domingo, 22 de febrero de 2004

Yo valgo un partido

No me gusta el fútbol. Nunca me ha gustado, por más que lo intento, por más que mis amigos con su buen corazón, me expliquen que el fútbol te hace estar en el mundo, que hace amigos y buenos contactos, que con lo difícil que es hablar hoy con alguien, siempre le puedes hablar de fútbol. Que el fútbol me hará libre
Razón no les falta, desde mi más tierna infancia, cuando sentados en un escalón alguien preguntaba ¿y qué hacemos?... yo ya me echaba a temblar temiéndome que se les ocurriera que jugásemos al puñetero fútbol.
El fútbol, me ha mostrado su poder cada día.
Yo he oído cantar a mis amigos los goles como no he oído cantar a cantantes de ópera.
Yo he recorrido la ciudad vacía, escuchando esos coros tras las paredes y las fachadas: gol gol gol goooooooooooooooool, a veces desde misteriosos puntos a manzanas de distancia.
Y he visto a la gente que salía al balcón, pegaba puñetazos a la barandilla, anunciando sus júbilo como buenamente podían . . Una vez incluso uno de ellos me miró mientras chillaba desde un quinto piso y agitaba los brazos hacia mi cómo tratando de comunicarme la alegría que lo sacaba de sí… yo le sostuve miraba con una indiferencia sincera, casi divertido e incluso un poco curioso, desde la calle desierta.
Lo siento, tengo esa disfunción, soy insensible al futbol. Aceptémoslo de una vez: mi cerebro no lo computa.
Me importa un pepino.
Sé que por culpa de esto podré perder simpatías y posibles amigos, clientes, jefes, contratos, cómplices, tal vez lectores en este mismo momento... y es una pena, pero yo soy así.
No, razón no les falta a mis amigos. . .
Cuando todo el país se detenga a ver por enésima vez el Partido del Siglo, cuando ese triste rumor de la radio y las televisiones invada los livings y los autobuses, los garajes y los despachos, cuando mi amigo Rafael mande a todo el mundo a callar conteniendo esa voz de tenor que sólo le arrancan los goles, cuando mi amigo Jesus le diga a su mujer: “Maríaaaaaaaaaaaaa, ponme tapas”…
Yo aprovecharé para tomar a la mía por la cintura y susurrarle al oidillo: "Amor mio, en este momento, y por las próximas casi dos horas, nadie nos mira, nadie nos escucha, nadie nos va a llamar, nadie nos espera"… y la invitaré a ser llevada al cuarto en brazos como una princesa (si me deja, porque la verdad es que siempre me ven tan flacucho…), procurando no darle esta vez un cabezazo contra el marco de la puerta, y a recordar una vez más por qué se casó conmigo.

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