los chiringuitos y los puntos dorados y perfectamente ordenados en las fachadas de los enormes hoteles pasados de moda.
Yo me encuentro a salvo sentado en la arena fría.
A la izquierda, la oscuridad sobre la playa de levante y sus tumbonas vacías, las luces de los bloques de Sacaba Beach, perdidos y felices entre la ciudad y la periferia, y, más allá, el resto de la bahía encendida y silenciosa solo como un caldo justo antes de hervir… En alguna parte entre ellas, el Pantalán de la Cross se camufla en la oscuridad marina, bendecido por una soledad sin nombre que me produce tanto miedo como ganas de explorarlo.
Frente a mi, a pocos metros, el Mediterráneos entero con sus minúsculas olas les susurra algo a mis zapatos llenos de polvo y arena.
No se tiene que perder nada para ir a un lugar. Los lugares existen. Para mi es importante no olvidarme de ello.
Hay veces que el paisaje te envuelve, cerrando definitivamente a tu alrededor esa cosa que llamamos realidad que te entrega como un abrigo en una mañana muy fría. Entonces puedes leer claramente el tramo del mensaje del mundo que empieza a escribirse en el horizonte y acaba en tu propia piel.
Te sientes terriblemente vivo en el silencio cotidiano de la verdad.
Me llamo #…, tendré 31 años en pocas horas y reconozco este instante como parte de la vida que me ha tocado vivir del mismo modo en que un astronauta clava su bandera sobre la luna.
domingo, 21 de junio de 2009
Esas almas anónimas averiadas
"El infierno hay que cruzarlo solo.
Si llevas a un guía, tendrás de pagarle, y tarde o temprano se te acabarán las monedas -tu infierno se hará basto para que así sea-.
Si llevas a un amigo que te acompañe, lo atravesareis, sin duda, y hasta se hará llevadero el viaje…
Pero entonces el infierno tendrá que repetirse más adelante.
Y así lo hará una y otra vez hasta que lo cruces solo.
Completamente solo."
Pensaba en esto mientras corría, en la noche, entre semáforos y chiringuitos, entre el sonido de los coches rezagados del día, salpicado por el tintineo de los mojitos, y el rumor de las olas del mar tamizado por el fuego de las sardinas.
Si llevas a un guía, tendrás de pagarle, y tarde o temprano se te acabarán las monedas -tu infierno se hará basto para que así sea-.
Si llevas a un amigo que te acompañe, lo atravesareis, sin duda, y hasta se hará llevadero el viaje…
Pero entonces el infierno tendrá que repetirse más adelante.
Y así lo hará una y otra vez hasta que lo cruces solo.
Completamente solo."
Pensaba en esto mientras corría, en la noche, entre semáforos y chiringuitos, entre el sonido de los coches rezagados del día, salpicado por el tintineo de los mojitos, y el rumor de las olas del mar tamizado por el fuego de las sardinas.
lunes, 8 de junio de 2009
Encontrado en algún soporte con memoria
Me vuelven las palabras a la mente mientras subo la cuesta. Ha sido un día magnífico: He escrito, he hecho collages para algún regalo, he comido con buenos amigos en el campo que apenas empieza donde acaba esta ciudad sin periferia… desde nuestro minúsculo prado colgado de una ladera, se veía en frente el sacromonte, y abajo la catedral, la ciudad atardeciendo, enmarcada por la Alhambra y el Albaicin… ahí es nada. Ensaladas varias, quesos de la última vez, patatas, chapata respirar el campo abierto a solo 200 metros del mundo… de lujo. También he tenido un accidente increíble con mi lavadora, en el que un rollo de papel higiénico que debió hace una semana dentro del bombo ha sido desintegrado y se ha extendido en un curiosos estampado de virutas blancas por todas mis camisetas y mi ropa interior. Del rollo no ha quedado nada, excepto un flácido pedazo de cartón. Son cosas que me ocurren a veces, cosas ridículas, engorrosas e inesperadas… pero son las cosas que me ocurren a mi, y en el fondo, me hacen sentir especial.
Subo hacia casa cansado ya, con el corazón tranquilo en comparación con la energía que me dan las mañanas y con la que iba a embarcarme a escribir cuando recibí tu email… y ahora que llego satisfecho y jadeante, me vuelven las palabras a la mente.
Vayamos a Londres… y me doy cuenta de que las he escuchado como quien escucha el estribillo de una canción, como si no me estuviesen diciendo vayamos a Londres sino esas cosas que se dicen a veces cuando no se puede decir de otro modo, una metáfora, qué se yo. Una idea sencilla y abstracta como un grito de guerra. Una frase ahí puesta, y firmada por ti. Y así voy y me posiciono y casi puerilmente me lanzo, te vapuleo, te suelto la mía, continuo con esta divertida manía de llevarnos la contraria y filosofar juntos, sea a duo o por rounds, que sigue siendo un gran placer. Ahora llego a casa y me doy cuenta de que quizá ya no somos aquellos dos enanos que no se podían tomar en serio más que en clave de sueños, en su mundo poético lleno de entresijos y laberintos que cuesta su tiempo construir pero que ahí quedan. Paso frente a mi balcón y de pronto me pregunto si era efectivamente el estribillo de tu canción, una imagen que te retrata, un estado de ánimo… o simplemente una carta que llega diciendo que nos vayamos a Londres, donde al parecer, todavía te empeñas en mantener secuestradas tus esperanzas de que todo es posible.
Subo hacia casa cansado ya, con el corazón tranquilo en comparación con la energía que me dan las mañanas y con la que iba a embarcarme a escribir cuando recibí tu email… y ahora que llego satisfecho y jadeante, me vuelven las palabras a la mente.
Vayamos a Londres… y me doy cuenta de que las he escuchado como quien escucha el estribillo de una canción, como si no me estuviesen diciendo vayamos a Londres sino esas cosas que se dicen a veces cuando no se puede decir de otro modo, una metáfora, qué se yo. Una idea sencilla y abstracta como un grito de guerra. Una frase ahí puesta, y firmada por ti. Y así voy y me posiciono y casi puerilmente me lanzo, te vapuleo, te suelto la mía, continuo con esta divertida manía de llevarnos la contraria y filosofar juntos, sea a duo o por rounds, que sigue siendo un gran placer. Ahora llego a casa y me doy cuenta de que quizá ya no somos aquellos dos enanos que no se podían tomar en serio más que en clave de sueños, en su mundo poético lleno de entresijos y laberintos que cuesta su tiempo construir pero que ahí quedan. Paso frente a mi balcón y de pronto me pregunto si era efectivamente el estribillo de tu canción, una imagen que te retrata, un estado de ánimo… o simplemente una carta que llega diciendo que nos vayamos a Londres, donde al parecer, todavía te empeñas en mantener secuestradas tus esperanzas de que todo es posible.
martes, 19 de mayo de 2009
domingo, 19 de abril de 2009
Prospecciones
A veces uno descubre cosas dentro de si mismo. Iba yo en mi coche hurgándome con el dedo en la nariz (no pongais esa cara que todos lo haceis), cuando de pronto pasé un enorme bache.
Si, así fué, justo como lo estais imaginando.
...Entonces fué cuando, con el dedo metido hasta los nudillos pude sentir cómo con la punta estaba tocando una idea. Me sorprendió su tacto frío, blando y suave, como del de una medusa vestida de terciopelo.
Por supuesto solo fue un segundo: asustado, me saqué el dedo lo más rápido que pude y me miré al espejo para comprobar que no me había deformado la cara.
Estaba perfecta. Vaya cagueta.
...Casi me arrepentí de haberlo sacado tan pronto y de no acariciar un momento más aquella idea que acababa de descubrir por accidente y en la que me quedé pensando el resto de la noche. Me sentía afortunado. Me veía habitando el mundo con esta idea en la cabeza, entre la gente, comprando el pan, trabajando, saltando en un concierto, cenando por ahí... Pensé que quizá eso era -y por fin podía comprender- lo que sienten algunos al llevar una gran joya bajo la camisa. Mientras trataba de memorizar el recuerdo físico de aquel tacto, no dejaba de hacerme preguntas: cuando la pensaría -si es que iba a pensar la alguna vez-, si se desvanecería cuando lo hiciese o si permanecería ahí dentro; y, sobre todo, qué traería consigo: si sería una catedral o un pequeño juego de construcción, si sería un dibujo, un cuento o uno de estos post... si podría, en suma, alimentar el fuego de muchos días o solo sería una pequeña chispa que hiciese a alguien sonreir.
Si, así fué, justo como lo estais imaginando.
...Entonces fué cuando, con el dedo metido hasta los nudillos pude sentir cómo con la punta estaba tocando una idea. Me sorprendió su tacto frío, blando y suave, como del de una medusa vestida de terciopelo.
Por supuesto solo fue un segundo: asustado, me saqué el dedo lo más rápido que pude y me miré al espejo para comprobar que no me había deformado la cara.
Estaba perfecta. Vaya cagueta.
...Casi me arrepentí de haberlo sacado tan pronto y de no acariciar un momento más aquella idea que acababa de descubrir por accidente y en la que me quedé pensando el resto de la noche. Me sentía afortunado. Me veía habitando el mundo con esta idea en la cabeza, entre la gente, comprando el pan, trabajando, saltando en un concierto, cenando por ahí... Pensé que quizá eso era -y por fin podía comprender- lo que sienten algunos al llevar una gran joya bajo la camisa. Mientras trataba de memorizar el recuerdo físico de aquel tacto, no dejaba de hacerme preguntas: cuando la pensaría -si es que iba a pensar la alguna vez-, si se desvanecería cuando lo hiciese o si permanecería ahí dentro; y, sobre todo, qué traería consigo: si sería una catedral o un pequeño juego de construcción, si sería un dibujo, un cuento o uno de estos post... si podría, en suma, alimentar el fuego de muchos días o solo sería una pequeña chispa que hiciese a alguien sonreir.
jueves, 9 de abril de 2009
¡Eh, espera!
No se donde está el comentario que has dejado. Haloscan no tiene punto de retroceso. No se si estás aún allí y si habrá mas pistas, o si has terminado… Rastreo y rastreo, de un post a otro. “United kingdom”, “Europe”, “United kindom”, “Europe”... ¿Puede ser ser que dos personas distintas se estén leyendo el mismo blog entero y en el mismo instante?... Sigo el rastro como una cuerda larga temo que se deshilache de un post a otro.
...Toco el primer post de todo el blog como el fondo de una piscina. Miro hacia atrás y solo veo mis burbujas ascendiendo a través del silencio eléctrico y al fondo la superficie ondulante del último post: mi escritorio, mi silla vacía, mi ventana, el cielo sobre los árboles, el jardín del mundo deformando ahí fuera.
Nunca pensé que volvería a pasar. No se si he llegado tarde, pero sea en este justo momento, o sea el día en que vuelvas por aquí, recibe mi más cálido saludo.
...Toco el primer post de todo el blog como el fondo de una piscina. Miro hacia atrás y solo veo mis burbujas ascendiendo a través del silencio eléctrico y al fondo la superficie ondulante del último post: mi escritorio, mi silla vacía, mi ventana, el cielo sobre los árboles, el jardín del mundo deformando ahí fuera.
Nunca pensé que volvería a pasar. No se si he llegado tarde, pero sea en este justo momento, o sea el día en que vuelvas por aquí, recibe mi más cálido saludo.
sábado, 28 de marzo de 2009
Karmafónicas (I)
Tengo varios amigos que han trabajado de teleoperador.
Uno tenía que contestar al teléfono, del plus, creo. Un día de pedí que me dijera lo que tenía que contestar al coger el teléfono, que lo reprodujera tal y como lo hacía, como si yo fuera un cliente que acabara de llamar. Cuando terminó su magnífica frase, que parecía dicha por una reproducción audio preinstalada en su laringe, le pregunté por qué todos los operadores ponían esa misma voz al contestar. “Cuando tengas que repetir la misma frase 300 veces en un solo día ya me dices tu si no se te pone esta misma voz de gilipollas”, me dijo con su voz normal, la suya propia, cálida, grave en general y salpicada de pequeños gallos producidos por el enorme entusiasmo que tiene mi amigo por la vida.
Tengo otro que lo tenía peor: tenía que llamar él y ofrecer flamantes tarjetas de crédito. Me contaba lo triste que era cuando uno cogía el teléfono para decirle que no y él tenía que insistir un par de veces y despedirse amablemente por cuatrigésima vez en el día. A veces le colgaban directamente cuando empiezan a hablar, otras al él mismo le daba lástima escuchar al pobre incauto deshaciéndose en disculpas por no comprar un producto que él mismo no compraría ni harto de vino.
Un día le contaba a mi amigo la venganza surrealista que me tomé con una chica que me había partido el corazón. La chica venía a recoger sus cosas y yo no quería verme en una situación tópicamente dramática y dolorosa, así que me entretuve un poco y, cuando llegó, se encontró que tenía que buscarlas por los tejados de las casas del barrio, trepando y corriendo de un alero al otro y llamándome joputa mientras yo, acostumbrado más que ella a correr entre las tejas, la perseguía acribillándola con un par de enormes pistolas de agua. Creo que es una de las formas más hermosas que he tenido en mi vida de darle esquinazo a la tristeza.
A una escala menor, a mi amigo, el de las tarjetas de crédito, eso le recordó algo, un consejo, una propuesta: me dijo que la próxima vez que recibiese una de esas tristes llamadas en las que no tienes nada que decir ni nada que aceptar, antes que colgar como uno más de la lista mecánica de los números del mundo, hiciese alguna gilipollez, algo divertido, algo inesperado y luminoso…. Pues no te puedes imaginar, me dijo, lo que puede significar ese instante en medio de la oscura, monótona y alienante jornada laboral de un teleoperador, confinado quizá en el sótano de algún parque tecnológico.
Mi amigo es un cristo.
Uno tenía que contestar al teléfono, del plus, creo. Un día de pedí que me dijera lo que tenía que contestar al coger el teléfono, que lo reprodujera tal y como lo hacía, como si yo fuera un cliente que acabara de llamar. Cuando terminó su magnífica frase, que parecía dicha por una reproducción audio preinstalada en su laringe, le pregunté por qué todos los operadores ponían esa misma voz al contestar. “Cuando tengas que repetir la misma frase 300 veces en un solo día ya me dices tu si no se te pone esta misma voz de gilipollas”, me dijo con su voz normal, la suya propia, cálida, grave en general y salpicada de pequeños gallos producidos por el enorme entusiasmo que tiene mi amigo por la vida.
Tengo otro que lo tenía peor: tenía que llamar él y ofrecer flamantes tarjetas de crédito. Me contaba lo triste que era cuando uno cogía el teléfono para decirle que no y él tenía que insistir un par de veces y despedirse amablemente por cuatrigésima vez en el día. A veces le colgaban directamente cuando empiezan a hablar, otras al él mismo le daba lástima escuchar al pobre incauto deshaciéndose en disculpas por no comprar un producto que él mismo no compraría ni harto de vino.
Un día le contaba a mi amigo la venganza surrealista que me tomé con una chica que me había partido el corazón. La chica venía a recoger sus cosas y yo no quería verme en una situación tópicamente dramática y dolorosa, así que me entretuve un poco y, cuando llegó, se encontró que tenía que buscarlas por los tejados de las casas del barrio, trepando y corriendo de un alero al otro y llamándome joputa mientras yo, acostumbrado más que ella a correr entre las tejas, la perseguía acribillándola con un par de enormes pistolas de agua. Creo que es una de las formas más hermosas que he tenido en mi vida de darle esquinazo a la tristeza.
A una escala menor, a mi amigo, el de las tarjetas de crédito, eso le recordó algo, un consejo, una propuesta: me dijo que la próxima vez que recibiese una de esas tristes llamadas en las que no tienes nada que decir ni nada que aceptar, antes que colgar como uno más de la lista mecánica de los números del mundo, hiciese alguna gilipollez, algo divertido, algo inesperado y luminoso…. Pues no te puedes imaginar, me dijo, lo que puede significar ese instante en medio de la oscura, monótona y alienante jornada laboral de un teleoperador, confinado quizá en el sótano de algún parque tecnológico.
Mi amigo es un cristo.
sábado, 14 de marzo de 2009
Cancha
Estoy leyendo echado bajo un árbol del jardín del club de paddle, uno de esos clubes sociales moribundos, a los que apenas les queda más que el paddle para sobrevivir. Aquí he visto mil bodas, algunos bautizos, incluso mi propia comunión -cuyo recuerdo más profundo y amado es el Spectrum que pude comprarme con las 20.000 pelillas que alguien me regaló. Puede que la comunión no me acercara a Cristo, pero si a esa máquina, bendita y transitoria, de la que algunos de los que me leéis habéis oído hablar.-
Curiosamente, hoy he llegado hasta aquí. El por qué no es interesante. Los del trabajo han organizado un campeonato de paddle y unos cuantos, que no íbamos a jugar, hemos venido a ver porque parecía divertido. para descubrir que en verdad no lo es, y hasta el punto no lo es que los he dejado ahí y me venido a echarme bajo este árbol a leer. Pero estar aquí es cuanto menos una sensación curiosa.
Hace sol y cuando miro por encima de las tapias de este jardín que insiste sobre sus ruinas en ser un lugar feliz, me gusta la luz que cae sobre las casas del monte: chalets de un barrio residencial de esos que odio, pero que bajo esta luz solo parecen el soporte de una tarde límpida, los granos de la pantalla donde se proyecta la luz de este instante de espacio perfecto.
Por encima de mi libro, aparecen dos niños. Están vestidos de futbol y se acompañan con una pelota a pequeñas patadas. No se deciden en donde jugar. No hay cancha, ni siquiera hay espacio. Pero eso da igual. Esta pequeña cancha de 5 metros entre mi árbol y el bode de una piscina de agua verde. Cuando eres pequeño siempre hay sitio. Yo he visto jugar a mis amigos vestidos de futbol en las canchas más imposibles. Bastaban 2 anoraks para acotar la portería y que yo me fuera a jugar a otra parte o me subiese a casa, mortalmente aburrido. Pero el recuerdo es siempre más dulce y casi me dan ganas de darles mi propia camisa para hacer un poste.
En un momento dado, uno de los niños da un pequeño salto hacia atrás, colocándose detrás de la pelota, y mientras lo hace estira los brazos hacia arriba y hace un ruido con la boca: un ruido perfecto y emocionante de cuerpo que se eleva en el aire dando una voltereta para atrás mientras el público lo aclama... Cae justo detrás de la pelota que tenía atrás, flexionando un poco las piernas y mirando al infinito.
Entonces calla de golpe y se yergue.
El estadio enmudece cuando me mira un instante.
Lo he visto y lo sabe.
El estadio, cuyas voces salían todas del fondo de su garganta, se desvanece definitivamente en el aire del club y sus piscinas vacías. Se avergüenza, y no tanto de haber usado la imaginación, sino de que yo le haya visto. Su no-voltereta: magnífica, de las mejores que no volveré a ver en mi vida, prendida de pronto por el enemigo, expuesta probablemente a ser sometida a sus reglas de adulto. Las mismas, por cierto, que producen película en que los árboles andan y los países que necesitan idiomas y fronteras.
Le entiendo, a mi también me pasaba, de hecho, me pasa aún... Y no se qué haría si alguien me viese haciendo mis volteretas. No se qué harían si alguno de los que están allí viendo el paddle me pillara tocando mi fender jazzmaster de aire y cantando a gritos surrados para un público enardecido, desplegándome y replegándome sobre mi mismo convertido en un transformer o cualquier otro magnífico organismo cybernético -movimientos que acompaño con un montón de ruidos con la boca- o embistiendo a mi intimidad, bien cogida por la cintura, mientras le come el coño a una amiga sentada sobre la encimera... en esos 3 infinitos y valiosos minutos de imaginación liberada frente al espejo del baño de la oficina.
Mi cancha si que es pequeña.
Curiosamente, hoy he llegado hasta aquí. El por qué no es interesante. Los del trabajo han organizado un campeonato de paddle y unos cuantos, que no íbamos a jugar, hemos venido a ver porque parecía divertido. para descubrir que en verdad no lo es, y hasta el punto no lo es que los he dejado ahí y me venido a echarme bajo este árbol a leer. Pero estar aquí es cuanto menos una sensación curiosa.
Hace sol y cuando miro por encima de las tapias de este jardín que insiste sobre sus ruinas en ser un lugar feliz, me gusta la luz que cae sobre las casas del monte: chalets de un barrio residencial de esos que odio, pero que bajo esta luz solo parecen el soporte de una tarde límpida, los granos de la pantalla donde se proyecta la luz de este instante de espacio perfecto.
Por encima de mi libro, aparecen dos niños. Están vestidos de futbol y se acompañan con una pelota a pequeñas patadas. No se deciden en donde jugar. No hay cancha, ni siquiera hay espacio. Pero eso da igual. Esta pequeña cancha de 5 metros entre mi árbol y el bode de una piscina de agua verde. Cuando eres pequeño siempre hay sitio. Yo he visto jugar a mis amigos vestidos de futbol en las canchas más imposibles. Bastaban 2 anoraks para acotar la portería y que yo me fuera a jugar a otra parte o me subiese a casa, mortalmente aburrido. Pero el recuerdo es siempre más dulce y casi me dan ganas de darles mi propia camisa para hacer un poste.
En un momento dado, uno de los niños da un pequeño salto hacia atrás, colocándose detrás de la pelota, y mientras lo hace estira los brazos hacia arriba y hace un ruido con la boca: un ruido perfecto y emocionante de cuerpo que se eleva en el aire dando una voltereta para atrás mientras el público lo aclama... Cae justo detrás de la pelota que tenía atrás, flexionando un poco las piernas y mirando al infinito.
Entonces calla de golpe y se yergue.
El estadio enmudece cuando me mira un instante.
Lo he visto y lo sabe.
El estadio, cuyas voces salían todas del fondo de su garganta, se desvanece definitivamente en el aire del club y sus piscinas vacías. Se avergüenza, y no tanto de haber usado la imaginación, sino de que yo le haya visto. Su no-voltereta: magnífica, de las mejores que no volveré a ver en mi vida, prendida de pronto por el enemigo, expuesta probablemente a ser sometida a sus reglas de adulto. Las mismas, por cierto, que producen película en que los árboles andan y los países que necesitan idiomas y fronteras.
Le entiendo, a mi también me pasaba, de hecho, me pasa aún... Y no se qué haría si alguien me viese haciendo mis volteretas. No se qué harían si alguno de los que están allí viendo el paddle me pillara tocando mi fender jazzmaster de aire y cantando a gritos surrados para un público enardecido, desplegándome y replegándome sobre mi mismo convertido en un transformer o cualquier otro magnífico organismo cybernético -movimientos que acompaño con un montón de ruidos con la boca- o embistiendo a mi intimidad, bien cogida por la cintura, mientras le come el coño a una amiga sentada sobre la encimera... en esos 3 infinitos y valiosos minutos de imaginación liberada frente al espejo del baño de la oficina.
Mi cancha si que es pequeña.
viernes, 13 de marzo de 2009
Una vez que me rendí
A veces, aporreando la guitarra, en medio de mi swing destartalado, me ocurre algo curioso:
Se me cae la pua dentro del instrumento. Así, de pronto, desaparece de mis manos que tropiezan con las cuerdas enredadas en un bramidus imterruptus... Y solo cuando cesa el ruido de la canción y la escucho caer en algún lugar de la caja me doy cuenta de lo que está pasando.
Normalmente acabo la canción sin ella. Ya se sabe. The show must go on.
Luego le doy la vuelta a la guitarra y comienzo a agitar en todas direcciones, según escuche que va hacia un lado o hacia el otro con su tintineo sordo de plástico. Sal de ahí, saaaaaaal. Procuro acercarla al agujero pero no es fácil. A veces cae. Siempre acaba por caer.
Hoy se me ha vuelto a escurrir la pua dentro de la guitarra. Y, harto de escucharla ir de un lado a otro agitando el instrumento como una gran maraca, he decidido ir a buscarla yo mismo, aflojando mucho las cuerdas y metiendo la mano dentro.
Hoy en algún rincón de la madera sin barnizar, no encontré una pua… sino dos. Tendríais que ver mi cara.
De la otra sabe ya dios cuando me olvidé.
Flop.
Se me cae la pua dentro del instrumento. Así, de pronto, desaparece de mis manos que tropiezan con las cuerdas enredadas en un bramidus imterruptus... Y solo cuando cesa el ruido de la canción y la escucho caer en algún lugar de la caja me doy cuenta de lo que está pasando.
Me cago en...
Normalmente acabo la canción sin ella. Ya se sabe. The show must go on.
Luego le doy la vuelta a la guitarra y comienzo a agitar en todas direcciones, según escuche que va hacia un lado o hacia el otro con su tintineo sordo de plástico. Sal de ahí, saaaaaaal. Procuro acercarla al agujero pero no es fácil. A veces cae. Siempre acaba por caer.
Hoy se me ha vuelto a escurrir la pua dentro de la guitarra. Y, harto de escucharla ir de un lado a otro agitando el instrumento como una gran maraca, he decidido ir a buscarla yo mismo, aflojando mucho las cuerdas y metiendo la mano dentro.
Hoy en algún rincón de la madera sin barnizar, no encontré una pua… sino dos. Tendríais que ver mi cara.
De la otra sabe ya dios cuando me olvidé.
lunes, 12 de enero de 2009
Para un diccionario secreto...
Hipotenusa: Esa palabra que de pronto se levanta del papel enseñando las garritas bajo tu nariz, exacta como un filamento, desafiante como un antiguo animal marino.
lunes, 5 de enero de 2009
Björk se habría corrido
Un poco cansado de todo esto me volví y caminé hacia el borde del dique como un perro que decide olisquear por otro lado. Mi primer instinto fue el de mirar si se veía el fondo. El agua estaba de un verde cristalino y las rocas de la pared, cubiertas de algas, se perdían hacia el fondo como las colinas de algún oscuro y frondoso planeta. Al fondo, brillaba su luna entre el polvo suspendido. Una lata probablemente, aún sin oxidar, no haría mucho que estaba allí: un objeto joven, pensé, un recién llegado al mundo misterioso de los fondos de los diques y los ríos de todas las ciudades del mundo y de todo lo que se han tragado.
Fuera del agua hipnótica y helada, en algún punto, detrás de mí, ella miraba distraída a su alrededor, dando vueltas sin mover los pies, cruzando y descruzando las piernas con las manos en los bolsillos y el pensamiento ligero de una modelo de catálogo de otoño.
Unos patos, un ciento quizá, aleteaban en el agua. Flapflapflapflap. Los aplausos arrugaron lejanamente el silencio, amortiguados por la humedad del mediodía. Desde el borde del dique hice una reverencia a una platea inexistente para hacerla reír. Lo conseguí. Sin volverme, saboreé el sonido de su risa, su música femenina en medio de aquel instante sin eco.
Al fondo, algunos barcos viejos atracados, de esos que uno no sabe cuando salieron por última vez, si aún salen ni si aún saldrán, recordaban dulcemente que aquel lugar renovado y reluciente no era ajeno al tiempo y a las historias, en contraste con los nuevos edificios que solo hablaban de lo potencial, vacíos aún como los bornes de un enchufe de sus pisos sin estrenar. En aquel paisaje, los viejos barcos, los aparejos y las exclusas, eran una isla de continuidad verdadera, un recuerdo de lo anterior más allá de lo estético.
Los patos echaron a volar, rodearon el dique, formaron poco a poco esa V tan curiosa que los guía en las migraciones y que al pasar se reflejó en el agua. Entonces fue cuando me di cuenta: a la derecha, el agua del dique se movía inquieta bajo el cielo encapotado, mientras que a la izquierda, el agua estaba lisa y brillante. Un extraño y suavísimo oleaje concéntrico interrumpía aquí y allá la superficie del espejo con un burbujeo sin aire, como si alguien impulsara el agua desde dentro contra un cielo que pesara treinta veces más.
Esto hay que probarlo, me dije buscando una piedra por el suelo, pensando en cargarme aquella quietud con el placer del que se arroja uno sobre la nieve virgen, casi dispuesto si hacía falta a tirarme yo mismo y a conquistar con mis olas la quietud de la piscina. Encontré la piedra y la lancé con todas mis fuerzas al centro del dique. Imaginé círculos concéntricos, cada vez más enormes y lentos…
El agua crujió con un sonido de bocado sin eco y un agujero sin ola alguna se tragó la piedra con una enorme frialdad. Tras de sí, la pierda dejó una estela de burbujas que formaron manchas azuladas de aire que al subir quedó aprisionado bajo el hielo.
El crujido magnífico de lo que parecía líquido.
La piedra tragada lentamente por la oscuridad.
El cráter anegado.
Y luego aquella imagen invertida: el aire aguantando el empuje del agua contra el cristal, hecho bolitas como el mercurio que soporta la atmósfera sobre la palma de la mano.
Una segunda pedrada abrió otro agujero. El aire se abrió camino bajo la superficie como un animal que sigue un rastro invisible, supongo que guiado por pendientes sutiles… en el camino se dividió dos veces: dos manchas que quedaron estancadas y las otras dos que siguieron hacia los agujeros, donde finalmente desaparecieron, menguando violentamente con un alegre burbujeo.
Después de esto solo quedó aquel mismo y misterioso oleaje concéntrico que no era más, ahora lo sabía, que el agua rebosando suavemente sobre la superficie del hielo que la aprisiona.
Se me ocurrió entonces lanzar un buen puñado de chinos como una lluvia sobre el dique helado. Aquello iba a ser una fiesta, un follón, miles de agujeros y de manchas de aire corriendo de aquí a allá… el aquelarre de los estados de la materia transparente.
Por simple que parezca, a veces no es fácil encontrar una piedra, puta manía de las ciudades de pavimentarlo todo. Busqué grava acumulada en alguna grieta, al borde del asfalto, donde fuera, caminé unos metros, no me di por vencido, tenía una enorme ilusión…
Cuando las piedrecitas cayeron no hubo ningún agujero. En vez de esto las vi rebotar en el hielo, bailando nerviosas contra sus nerviosos reflejos, y aquel campanilleo sonó en el silencio del día como si millones de minúsculos seres desenvainaran al mismo tiempo sus espadas diminutas.
“Dios…” Me volví hacia ella antes de que aquel acorde se apagara y se lo fuera a perder. Me miraba a través de la cámara. Sus párpados, sus ojos concentrados sobre la pantallita. “Bjork se habría corrido”, le dije. Y supuse mi imagen enlatada en LCD de dos pulgadas y media, idéntica a un instante ya lejano, como a un pececillo en la pecera de la memoria, al que ella sonreía envuelta en su bufanda, asintiendo, a solo unos metros de mi.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)