martes, 8 de marzo de 2011

Mi dormir algo inquieto


         Mi dormir es algo inquieto. Duermo la noche como si fuera de viaje en tren. De vez en cuando me despierto y, antes de volverme a dormir, me pregunto vagamente por donde voy, miro el reloj, consulto el cielo -extendido sobre el paisaje inconsciente de la noche-.  El mío es un dormir inquieto, si, pero por lo mismo, a veces, es también ilusionado; otras, las mejores, llego a la mañana sin darme cuenta, mecido por el suave traqueteo que hacen las cosas bajo el silencio.

miércoles, 2 de marzo de 2011

        La mudanza, ese trasiego de posesiones que un día pasan de un lado a otro como por el cuello de un relog de arena…. Ahí es nada. Tu propio mundo te burrea hasta el último momento mientras la casa se llena de esa extraña luz que dejan los objetos al retirarse. Apenas te da tiempo a pensar en nada.
        Y sales de allí.
        En el próximo café no sabes muy bien donde sentarte. Al cálido sol el futuro, a la fresca, a veces fría, brisa de la incertidumbres. Cuelgas en el respaldo tu chaqueta sin armario.
        Sentado en el fondo del relog de arena, fina y rojiza como las que traje de arabia en una lata, veo sobre mi, al otro lado del cuello de cristal, atascadas, las cosas que no han podido pasar, las cenas que no habré de servirte, las que no conovocarán a los amigos, la pared sobre la que dijimos mil veces de proyectar películas no-tan -tan-cultas-como-las-del-año-anterior, con un eco sordo contra el cristal se oyen nuestras risas cuando nos burlábamos de aquellas reuniones-, las botellas que no podremos descorchar tirando el tapón por la ventana al fondo de la calle, ruidosa, alegre, los bailes en el salón, nuestras pequeñas fiestas a dos, cantos, besos, gemidos, alaridos, jadeos, silencios, pedos y eructos, todo suspendido; mal plegado, el tablero del risk que nunca echamos y que se han quedado allí, pendiente otra vez, desde la Tierra del Fuego a las últimas islas de Kamchatka.… Cae una ficha y me da en el ojo. La rescato de la arena y me la meto en el bolsillo, por si acaso. Era un dado.
        Veo los cuerpos de mi último hogar, intentando adaptar sus brazos y piernas al fondo del embudo, dejando un montón de espacio vacío, como un puñado de alfileres en un tubo de ensayo. Resignados mal que bien en su incómoda postura, se vuelven al fondo con ojos interrogantes.
        Sobre la arena, yo no se que contestar. Pero si no puedo contestar puedo prescindir de ello.
        A mi alrededor la calle está alegre, se inician algunas obras y la gente sigue corriendo con su miedo a llegar tarde, mientras la primavera viene sobre la ciudad como un animal curioso sobre la melaza volcada.

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