lunes, 8 de septiembre de 2008

La talla de la ilusión

Por mi cumpleaños me regalé un medidor digital. Es un aparato cuadrado, del tamaño de una cámara de fotos, que tiene un laser y una pantalla. Cuando disparas el laser la pantalla dice que distancia hay desde el aparato hasta el punto en el que el laser rebota. También puede hacer algunos cálculos con medidas, de modo que con dos tiros te mide una superficie, y con tres, el volumen de una habitación. El artefacto incluso aplica Pitágoras, y con dos medidas te saca la distancia entre dos puntos separados por un obstáculo (por ejemplo una cornisa, un puesto de chucherías o esa bruja que te echa maldiciones si no le das una moneda y que cualquiera intenta soltarle eso de buenos días señora, ¿podría dejarme sitio? Estoy trabajando). Es tan increíble, que cuando meto las manos en el bolsillo para sacarlo, me siento como un verdadero Doraemon de la vida: me dan ganas de levantarlo y gritar su nombre asombrando al personal en medio de la obra. Medidor digital laser.

También recibí un paquete, unos días antes de mi cumpleaños, con una inscripción: No abrir hasta el dia 2 de Julio. Aquello estaba claro… pero no había ninguna nota que dijese que no podía medirlo ni hacerme una idea de lo que había en su interior. Lo vapuleé un poco para ver cómo sonaba, pero temí que algo se rompiera.

A primera vista, era poco más grande que una caja de zapatos. Sin embargo, cuando ibas a medirlo, el aparato decía que la distancia superaba su rango, que es de 50 metros. Dos piscinas de natación 25 metros -me dije para mi mismo-, la virgen, esto es imposible. Suelo medir en piscinas de natación para hacerme una idea de la distancias, porque es una medida que conozco físicamente, es decir, desde la experiencia, desde que en el colegio tuve que convivir con una. No, no se haga nadie ilusiones: apenas la usé, y cuando lo hice tragué mucha agua, agua caliente y llena de cloro, que parecía densa y plastosa. Odiaba esas clases. Nunca he nadado bien… Aún así, el monitor me propuso una vez que ingresara en el equipo, por mi percha (inigualable) y mi delgadez (elegantísima, sin duda). Yo, que estaba acomplejadísimo, me puse contentísimo, y me imaginé luciendo unas bellas espaldas como las de mis compañeros del equipo (por cierto, todos rubios y con el pelo rizado al poco de ingresar en el equipo), pero la verdad es que también me acordé de cuando en primero de básica regresaba a mi casa lleno de agua, macizo y pesado como un tentetieso y no conseguía comer. No, gracias. Rechacé la oferta y me fui de aquel despacho con mi mejor sonrisa.

Volviendo sobre el paquete. No. No podía medir tanto. Probé el aparato con mi propia habitación. Correcto. Probé con el pasillo más el fondo del cuarto de baño, 7 +2.30, perfecto. Qué aparato tan mágico, oye. Repetí la operación con la caja. Nada. Error. Fuera de rango. Así que decidí hacerlo a la antigua.

Palmo a palmo intenté recorrer sus aristas… 1, 2, 3, 4, 5… joder, mi mano parecía no avanzar, estiraba cuidadosamente los dedos sobre el cartón, no parecía ni acercarse a la otra esquina, cualquiera que fuese y por más vueltas que le di.

Fui a buscar mi cinta métrica (25 metros, una piscina: a pasos, unos 30, a nado, un suplicio y una carrera perdida mientras mi amigo Manolo se tira por un extremo y sale por el otro como un delfín -rubio y con el pelo rizado, por supuesto-). Estiro la cinta. Estiro, estiro, el carrete gira que te gira… Y tac, se acaba la cinta.
¿Pero qué cojones está pasando?. Mientras doy vueltas por la habitación pensando una respuesta por poco me caigo al suelo enredado en la madeja de cinta. El paquete sigue en el suelo, vuelto hacia su interior, ausente, casi burlón.

Pasé la tarde del uno de Julio sometiendo al paquete a todo tipo de sistemas de medida. Incluso le hice fotos al lado de mi vara de medir fachadas, antecesora del medidor digital laser. El aparato, consiste en una simple vara de 2.5 metros, pintada de blanco o rojo cada medio metro, que aguantas cual Quijote delante de una fachada mientras te hacen una foto a cierta distancia y... Flop, ya está: ya tienes una escala gráfica en la foto sobre la que apoyarte para medir… Si, tiene algunas carencias: necesita un buen aporte de sentido común, ojímetro y un colega. Pero si los tienes, funciona bastante bien. Nada. Cuando intentaba sacar las proporciones sobre la imagen algo fallaba y los cálculos se disparaban.

Mmmm. Quizá sea lo que hay dentro esperando. Por un momento temí que hubiese un gran objeto muy comprimido ahí dentro, y me fuera a deslegar en la cara a abrirlo. Pero no: sus regalos son regalos pequeños, sencillos y cargados de significados, pequeños guiños, algunas señales de humo, metáfora y complicidad, simples y felices pruebas de que me conoce y sabe encajar la pieza de la ilusión de mi puzle sin final (Que en mi es un hueco pequeño y profundo, la escala doméstica de un acontecimiento feliz).

No tenía ni idea de qué podía contener el puto paquete, pero una cosa me ha quedó clara: ya sabía lo primero que iba a hacer el día de mi cumpleaños. Pensé que iba a subirlo a la azotea, por lo que fuera a pasar, pero al final preferí abrirlo directamente en el salón, aunque no sea grande y tenga cosas delicadas… Vaya, que siendo franco y dada la situación, a mí se me hacía mucho más divertido.

Linkwithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...