domingo, 29 de febrero de 2004

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Escribo cuando me rebelo. Escribir es una de mis formas de rebelarme. A veces, no escribo, y me pregunto si es porque no tenga nada en contra de lo que rebelarme o, si, simplemente, no tengo las fuerzas. Entonces, si no escribo, me rebelo un poco menos, sigo la corriente. Otras veces, me ocurre que no puedo sino ponerme a escribir, por buscar una salida, más allá de las circunstancias, abrirme camino a través del infierno en una escalada de letras que al juntarlas tienen hermosos sonidos y significados... mensajes que llevamos dentro, gritos que podemos fijar silenciosamente sobre el papel, como a hurtadillas... Entonces, por pura necesidad de rebelarme, rompo a escribir.
Quisiera romper a escribir como quien rompe a llover.

viernes, 27 de febrero de 2004

Maqueta de una mañana

No tengo nada que hacer, podría quedarme aquí todo el día. La luz a través de la persiana dan a la habitación un tono azul de amanecer, si no la levantase, estaría amaneciendo todo el día. Podría no mirar el reloj y quedarme asi... es tentador pero los rayos azules a través de la persiana me dan también la impresión de que entonces estaría dejando pasar un día límpido por encima del techo de mi habitación.
Así que levanto la persiana y la habitación se perfila lentamente: de un mismo azul emerge cada arista, cada color, como si ellos también despertaran.
En la cocina, encuentro a Roberto y a Manuela, el haciendo el desayuno, ella la colada. Hay café hecho. Roberto ha puesto unas tostadas cuidadosamente en un plato, formando una cruz. Yo me hago otra cruz y convenimos que un día así no hay por qué quedarse a desayunar en la cocina.
En la terraza, hemos puesto la caja de cartón del diecinueve pulgadas a modo de mesa y cada uno a un lado, descamisados al sol, los pies asomando entre los barrotes de la barandilla, sobre las copas de los árboles de la plaza de las M…, nos hemos puesto a desayunar.
Ha venido Saarah, y apoyada sobre la barandilla nos ha contado lo mucho que le gustaron los conciertos de anoche, lo mucho que bebieron y cómo en el Doomies toda la gente bailaba sin hablar. Yo por mi parte le he contado un sueño ridículo y la he hecho reír. Luego nos hemos quedado los tres en silencio, Sarah mirando la sierra al fondo, Roberto, una abeja que se le ha colado en la taza, y yo rodeando la taza con toda la mano (como tantas veces había visto hacer a algunas personas, hasta que descubrí que era porque da un calorcito muy agradable. Aunque confieso que veces lo hago porque, sin que nadie lo note, me siento cerca de esa gente que ya no veo a menudo).
Finalmente, también sin decir nada, nos hemos metido todos en la casa y hemos salido cada uno con un libro, y así, sin decir nada, nos hemos echado a leer; Jussi en el sofá del salón, Roberto con los pies por encima de la barandilla, y yo fumando tranquilamente mientras lamentaba sonriendo que se me acabara un café tan bueno.
A veces uno está tan a gusto que puede pensar un montón de cosas al mismo tiempo, puede, por ejemplo, leer la historia del Hombre Invisible al tiempo que oir el rumor de la fuente que tantas veces nos ha hecho creer que está lloviendo al tiempo que sentir el sol en el pecho sobre los hombros, los brazos, los pómulos, Roberto que entra con el libro y sale con la guitarra para buscarle las cosquillas a Ben Harper sin que se dejen de oír los zapatos de alguien claqueando sobre el pavimento, un perrito que ladra y juega con un niño que chilla entre asustado y divertido (como entre un miedo pequeño de los perros y una ilusión grande por los perros), un coche que pasa y muy al fondo a veces el tintineo de las tazas y cucharillas del café Futbol, mientras el Hombre Invisible se va quitando los vendajes frente a un pueblo que lo mira boquiabierto.

miércoles, 25 de febrero de 2004

Ese irresistible perfume del riesgo...

He ido a ver el médico y me ha devuelto los dos ceros… sin embrago, todavía no se me permite viajar.
Tendré que conseguir que sea aquella Malvada Científica la que, entonces, venga tentada a ejecutar sus perversos planes en mi propio terreno. Esto requerirá sin duda de cierta cantidad de inteligencia y otro tanto de encanto seductor… mmmmmm… y, por fin, cuando ella menos se lo espere... puuuuum, puuum, puuuum…
…y esta, por su majestad.
Puuuuuum.

...uáhjajajaja..

martes, 24 de febrero de 2004

Mi primer recuerdo

Lo más lejos que alcanza mi memoria a recordar es a mi hermana cayéndose por una escalera. Ella misma lo corrobora hoy día: Si,-me dice- exacto, yo llevaba el cochecito de mi muñeca y tu estabas abajo... ¿pero como...? ...pero si tu ni siquiera tenías dos años -exclama mirándome estupefacta.
Pues menuda guantá se daría, ¿no?
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El post anterior no es en verdad un post sino un comment que le puse anoche a alguno de vosotros.
Esta presona escribió algo que me hizo escribir eso… y eso, a su vez, cuando apagué el ordenador para ir a acostarme, no hizo sino seguir recordándome como quien tira de un hilo, aquella época en que si al volver de la universidad intuía que luego no volvería a salir de casa, me desviaba del camino, me acercaba a una estación de trenes y me aseguraba de ver pasar un par de ellos fumando tranquilamente un pito antes de reemprender el camino.
O si me daba cuenta antes, me bastaba con comer en los comedores de la facultad de al lado, o en la bocadillería aquella donde siempre leía automáticamente los precios al pasar preguntándome si el kebab estaba bueno.
Y si no era una estación de trenes, me iba a la plaza, al mercado, o a una librería… En estos casos, es decir, en caso de que fuese un lugar de intercambio o interrelación, me obligaba a mi mismo a atar la bici, a hablar con alguno de los personajes y a comprar algo, lo necesitara o no, por ejemplo, una plantita o aquel cochecito que no me pensaba comprar pero que íntimamente deseaba (llegué a acumular unos cuantos). Si era una librería, tenía que comprar un libro para mi y otro para alguien que yo quisiera. Eran las reglas de los lugares de interrelación, si debía vivirlos tenía que participar.
O si veía que el día se iba a terminar sin haber vivido el tercer ambiente, decía en casa que iba a dar un paseo y me iba a alguna parte de la cuidad donde aún no hubiese estado aunque yo creyese que sí, o sea, alguno de esos lugares como el típico parque de atrás, la típica la calle detrás de la manzana que no te pilla de camino a ningún sitio o aquellos jardines de las terrazas donde había unos edificios horrorosos, en el barrio de al lado, esa plataforma de tres plantas que formaban el Alcampo, tres bancos, la agencia de viajes, y un montón de bajos comerciales, sobre la que un día me di cuenta de que nunca había subido…
Recuerdo que sobre aquellas terrazas, encontré unos parques increíbles, feos como solo pudieron ser feos los ingenuos paisajes futuristas de los años sesenta, con sus fuentes miesianas (inmensos rectángulos de agua de 30cm de profundidad, un chorrito en la esquina y legiones de mosquitos… sin olvidar los elegantísimos chinos del fondo), sus grupillos de árboles sugiriendo otra forma de oasis entre los inquietantes juegos de pavimentos, escalones y “geografías artificiales” incapaces de invitar a nadie a internarse en aquel Espacio Abierto al Hombre entre rascacielos cruciformes. Era un lugar desértico, de un diseño cuidadísimo y una frialdad desquiciada. De esos que dan ganas de rodar una película de ciencia a ficción o de inmensos robots japoneses. Puro POP, en suma: me encantaba.
Sino, me iba a la otra orilla del rio, fuese la hora que fuese y allí me fumaba un pito mirando la otra orilla mientras pensaba: entonces así es como de este lado nos ven.
Luego simplemente volvía a casa. Media hora me había tomado aquel ejercicio de confirmación, mi rabia contra el mundo no se había apagado pero algo dentro de mi volvía a estar fresco como una lechuga.
Era el juego que llevaba secretamente, como un pájaro escondido el bolsillo.

Gracias, tu.

lunes, 23 de febrero de 2004

Método de los tres ambientes

Durante una época me prometí a mi mismo asegurarme de vivir cada día, como mínino, tres ambientes completamente distintos.
De este modo, siempre habría dos que me confirmarían que el otro no había sido un sueño, y al tiempo, también tendría dos pruebas de que aquel que fuese demasiado real, nunca lo sería tanto como para que no pudiese escapar.

domingo, 22 de febrero de 2004

Yo valgo un partido

No me gusta el fútbol. Nunca me ha gustado, por más que lo intento, por más que mis amigos con su buen corazón, me expliquen que el fútbol te hace estar en el mundo, que hace amigos y buenos contactos, que con lo difícil que es hablar hoy con alguien, siempre le puedes hablar de fútbol. Que el fútbol me hará libre
Razón no les falta, desde mi más tierna infancia, cuando sentados en un escalón alguien preguntaba ¿y qué hacemos?... yo ya me echaba a temblar temiéndome que se les ocurriera que jugásemos al puñetero fútbol.
El fútbol, me ha mostrado su poder cada día.
Yo he oído cantar a mis amigos los goles como no he oído cantar a cantantes de ópera.
Yo he recorrido la ciudad vacía, escuchando esos coros tras las paredes y las fachadas: gol gol gol goooooooooooooooool, a veces desde misteriosos puntos a manzanas de distancia.
Y he visto a la gente que salía al balcón, pegaba puñetazos a la barandilla, anunciando sus júbilo como buenamente podían . . Una vez incluso uno de ellos me miró mientras chillaba desde un quinto piso y agitaba los brazos hacia mi cómo tratando de comunicarme la alegría que lo sacaba de sí… yo le sostuve miraba con una indiferencia sincera, casi divertido e incluso un poco curioso, desde la calle desierta.
Lo siento, tengo esa disfunción, soy insensible al futbol. Aceptémoslo de una vez: mi cerebro no lo computa.
Me importa un pepino.
Sé que por culpa de esto podré perder simpatías y posibles amigos, clientes, jefes, contratos, cómplices, tal vez lectores en este mismo momento... y es una pena, pero yo soy así.
No, razón no les falta a mis amigos. . .
Cuando todo el país se detenga a ver por enésima vez el Partido del Siglo, cuando ese triste rumor de la radio y las televisiones invada los livings y los autobuses, los garajes y los despachos, cuando mi amigo Rafael mande a todo el mundo a callar conteniendo esa voz de tenor que sólo le arrancan los goles, cuando mi amigo Jesus le diga a su mujer: “Maríaaaaaaaaaaaaa, ponme tapas”…
Yo aprovecharé para tomar a la mía por la cintura y susurrarle al oidillo: "Amor mio, en este momento, y por las próximas casi dos horas, nadie nos mira, nadie nos escucha, nadie nos va a llamar, nadie nos espera"… y la invitaré a ser llevada al cuarto en brazos como una princesa (si me deja, porque la verdad es que siempre me ven tan flacucho…), procurando no darle esta vez un cabezazo contra el marco de la puerta, y a recordar una vez más por qué se casó conmigo.

miércoles, 18 de febrero de 2004

Hoy he visto "Tron"

LLegué a mi casa y le pedí a mi madre encarecidamente que me alquilara una película increíble que había estado viendo con mi primo en su casa… ¿Pero cómo se llama?, me dijo mamá. Con la excitación ni siquiera se me había ocurrido preguntarle, así que llamé a mi primo a su casa…
TRON, dije cuando colgué.
Cuando mi madre la trajo a casa yo era como si no me lo creyese. La última vez que había tenido una sensación así fue cuando mi padre trajo aquel video BETA, el mismo en el que esa tarde pude ver TRON en mi propia casa.

la portada más bonita que he encontrado

TRON fue la primera película que se atrevió a jugar con los mismos conceptos con los que jugó Matrix pero veinte años antes: una especie de modelo metafísico de mundos paralelos, ignorados por la mayoría se sus habitantes pero relacionados entre sí y consecuencia directa del desarrollo informático.
Lo que impresiona es que TRON habla de cosas que entonces aún no estaban inventadas o solo eran apenas una sospecha de lo que hoy son, lo cual obligaba a dar por sentado algunos supuestos y a inventarse el resto (Hoy uno se queda de piedra ante tanta ingenuidad):

Digitalizar: el láser descompone la estructura molecular del objeto y las moléculas quedan suspendidas en el haz del láser, luego la computadora lee otra vez el modelo, las moléculas vuelven a su sitio y… voilá.

Toma castaña…

…O simplemente improvisar. Obsérvese una escena en la que Sark (o Shark, le pega bastante dada su indumentaria), en su centro de operaciones, estudia su plano de la cyberciudad en la pared buscando los jodidos Programas Rebeldes que se le han escapado… ¿y a quien se ve asomando por una esquinilla del plano, así como quien no quiere la cosa?… Siiiiiiiiii, ¡a Pacman! (para nosotros el Comecocos). Cuando de pequeño vi la película unas 230 veces (mi madre me la ponía para que comiese bien) nunca me fijé en este detalle. Quizá porque en la imagen de lo que aún no está inventado todo es posible.
Por cierto que ni siquiera Sark parece saber qué es eso del ciberespacio… lo llaman simplemente “aquí abajo”. Curioso contraste con nosotros que lo situamos arriba.
Tampoco he podido dejar de sonreírme cuando Flinn (un jovencísimo Jeff Bridges tomándoselo todo esa calma estoica y buenhumorada que caracteriza al futuro Lewoski) dobla una esquina y en la pared del pasillo se puede ver la foto aérea de una ciudad, con su entramado de calles y parquecillos en los cruces, que podría ser Houdston o Philadelphia o Valladolid, pero disimuladillo en tonos de azul para que de el pego y no se note que están hasta los cojones de llenarlo todo con las texturas circuiteras del televisor Philips.
Pura artesanía.
Tardaron un montón de años en hacer la película, mezclando animaciones en 2D y 3D con película real, y pintando a mano el resto, con mucho mimo y tesón.
Eran los inocentes años en los que una Disney que aún no había matado y enterrado al ratón Mikel ni al pato Donald en su fosa común, todavía se atrevía a promover proyectos valientes y arriesgados. Se hacían películas como rosquillas de las que muchas ni siquiera pasaban por las salas de cine, sino que iban directas al videoclub.

Lo que TRON proponía, básicamente, era que tras los ordenadores, pudiese haber un mundo “físico”, en el que los programas fuesen seres a imagen y semejanza de sus programadores (hasta con la misma cara), que además de cumplir sus funciones como hojita de cálculo o jugarse el pellejo en la rejilla de juegos mientras, en una sala de recreativos, los inconscientes chavales se divierten dándole al botón, campeón; pudiesen también caminar y hablar entre ellos, interrelacionarse, sentir algo parecido al amor (aunque no se besan, eso queda para los programadores) , e incluso, como nosotros, plantearse ciertas cuestiones de toda la vida...

-¿crees en los programadores?
-Claro… Si no tengo programador ¿quien me programa?


...O de actualidad. Más tarde, en el discurso de S(h)ark les cuenta a un grupo de programillas…

-Aquellos de vosotros, que siguen creyendo en la autoridad de los programadores… blablablalbla (resumen: los freirán en los videojuegos)
Aquellos de vosotros, que renuncien a esa supersticiosa y absurda creencia, serán elegidos para unirse a la élite guerrera del cé cé pé…


Quiso decir Control Central de Programas, no se ha comido una C…
Pero “uyyyyyyy, ese tufillo a guerra fría”, me dirán. Que no, que no. No me sean paranoicos, por dios: lo que pasa es que S(h)ark es como todos los malos muy malos: de color rojo, centralista, borrego, militarizado y ateo. Perverso, vaya. Y además, como los malos no creen en los programadores, pues S(h)ark nunca podrá besar a su chica como en los anuncios de Tommy, y los buenos si, porque si creen en los programadores y, por eso, son los elegidos y van a la torre Outputiputi o Imputoutput o como se diga… a comunicarse con ellos, aunque no sea Domingo.

Pero ya llorarán, ya llorarán cuando quieran ver una teta por la tele. Se arrepentirán del dia en que levantaron el frisbi para decir:

-Esta es la clave de una nueva orden, un código que simboliza la libertad.

Me explico. Es que los programas llevan un disco de identificación: un autentico frisbi con el que se pueden matar entre ellos, en caso de necesidad, entiéndase, y donde además se almacena todo lo que aprenden a lo largo de su existencia. O sea, todo lo que necesita, hoy día, el individuo medio para caminar libre por el mundo, y poder acabar con quien se interponga en su camino en caso de darse cuenta de que tiene el poder y el derecho legítimo de cambiarlo, aunque el mundo no lo comprenda ahora. Tranquilo, ya te lo agradecerán, ya te lo agradecerán, pequeño programa.

Aunque en favor de TRON, debo decir que el CCP es un programa muy muy pero que muy malvado (un hijo de puta, vaya), que se merecería una buena patada en el zurrete y ser enviado en una Casio fx-500 a un ingeniero de minas en Siberia.

Además, tratándose de una película épica de ciencia a ficción ambientada en el presente y salida de una factoría yankee, hay que aceptar que todo esto, a su manera, es normal, y hasta algo enternecedor (quizá por la nostalgia de aquella época en que éramos más horteras y en que el enemigo era otro).

Asi que, más que menos en definitiva, nada ha cambiado(?):
TRON sigue siendo aquella película que marcó mi infancia.
La primera vez que ví esas imágenes me quedé embobao: William Gibson, aún no había escrito Neuromante, por tanto el término “ciberespacio” aún estaba en pañales. Y todo era poesía.
Tuvieron que pasar todavía dos años, para que mi padre nos comprara nuestro primer ordenador por 20.000 pelas: un Spectrum+ de 48ks, con diez juegos en cinta de cassette, ofertón. (lo veréis en una foto justo después de la de SirClive Sinclair sentado en una pseudomoto llamada C5, que por cierto fue un fracaso total. . . para poder librarse del stock, supongo, la sorteaban en los envoltorios de los chicles Chein. . . aunque nuca conocí a nadie que le hubiese tocado).
Todavía lo tengo por ahí. No era más que un teclado negro, con un cable para enchufarlo a la tele y otro con los extremos tipo auriculares para que lo enchufásemos al radiocassette que teníamos que comprar por separado, para poder cargar los juegos y programas (que tardaban una eternidad) o grabar nuestros programas hechos en BASIC o en código máquina (aunque yo nunca conseguí que se grabara ninguno de los sencillos programitas que hacía. Así que, dado que el ordenador no tenía disco duro, toma ya, tenía que dejarlos ejecutados indefinidamente o escribirlos de nuevo cada vez).
Recuerdo que a lo más que llegué en mis flirteos con el Basic fue a hacer un programita con el que con el fondo negro dibujaba una línea roja con los cursores. Me gustaba mucho porque me recordaba a TRON.

Hoy por fin he podido volver a verla, en formato AVI y depués de dos días bajando por la adsl. Total, nada.

martes, 17 de febrero de 2004

Cuando te duele un hermano

Estando yo en casa de un amigo, me acerqué a su habitación para despedirme de él. En esto estábamos, cuando su madre se asomó tras la puerta del cuarto para preguntar algo. Se trataba de uno de esos cuartos que tienen la puerta en la esquina pero al revés, o sea, con los quicios en el borde de la puerta que está más lejos de la esquina, de modo que hay que abrir completamente la puerta para poder entrar.
Ya pueden imaginarse a la madre al asomar tras la puerta como si en lugar de una puerta fuese un gran escudo de madera blanca.

Mamá, comenzó a decir él, anda y échate para allá…
¿Para donde?, Dijo ella buscando el sitio detrás de la puerta abierta.
Para allá, decía él comodamente recostado en su cama y haciendo un gesto como de barrer en el aire con los dedos de la mano.
Pero más para allá.
¿Aquí?
No, Más para allá, mamá… más, más… ¿ves? ¡ahí!

Le dijo esto solo cuando su madre estaba justo al otro lado del marco de la
puerta, y la dejó allí esperando una respuesta.

¿No ves que estoy hablando con Golfo?, dijo él para justificarse.

Yo me quedé sorprendido: No estábamos hablando de nada, solo le decía hasta pronto. Tuve deseos de intervenir: hombre, tio, si no hablamos de nada. Pero me callé comprendiéndolo todo.
…Cabrón, cabronazo, miserable.
Acababa de echar a su propia madre del cuarto porque sí, tratándola como a una esclava o un intruso insolente, en su propia casa.
La había hecho recorrer 80 míseros centímetros hacia atrás, marcándole el territorio con un ademán de la mano lacia.
No sé si alguien NO se da cuenta de la magnitud de todo esto:
Las distancias grandes requieren esfuerzo, son grandes de por sí. Las distancias pequeñas no; por eso cuando se vuelven significativas, se vuelven mucho más significativas, pues somos nosotros los que le damos ese significado. ¿o ustedes creen que portugal y españa llevan separadas toda la vida?
Por otro lado, podía habérselo pedido con palabras, y por favor, pero no: la barrió a distancia con un gesto bastante vago y le importó un pito que ella no comprendiese bien: Le bastó con que siguiese confundida el sentido de la mano (Conozco el gesto porque se lo hago a mi perro). Esperó a que ella hubiese obedecido, y solo entonces se lo explicó.
Nunca había visto un acto de desprecio como ese.
Pensé entonces en eso que me dice una amiga, que los maltratadores no son solo físicos, sino también psicológicos. Y esas heridas si que no se ven.
Me dieron ganas de gritarles a los dos: a él por maltratar a la madre que yo he visto dar todo por él (hoy su comida, su trabajo y su techo), y a ella por tolerarlo como si aquella demostración tuviese alguna relación con un supuesto respeto que ella le debiese.
Pero me aguanté, por respeto a una casa que no es mía. Forcé una sonrisa de buenas noches ha sido una tarde estupenda y me fui de allí aguantando en la garganta algo parecido a unas inmensas ganas de llorar.
Si escribo este post, es porque mi amigo me salpicó su miseria en la cara y yo no se cómo lavarmela. Supongo que se secará, se endurecerá, como un barro, y formará parte de la careta de las cosas que nos tuvimos que callar. Tal vez por eso las ganas de llorar empiecen con esa sensación de tener como un extraño peso en la cara.
(Uy, Mira tu que reflexión más bonita acabo de hacer. No, si al final esto de escribir funciona y todo...)

Cabrón. miserable, Cabrón...

¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Cabroooooon!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!.

Este post ha sido trasladado al mi nuevo blog:

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domingo, 15 de febrero de 2004

El favorito del César

Me impresionan tus patas de pollo, tus ojos de lata , tu pomposo amor de portales envueltos en la hiedra, me impresiona escucharte rascándote el meñique con la constancia de un azulejo, con el empeño del que tiene aún fe en encontrar algo al otro lado del fango en el que, allá por nuestra niñez, hundíamos nuestras manos.

viernes, 13 de febrero de 2004

¿Cuanto pesan 21gramos?

Imaginad un objeto más o menos magullado. Uno de esos objetos que uno mira y se dice: aquí hay historias. Como mi oso Nerón que tiene una grapa en la oreja y unas manchas que nunca le he conseguido quitar desde que lo encontré por más que lo meto en la lavadora. Como los rotos de un pantalón. O ese artefacto oxidado y extraño que nadie sabía para que servía y que acabaron por llamarlo simplemente Le Truc (la cosa) y que quedaba tan bien en la mesa del salón (un día un amigo de chile me desveló que era una vieja lámpara de aceite para bicicletas, lo que me para mi hizo de aquello algo mucho más enigmático).
Algo con óxidos, con manchas, marcas de la violenta realidad del tiempo.

No, mejor, imaginaros un objeto cualquiera que se ha marcado por la vida, y cómo al darle vueltas en la mano cada marca va contando cosas.

Si, Imaginaros algo como un trozo de cuerda que ha atado ya muchas cosas, con nudos sobre sí misma y más de un "aquí estuvo a punto de cortarse".

O mejor, mejor aún...
Imaginaros simplemente, película y más película suelta, una tira de celuloide toda echa un lío, en la que la historia tiene tanta fuerza contenida de salir, que no importa perder el tiempo en buscar los extremos.

Cada cual la coge por un trozo al azar, y retazo a retazo, empieza a montarse la historia:
-Y aquí es cuando
-Y aquí, justo aquí, fue cuando entonces
-Este punto de aquí, bueno, te va a parecer absurdo, pero quédate con el detalle
-aaaaaaaaaaah, entonces.... claro, por eso...
-bla bla bla.

Pues así demuestra Alejandro Gonzalez Iñárritu, que el tiempo a veces se entiende mejor cuando se lo mira como un poliedro en el que cada cara es un pasaje, un recuerdo, una herida.

Hoy me he sentido como me siento delante de algo bien hecho. Y no se como decirlo mejor. Podría decir que me dan ganas de hacer yo también algo bien hecho, que me dan una ganas terribles de escribir (no sé que le pasa a mi cerebro, que cuanto más se pilla con una historia, más se pone a producir él paralelamente pero sin perder el hilo de lo que estoy viendo. Supongo que esto es lo que los griegos llamaban catarsis, cuando salían todos del teatro de Epidauro dispuestos a despreciar sus miserias humanas y hacer las cosas mejor), que se me cierran un montón de círculos y me surgen otros nuevos, que me doy cuenta de que estoy vivo y de que el momento de actuar es este y no otro. Podría contaros la cantidad de cosas que me pasan por la cabeza mientras estoy ante un espectáculo que me impresiona, y entonces descubriríais el gran poeta que soy, lástima que luego se me olviden todas.
Solo me quedan las ganas de escribir.
Por eso me he venido sobre este teclado y os he dejado estás líneas antes de que se me pase.

No soy buen crítico de cine: vayan a ver 21gramos.

miércoles, 11 de febrero de 2004

Me cago en el amor

Yo debo tener una capacidad innata de provocar el amor a mi alrededor, es decir, el amor para cualquiera menos para mi. (Cuando se trata de mi, me lo curro a pico y pala, como dicen mis amigos, para demostrar que soy el mejor y que me la merezco: we are not terrific but we are competent). Quiero decir que cada vez que me he ido a copartir casa. . .
. . .Pero, ¿que tiene de malo que tus compañeros de piso se lien entre sí?
Pues la primera vez éramos solo tres, así que la situación de por si ya era un poco especial porque de pronto, así como quieren no quiere la cosa, ya no éramos más 3 como 2+1. Yo el uno, claro. No es que me atrajese ninguno de los dos, o sea que no eran exactamente celos. . . pero a mi nadie me había preguntado si quería vivir con una pareja. Y luego no me equivoqué, simplemente, poco a poco, ocurrió lo inevitable y se acabaron:
los desayunos con ella,
las horas tirados escuchando música y fumando fortunas con él, antes de acostarnos,
el porrillo intimando con cualquiera que coincidiese al llegar a las tres de la mañana.
cosas así.
Más que menos tuve que aprender a vivir solo, porque para mi vivir eran esos detalles para los que ya nadie tenía tiempo: ahora todo el mundo se iba a dormir a las 10, me veía comiendo yo solo después de desayunar también solo y esperar toda la mañana a ver si a alguien le entraba hambre también, o cenando también solo más de una vez, como cuando llegaba a casa y no bien abría la puerta oía pies descalzos correr, risas y pestillos cerrándose. Si desaparecía la jarra de agua no me molestaba ya en buscarla, cenaba sin ella y luego me echaba un vinito en el salón.
Ahí empezó todo para mi, como si me lo revelara mi propio reflejo en las ventanas: por fin encontré la ventaja de ese curioso estado de semisoledad (siempre es mejor la soledad o la compañía, lo "semi" no es lo uno y lo otro, sino ni lo uno ni lo otro, lo semi en general es un camelo, cuando estes en lo semi, escoje) y me aproveché: tenía una época para mi y me permití el lujo de explorar aquella libertad, y hasta hacer alguna que otra locurilla. Incluso una vez que se habían ido de viaje, tuve que irme yo también al poco tiempo porque sentía que algo se me estaba yendo de las manos. Confieso que después de reflexionar en lugares como los que visité, volví decidido a empujar yo mismo las cosas hacia el lado al que iban a caer. Tanto estaba aprendiendo.
Volvimos a ser tres el día en que él tuvo que marcharse y vino otro nuevo compañerp, aunque yo no cambié porque lo que había aprendido en soledad no necesitaba de la soledad para practicarse. Era cuestión de Actitud.
Lo cierto es que de algún modo, siempre les agradeceré que se hubiesen enrollado.

Esta vez no somos tres. Sin embargo, es un poco incómodo abrir la puerta del salón y encontrarse un payo, que es tu compañero de piso, y una paya, que es tu compañera de piso, que se miran los ojitos y se acarician la cara en plan Ghost sobre la alfombra con las piernas enreliadas, las luces bajas y la musiquilla adecuada…
-No, si yo solo pasaba por aquí a echarme un pitillo con alguien.-
O cuando llego a las nueve de la noche y la casa está a toda oscuras menos una rajita de luz bajo una puerta, o sea, que hay alguien pero como si no lo hubiese: las dos personas con las que solía cenar están enclaustradas en su paraíso. . . Enciendo las luces para revivir la casa muerta y me hago de cenar poniendo musiquita un poco más alta para no oír las risas enamoradas detrás de la puerta sino el suave y dulce ronroneo de mi soledad, con la que ya tengo práctica. Entonces cuando busco mi guitarra y resulta que se oye detrás de la puerta. . . Y seré tímido o tonto lo que quieran, pero, a mi por lo menos, se me quitan las ganas de llamar a una puerta que se ha cerrado exactamente como yo cierro una puerta cuando no quiero que nadie llame. El amor loco es maravilloso, yo sólo digo que en casa día si y día también, a veces se vuelve un poco coñazo.

Sin embargo, gracias a esos momentos de los que hablo, me he vuelto a reencontrar con Ella. Por fin puedo hacer aquello que no he hecho desde que no vivo solo. Había olvidado de cuando, después de un día vacío o una noche sin ninguna gracia, antes de acostarme, ante de irme a dormir, me doy esa última oportunidad: repaso los cedés como quien se prepara un buen golpe, y saco los que que he de sacar, voy pinchando una por una canciones que me encantan, según me pida el cuerpo, con un cigarro en una mano y un tinto en la otra, me quedo en pie balanceándome o doy vueltas por la habitación, ya no ofrezco resistencia, me dejo hacer por el instante. Miro hacia la ventana, a esta distancia en que puedo ver si quiero el fondo y si quiero mi propio reflejo. Hago el payaso, miro al actor que nuca fui, a veces incluso empujo algún mueble o tiro algo al suelo como si fuese el mismo Brell en éxtasis o Courtney Love, o Reznor electrocutándose con su propia música. Hasta que yo mismo hago como que me caigo y me quedo tumbado en la alfombra mirando el humo bailar hacia el techo, dejando que la música me cure y el vino me caliente. . . Bebo lentos sorbos preguntándome qué cojones diría un enólogo de este sabor y pensando lo pequeño es hermoso, lo pequeño es hermoso, lo pequeño como este segundo es tan hermoso (Normalmente en ese momento suena Creep de Radiohead o Mother de los Police).
Cuando Vinicius de Moraes canta su “Por qué hoy es sábado”, que suena como si celebrase una verdadera misa, Roberto, muy preocupado, sale de su habitación para venir a preguntarme:
-¿se puede saber qué coño estás escuchando?...
-Shhhhh, Calla y escucha esto, inconsciente- le digo sin dejar de mirar al techo como si él no estuviera allí. . .
. . .¡Por que hoy.... es Sábado!
Y sé que es un poco borde, pero es que, en este momento, yo, querido lector, ya soy inalcanzable.
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Creo que debería postear algo pronto... con tanta felicitación empiezo a sentirme como si yo también estuviese embarazado.

martes, 10 de febrero de 2004

Eyes wide shut

Cuando crees que la vida la tienes ya pillada, cuando crees poder seguirla sin que te sorprenda o incluso aunque creas haber comprendido que te puede sorprender. . . la vida dará otro quiebro (con esa naturalidad que tiene la vida dando quiebros, que parece que el quiebro ya estaba allí antes, un quiebro en línea recta como las palabras escritas una tras otra); te dejará en la esquina con esa cara de pánfilo, exactamente igual que la última vez, y no importa si no bajas la guardia: lo volverá a hacer.

Una de las nuestras está embarazada.

Perdonadme que sea tan misterioso pero no quiero quitarle el gusto de dar ella misma la noticia.

lunes, 9 de febrero de 2004

INSTRUCCIONES PARA HACER EL RETRATO DE UN PÁJARO según Jaques Prévert

Pintar primero una jaula
con la puerta abierta
pintar después algo bonito
algo simple, algo bello,
algo útil para el pájaro.
Apoyar después la tela contra un árbol
En un jardín, en un soto
o en un bosque esconderse tras el árbol
Sin decir nada, sin moverse
A veces el pájaro llega enseguida
Pero puede tardar años
antes de decidirse.
No hay que desanimarse
Hay que esperar
Esperar si es necesario durante años
La celeridad o la tardanza
En la llegada del pájaro
No tiene nada que ver
Con la calidad del cuadro.
Cuando el pájaro llega, si llega
observar el más profundo silencio
esperar que el pájaro entre en la jaula
y una vez que haya entrado
cerrar suavemente la puerta con el pincel.

Después borrar uno a uno todos los barrotes
cuidando de no tocar ninguna pluma del pájaro.

Hacer acto seguido, el retrato del árbol,
escogiendo la rama más bella para el pájaro,
Pintar también el verde follaje
Y la frescura del viento,
El polvillo del sol
y el ruido de los bichos de la hierba
y después esperar
que el pájaro se decida a cantar.

Si el pájaro no canta, mala señal,
Señal de que el cuadro es malo,
Pero si canta es buena señal,
Señal de que podéis firmar.
Entonces arrancadle delicadamente
una pluma al pájaro
Y escribid vuestro nombre
En un ángulo del cuadro.



Si a esto es a lo que llaman poesía para niños, yo debo haber tardado mucho en hacerme niño.

sábado, 7 de febrero de 2004

Ayer fue un dia de mierda.

Nothing can stop me now, 'cos I don't care anymore. . .
nananannná nananana nnnananna nananannna nana nana. . . nana
Nothing can stop me now, cos I just don't care. . .


Había pasado dos días currando a muerte para adelantar otros dos, estaba en la cúspide del agobio febreril, pero yo recordaba las palabras del poeta: Antes la vida!. Marqué con la espada una línea sobre el calendario: viernes, sábado y domingo. Estos son para ti. Y a pesar de que en el resto del país las bibliotecas están colapsadas, la gente come mierda precocinada y no se para ni a jugar con un perrito, ni a que termine la canción o a fumarse un pito mientras que el sol le caliente 5 minutos la jeta. . . yo me robé 3 días en medio de la vorágine. Porque no quería esperar más, porque ya es suficiente. Amontoné el tiempo a ambos lados como quien amontona los trastos de la mesa para hacerle el sitio a una buena pitanza.

No se si habéis viajado solos alguna vez, a mi me encanta, sobre todo momentos como la salida. Me da un no se qué que qué se yo, si, eso exactamente, eso que le da al tio al principio de La muerte en Venecia, y la cabeza se me llena de canciones y estribillos rebeldes y vitalistas, de sana desesperación romanti-grunchy, de esas que en medio de la tragedia hacen un guiño a los que han pillado que se le ha ganado algo al destino. Siento romper algo en mi propia piel, algo más que el viento: viajo, escapo, me desvío, me burlo, me disuelvo en la esencia verdadera, me encuentro conmigo mismo en mi verdadero hogar el movimiento, sagrado vacío entre dos puntos que me acoge.
Todo esto pienso mientras el territorio nacional corre y corre transformándose bajo mis pies.

Lilolilolilo. . . -coño, el móvil. . . -¿si?
-los análisis han salido, vamos a buscarte para llevarte con nosotros a casa, no es grave pero, necesitas reposo absoluto y muy buena alimentación y para eso nada como tu madre. . . espero que puedas encontrar una solución para tus exámenes y tus entregas, llegaremos en una hora, por cierto. . . no se oye ná, ¿donde estás?

En la estación del siguiente pueblo he conseguido que me sellen el billete para ver si me lo cambian por otro igual la próxima vez que viaje.
Game Over, chaval, pero esta vez un poco más y ya te veías escapando triunfal con la chica entre tus brazos, joputa.
Antes de coger el bus para desandar lo andado llamo a lo del enemigo: Hola muy buenos días, la chica, por favor (. . .) gracias (. . .) oye ¿a ti te importa mucho que te salve otro día?

jueves, 5 de febrero de 2004

Aux Bus et vélos

7.15 de la mañana. Laura y yo tenemos la misma clase, pero solo hay una bicicleta. Lo echamos a suertes. Gano yo. A pesar de eso, intento cederle el puesto a Laura, pero su humildad y su sentido de la justicia apoyado en su mal humor mañanero, pueden conmigo. Laura sale 15 minutos antes para tomar el autobús. La espío hasta que dobla la esquina.
Cuando llega a la parada, me encuentra allí de pie con la bicicleta entre las piernas. ¿Qué haces aquí?, me pregunta estirando una sonrisa en su cara de sueño.
Más tarde, Laura baja del autobús para hacer el tedioso trasbordo y me encuentra otra vez exactamente como cuando me dejó en la otra parada pero sonriendo jadeante: ¿pero que cojones haces aquí? Vuelve a sonreír.
La línea G es lenta, da un gran rodeo, pero hay varios puntos que no son difíciles de unir con atajos: 10 minutos más tarde cuando Laura cabecea sobre el cristal de la ventana recibe un manotazo al otro lado. Veo a Laura reír, no puedo oír la risa pero se exactamente cómo suena.
12 minutos, al pasar por una plaza, Laura me ve en la otra punta poniendo una pose un poco ridícula, veo por el rabillo del ojo su risa sorda y un hombre en pie detrás de ella que me mira sin entender nada. Son las 7.55. tanto ella como yo llegamos tarde, pero ella ya no piensa en esto.
5 minutos, semáforo en la carretera que lleva directo a la escuela… luz verde, me adelanta. Laura ríe. Embotellamiento momentáneo. Adelanto yo haciendo una mueca absurda, y Laura se descojona dentro de su autobús. El hombre de antes sonríe, parece haber comprendido.
Laurea baja del autobús frente a la Escuela, me abraza riendo y dando saltos, casi bailando. Cruzamos la calle y entramos 5 minutos tarde al seminario de urbanística. Pero no importa porque ya hemos puesto el día de nuestra parte.

Cuento esta historia porque de algún modo explica la excitación un poco ridícula y pueril del post de ayer… Cuanto más limitadas y estrictas son tus posibilidades más feliz es encontrar un juego que te haga libre a pesar (y casi gracias) a ellas. La libertad la siento más al conquistarla. Yo, por lo menos. Quizá sea mi vicio por jugar. No se. Conocer todas las reglas del HTML me daría una libertad absoluta pero sin un juego por descubrir… no digo que nos sea mejor pero sería exactamente igual que si aquella mañana hubiésemos tenido dos bicicletas.

miércoles, 4 de febrero de 2004

Adaptación

Ayer estuve trasteando con el Html. Me busqué una lista de correspondencia entre los colores y sus códigillos de 6 dígitos y me lancé a cambiarlo todo a ciegas, por el método ensayo-error, como me había dicho Mak.
Poco a poco cambiaban las cosas, me acercaba cada vez más a ese estado de gracia que consiste en que los resultados obtenidos se parecen cada vez más a las intenciones proyetadas, en fin, lo que se llama conocimiento de la técnica y no dar palos de ciego.
Más tarde, durante el día, supe que algo debía haber aprendido, porque aunque hacía horas que lo había dejado, mi cerebro no dejaba de enviarme ocurrencias como: y si ensanchas esta línea y cambias este tipo asi, cofrontas dos lineas que tiren de los ojos arriva, o pones el fondo como envejecido y en Courier que lo haría parecer una cronica de ganters en papel de oficina... y me subía otra vez y porbaba y probaba.
Lo que me gusta de este escaso conocimiento es que se limita a regiones coloreadas, rectángulos o barras, con tipografía cuyo estilo, color y tamaño también controlo. Y nada más. Y lo mejor de un juego tan sencillo es que las limitaciones de movimiento acaban por convertirse en las mismas excusas para moverse, aprendes todas las reglas, tu cerebro trabaja y trabaja, desarrolla estrategias, se resiste, comprende las cosas, y acaba burlándose de ellas a trávés de ellas mismas. Cuando aprenda a meter botones y un texto lleve a otro texto... ¿que ocurrirá? jejejeje. Se me pone cara de malote Se me pone cara de malote. No digo que me vaya a convertir en el master prodj del neoplasticismo web, pero me excita, me excita todo esto, y más me excita cuando lo veo desde mi pequeño reino de barras colores y tipos de letra. Oh si, me siento como Marinetti.

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