sábado, 25 de diciembre de 2010

martes, 21 de diciembre de 2010

Amor, ni tu ni yo tenemos la culpa de que hoy sea hoy.

-Era una noche lluviosa de Noviembre…

-Joder. vaya topicazo. ¿Cómo se te ocurre empezar una narración así? Como si no hubiese noches en el mundo y no fueras a encontrar una noche que sea tu noche y no la puñetera noche lluviosa de noviembre de siempre. Échale huevos, dale vida al relato, tio, cuéntame cómo era la noche de tu vives en la historia…

Yo recordaba tu voz mezclada con la mía en el auricular saturando de viscosa incomprensión los hilos del teléfono. Recordaba cómo las gotas que repiqueteaban contra el cristal con un sonido rechoncho y grave, mientras el mundo se me hacía de pronto tan comprensible como estéril.

-Ya. Pero es que era así.

-¿Si?

-Si, era una noche lluviosa de Noviembre…

-¿Y?

-Y yo la estaba perdiendo.


viernes, 3 de diciembre de 2010

Escribir me da la vida.

        Llevo una hora escribiendo. Es viernes por la tarde, fuera hace mucho frio y el sol se extiende en  una tarde nítida como el cristal. Y si os digo esto es porque lo siento como una de esas grandes emociones que no te caben en el pecho, ni en la casa, que podrías derramar por la calle como un humo vago y celestial, una de esas emociones que solo tiene cabida en la momentánea complicidad de un amigo, liberada a bote pronto sobre un café o una cerveza fría, y disipada por el instante en que ya lo has dicho y ahí os habéis quedado: silenciosos y estáticos como el paisaje.

        Pero estoy solo y voy a decirlo aquí.

        Voy a decírtelo a ti.

        Escribir me da la vida.

        No se si llegaré a alguna parte como escritor. Pero escribiendo llego a la vida. Y si no llego a ella, al menos llego a saborear este placebo suyo, perfectamente contrario al vacío, a la desesperanza, al desamor.  

        

jueves, 18 de noviembre de 2010

       Este post ha sido trasladado por el autor a:



martes, 19 de octubre de 2010

Bunkeriana

        Salgo de tu casa a un mundo lleno de luz y pequeños quehaceres, ya en marcha desde hace rato. Al abandonar la penumbra fresca y retozona de tu pequeño apartamento, no sin una pequeña y divertida sensación de desamparo, me recibe de golpe un mundo brillante y caluroso. Las chicharras cantan invisibles en todos los rincones. El mediodía ahueca miles de siestas de media persiana y sobremesas anónimas, cálidas voces de madres en voz baja, ruido de fichas de dominó y sigilo de cartas a las sombra con sombras en la mesa o solos o mitades o leches manchadas,eso que llaman nube y que nunca he sabido lo que es, además de algún cubata inevitable.
        Salgo de tu casa y me doy cuenta de que el largo túnel de esta noche me devuelve a este mundo como, en verdad, podía haberlo hecho a cualquier otro. Un mundo lleno, pongamos, de automóviles a vapor o de langostas en patinete saludándose con las antenitas, bajo un calor ecuatorial. A plena luz del día me asalta la terrible consciencia de que en durante estas horas que hemos pasado juntos, aquí fuera podría haber ocurrido cualquier cosa, del fin de esta crisis a la guerra nuclear… de que podría haberse desatado, hoy mismo, el caos por venir; de que, en definitiva, si reconozco este pueblo y sus gentes, es porque en la noche no ha pasado nada fuera de los muros de carne y flujos corporales, del mimo y la tierna complicidad con que los hemos levantado. Nada. Al menos nada reseñable aparte de que es sábado nosecuantos de Julio.
        Es hora de volver. De partir a hacer el día. Tengo la impresión de que para alcanzarlo voy a tener que correr un poco por el andén. Tu piel y tus sábanas adquieren la fuerza de cubertería y facturas viejas. La funda del edredón volverá a tomar una forma respetuosa, a asumir de nuevo la decorosa responsabilidad de vestir tu cama. Mientras, yo aquí fuera doy mi primer paso sobre la acera.
        Salgo del cobijo de una sima de la inmensa profundidad que adquieren dos habitaciones contigo, del pequeño palacio real de realidad y lujos incomparables… del portal de Belén… qué se yo… Este cansancio arremolina dulcemente mil imágenes en mi cabeza: Bajo del cielo más elevado o quizá subo de la más acogedora alcantarilla…
        …y, sacudiéndome las escamas, busco mi coche bajo esta luz de la que -me digo con un asombro somnoliento- casi me había olvidado.
        Arranco y la máquina contesta con su ronroneo a otros tantos motores anónimos que se oyen lejanos entre las huertas. Y parto, como un enorme caracol rojo sobre el asfalto, a través de los campos que resisten al borde de la ciudad, llenos de flores y matas secas, y de este olor inmenso a manzanilla que ya me recibió nada más salir de tu casa.
        La casa que tanto has tardado en abrirme.
        Subo el volumen, bajo la ventanilla y dejo que me acaricie la cara el viento de esta nueva condición.

sábado, 2 de octubre de 2010

A fin del viaje al fin de la noche

        Hoy he terminado por fin Viaje al fin de la noche. Muchos años me ha costado empezarlo. 15 años, quizá, para sentirme listo para la cita que pospuse todas las veces que leí la primera página a hurtadillas en casa, tomándome un momento en las librerías, o al pasar por la estantería de alguna casa ajena de alguna casa ajena, y luego volverlo a meter como si nada,…  hasta convertir aquello en una de esas estrofas que se me ha grabado en el corazón, junto a una frase que un día me sopló mi hermana – solo las últimas palabras , las primeras confesó que no las recordada- o el Ver Sacrum de Klimt -a veces un título basta-… Palabras que te esperan en el costado de una chapa o en la primera página de Viaje al fin de la noche, y se me ocurre ahora, quizá, en rincones por donde quizá jamás vaya a pasar. Quizá las tengas tu más cerca que yo, quizá estén ahora mismo ahí detrás en la estantería, o en la mesa del vecino, dos plantas sobre tu anónima cabeza, o quizá sea yo quien tiene las tuyas por aquí, quizá incluso ya las haya leído, las que esperaban para ti, mudas a mi paso... o sordo yo a su fuerza.
        Camino de la estantería –este se queda conmigo, papá, no te lo pienso devolver-, he abierto el libro por cualquier página, recorriendo simplemente los campos de letras en diagonal, saboreando las hebras de su murmullo… ahora que además podía reconocerlo. Entonces he pensando que es uno de los libros mejor escritos del mundo. Y eso que no lo he leído en francés.
        No se si es un buen libro, ni qué coño quiere contar, ni siquiera cuánto daño me ha hecho, tal y cómo Louis-Ferdinand Céline advierte desde el principio. Es uno de esos libros que no sabrías muy bien explicar de qué van: La historia de un miserable, contada un lenguaje tan amargo como hermoso. Si. Tanto. Enormemente. Descorazonadamente. Luego me he puesto a lavar los platos, disfrutando del agua caliente al chorrear con la mugre entre sobre mis manos y de ese burbujeo interior, parecido a las ganas de llorar, que me produce la exposición prolongada a las cosas muy bellas.

viernes, 13 de agosto de 2010

        La carretera serpentea por la costa, vacía, a esta hora salvaje en que todo empieza mientras el mundo duerme la mona. De un lado una ciudad parece encararse con el mar con un follón de casas y demás trastos que descienden hacia la playa, mientras del otro, el mar parece contestarle con cientos de rocas que escalan en silencio playas y malecones, y que casi temo que no se detengan, amenazantes, al borde del camino. Todo está envuelto en la bruma mañanera, que el sol apenas vela tímidamente detrás de alguna curva y que yo atravieso arrastrando un sueño que me persigue despierto, la aventura que el paisaje parece empeñado en seguir escribiendo delante de mi.

lunes, 5 de julio de 2010

30 kilómetros a través del silencio en cada segundo.


Des milliers et des milliers d'années
Ne sauraient suffire
Pour dire
La petite seconde d'éternité
Où tu m'as embrassé
Où je t'ai embrassèe
Un matin dans la lumière de l'hiver
Au parc Montsouris à Paris
A Paris
Sur la terre
La terre qui est un astre.

Jacques Prévert, Le jardin.


32 vueltas ha dado la tierra al sol.
De 1.000.000.000.000...  , apenas treinta y dos.
Y en solo 32 a mi me ha ocurrido Todo.

miércoles, 23 de junio de 2010

        Las golondrinas me ponen a mil. Traídas cada año de yo que sé que agujero o lejana emigración –y el follón de sitios en los que habrán estado-, me llenan de una especie paz avispada, una suerte de inquietud reconfortante... no muy distintas, en verdad, a los que producen la proximidad del viaje y el papel en blanco. A veces me parece que esos bichos, dinámicos y estridentes, han bajado desde el centro mismo del mes de Mayo para poner la vida a ese mismo nivel. Y por ahí que yo camino, excitado y sonriente, viajero del instante, sin movimiento ni mochila, casi cómplice del inmenso aliento que dan al mundo con sus minúsculas voces de pájaro.
        Adoro cuando ese sonido se mezcla lejanamente con el siseo de las sábanas al remolonear, tu olor y tu voz al estrenarse al despertar y estirarte en el silencio de un nuevo día, tu mirada curiosa, tranquila y expectante a la vez, como si te sorprendiera haberte despertado a mi lado.
        Adoro el modo en que invaden las mañanas en que hacemos el desayuno desnudos en mi pequeña cocina mientras el mundo comienza a oler a café, para luego, con el ronroneo mañanero en el estómago, salir a engullirlo al sol que cae sobre la azotea -tu vestida con una camisa grande, yo con aquella chirlaba que un colega me trajo de Melilla-.
         Fuera, los sonidos del mundo parecen amortiguados por la luz: nuestras voces aún graves de sueño, el tintineo de las cucharitas y el golpe brillante de los vasos al dejarlos sobre aquella horrible bandeja de plata que alguien me había regalado; la tostada desgarrándose entre tus dientes, tus preciosos y terribles dientes de niña que mastica sonriente y bien follada… ese sonido que para mi es cono un himno triunfal. Y todo, todo esto, acompañado por el coro estridente y bendito de las golondrinas, calentadas al sol en el aire aún frío del verano naciente, mientras, abajo, un rumor lejano de cientos de coches y autobuses emerge de lo hondo de las calles, abiertas como fosos entre los tejados de la ciudad.

lunes, 7 de junio de 2010

Quite emotional

        Sencillos y vibrantes trazos negros sobre fondo blanco proyectados en enormes pantallas a través de la atmósfera azul de un concierto. Andaba yo buscando por la red aquella versión de Enjoy the Silence en dibujos animados cuyo recuerdo aún me eriza la piel… cuando, por alguna razón –contaminación de ideas, vasos comunicantes del pensamiento, carreras de inspiración como ratas bajo la alfombra, alineación de partículas aún desconocidas en el difuso universo de la información- di a parar sobre este pequeño pedacito de arquitectura…
        caí en las sombras,
        rodé bajo la luz tamizada por la madera y el bambú,
        me puse perdida la camisa en la tierra húmeda del jardín,
        enormes y suaves hojas de monstera me acariciaron la cara
        y alguna abeja zumbó al pasar en mi oído
        caí por las escaleras…
        y en el agua quieta del manantial sacié por unos minutos…

                …mi sed contemporánea de una emoción íntima y verdadera.

sección a lapiz

lunes, 17 de mayo de 2010

Rajada.

Voy a llamar al fondo de la tierra para decirles que dejen de remover la lava bajo el agua que esta noche iba a manar en vano en la poza que hay cerca del aeropuerto.

Voy a llamar a los micróbios del azufre, para decirles que hoy no dotarán tu piel de esa tersa y fétida suavidad.

Voy a llamar al frío para decirle que puede continuar su marcha, porque hoy no vamos a perdernos entre los vapores que levanta tamizando rincones en la oscuridad.

Voy a correr la voz entre los fantasmas del camino, para avisarles de que hoy no escucharán la curiosa conversación de dos viajeros desconocidos.

Voy a echarme al cálido y generoso sol de esta tarde con un libro y a disfrutar de mi último pitillo como si esta maravillosa tarde de Mayo fuese cualquier otra tarde de Mayo sobre el Mundo.

miércoles, 14 de abril de 2010

Miércoles Santo

Siempre quise ver el Cristo de los Gitanos. He oído ver que lo sacan por el Albaycín, con las farolas apagadas y lleno de antorchas. Algo así he oído. Algo así no es para perdérselo un año más.

Al final subí a Granada, pero no pude ver el Cristo de los Gitanos porque iba en verdad acudiendo a la llamada de un montón de amigos que coincidían en la ciudad.

Al princpio me sentí extraño, azotado por una especie de revés de la ubicuidad, un sentimiento de estar preso en lo contrario que me da cuando las cosas coinciden en el tiempo y quedan tan tan cerca en el espacio, que miras a las esquinas como si fuesen a intersecar de un momento a otro.

Pero se me pasó en seguida, porque entonces vino la verdad, vino el presente con el viento en las viejas voces y el aroma rescatada del fondo de una Alhambra de barril.

Aquella fue una de esas noches en las que nos vemos con sed acumulada de no vernos, una de esas noches en que hablamos alto, cantamos con facilidad y nos miramos intensamente a los ojos... Una de esas noches locas de Granada –como me advirtió un amigo al oído en el primer abrazo- en la que una extraña corriente nos arrastra y acabamos en un lugar inesperado.

Y así fué.

Son unos Cristos, mis colegas... Tanto que a veces hasta me dan ganas de sacarlos en procesión.

martes, 23 de marzo de 2010

De Sábado en cuando.

Hay una noche al año en que salgo solo y sin rumbo. Sin alegría ni tristeza travieso la algarabía y entro en un montón de bares de los que en pocos segundos vuelvo a salir. No, no está aquí. Aquí tampoco.
Es una noche en que simplemente tengo energía y no hay nadie, no hay polo hacia el que mis electrones puedan dirigirse alegremente quemándolo todo a su paso. Se quedan todos para mi, con su vibración interrogante y desconcertada. Yo no se qué hacer más que seguir caminando con todo este revuelo en el cuerpo.
A veces me ha pillado en una ciudad en la que había mil recuerdos e imágenes de mi que me esperaban en cada esquina y me acompañaban unos metros... incluso, me acompañaban incluso mis yos futuros, mis potencias, como una brisa misteriosa en un calmo día de bochorno.
Esta noche no ha sido así. He comprendido la soledad del fantasma: El fantasma, cuando está solo, sufre mucho más.
Al final he hecho lo que siempre hago: he vuelto a casa, procurando no hacerlo por el mismo camino -la magia de lo circular- y me he puesto a descargar mi energía sobre este teclado escribiendo. La otra opción era la música, pero en el fondo me gusta este silencio en el que el sonido del teclado es como una nana a través del desierto interior.
Buenas noches, mundo.

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