martes, 19 de octubre de 2010

Bunkeriana

        Salgo de tu casa a un mundo lleno de luz y pequeños quehaceres, ya en marcha desde hace rato. Al abandonar la penumbra fresca y retozona de tu pequeño apartamento, no sin una pequeña y divertida sensación de desamparo, me recibe de golpe un mundo brillante y caluroso. Las chicharras cantan invisibles en todos los rincones. El mediodía ahueca miles de siestas de media persiana y sobremesas anónimas, cálidas voces de madres en voz baja, ruido de fichas de dominó y sigilo de cartas a las sombra con sombras en la mesa o solos o mitades o leches manchadas,eso que llaman nube y que nunca he sabido lo que es, además de algún cubata inevitable.
        Salgo de tu casa y me doy cuenta de que el largo túnel de esta noche me devuelve a este mundo como, en verdad, podía haberlo hecho a cualquier otro. Un mundo lleno, pongamos, de automóviles a vapor o de langostas en patinete saludándose con las antenitas, bajo un calor ecuatorial. A plena luz del día me asalta la terrible consciencia de que en durante estas horas que hemos pasado juntos, aquí fuera podría haber ocurrido cualquier cosa, del fin de esta crisis a la guerra nuclear… de que podría haberse desatado, hoy mismo, el caos por venir; de que, en definitiva, si reconozco este pueblo y sus gentes, es porque en la noche no ha pasado nada fuera de los muros de carne y flujos corporales, del mimo y la tierna complicidad con que los hemos levantado. Nada. Al menos nada reseñable aparte de que es sábado nosecuantos de Julio.
        Es hora de volver. De partir a hacer el día. Tengo la impresión de que para alcanzarlo voy a tener que correr un poco por el andén. Tu piel y tus sábanas adquieren la fuerza de cubertería y facturas viejas. La funda del edredón volverá a tomar una forma respetuosa, a asumir de nuevo la decorosa responsabilidad de vestir tu cama. Mientras, yo aquí fuera doy mi primer paso sobre la acera.
        Salgo del cobijo de una sima de la inmensa profundidad que adquieren dos habitaciones contigo, del pequeño palacio real de realidad y lujos incomparables… del portal de Belén… qué se yo… Este cansancio arremolina dulcemente mil imágenes en mi cabeza: Bajo del cielo más elevado o quizá subo de la más acogedora alcantarilla…
        …y, sacudiéndome las escamas, busco mi coche bajo esta luz de la que -me digo con un asombro somnoliento- casi me había olvidado.
        Arranco y la máquina contesta con su ronroneo a otros tantos motores anónimos que se oyen lejanos entre las huertas. Y parto, como un enorme caracol rojo sobre el asfalto, a través de los campos que resisten al borde de la ciudad, llenos de flores y matas secas, y de este olor inmenso a manzanilla que ya me recibió nada más salir de tu casa.
        La casa que tanto has tardado en abrirme.
        Subo el volumen, bajo la ventanilla y dejo que me acaricie la cara el viento de esta nueva condición.

sábado, 2 de octubre de 2010

A fin del viaje al fin de la noche

        Hoy he terminado por fin Viaje al fin de la noche. Muchos años me ha costado empezarlo. 15 años, quizá, para sentirme listo para la cita que pospuse todas las veces que leí la primera página a hurtadillas en casa, tomándome un momento en las librerías, o al pasar por la estantería de alguna casa ajena de alguna casa ajena, y luego volverlo a meter como si nada,…  hasta convertir aquello en una de esas estrofas que se me ha grabado en el corazón, junto a una frase que un día me sopló mi hermana – solo las últimas palabras , las primeras confesó que no las recordada- o el Ver Sacrum de Klimt -a veces un título basta-… Palabras que te esperan en el costado de una chapa o en la primera página de Viaje al fin de la noche, y se me ocurre ahora, quizá, en rincones por donde quizá jamás vaya a pasar. Quizá las tengas tu más cerca que yo, quizá estén ahora mismo ahí detrás en la estantería, o en la mesa del vecino, dos plantas sobre tu anónima cabeza, o quizá sea yo quien tiene las tuyas por aquí, quizá incluso ya las haya leído, las que esperaban para ti, mudas a mi paso... o sordo yo a su fuerza.
        Camino de la estantería –este se queda conmigo, papá, no te lo pienso devolver-, he abierto el libro por cualquier página, recorriendo simplemente los campos de letras en diagonal, saboreando las hebras de su murmullo… ahora que además podía reconocerlo. Entonces he pensando que es uno de los libros mejor escritos del mundo. Y eso que no lo he leído en francés.
        No se si es un buen libro, ni qué coño quiere contar, ni siquiera cuánto daño me ha hecho, tal y cómo Louis-Ferdinand Céline advierte desde el principio. Es uno de esos libros que no sabrías muy bien explicar de qué van: La historia de un miserable, contada un lenguaje tan amargo como hermoso. Si. Tanto. Enormemente. Descorazonadamente. Luego me he puesto a lavar los platos, disfrutando del agua caliente al chorrear con la mugre entre sobre mis manos y de ese burbujeo interior, parecido a las ganas de llorar, que me produce la exposición prolongada a las cosas muy bellas.

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