miércoles, 10 de junio de 2015

Cosas para no leer si tienes un hijo adulto


Hay algo mágico en vivir en una ciudad nueva, algo que buscamos muchos viajeros, a saber: que cada día es nuevo en ella y que uno mismo es, de un modo crudo y salvaje, nuevo en ella cada día. Pero también hay una desventaja en vivir en una ciudad nueva: las escasas posibilidades de compartir tus sentimientos e inquietudes más íntimas, violentas, ingestionables, inconfesables... y todas esas cosas que requieren un interlocutor de esos que en la vida solo se consiguen con el cocer lento de la amistad (el amor es conocimiento y conocer exige dedicación).

Cada vez que se cambia de ciudad, se vive la maravillosa aventura del descubrimiento y la exploración del mundo, pero también la del alejarse del mundo conocido, en el que se tiene experiencia y en cuyo poso, quizá han echado raíces lentamente grandes amistades. Así, explorando el mundo, junto a la salvaje y alegre fascinación de sentirse parte de él, hay también raíces arrancadas que se arrastran por la acera.

Por alguna extraña razón, tiendo a memorizar las aceras de cada ciudad que conozco. París y Burdeos, asfalto bien pulido. Granada, piedrecitas alargadas intercaladas con baldosas. Berlín, piedrecitas cuadradas intercaladas con una hilera de losas de piedra. La costa de Andalucía está baldosada con unas piezas horribles de un gusto pésimo, que alguien convenció de comprar a todos los ayuntamientos... pero, en fin, son las baldosas sobre las que he corrido aventuras.  Puedo diferenciar ciudades por el modo en que hacen sus aceras y el modo en que mis raíces se arrastraron por ellas, encontrando quizá un resquicio entre los adoquines y las grietas del asfalto para hundirse en la tierra, ligándome a ella, haciendo cada ciudad un poco mía y recordándome, cada vez que vuelvo a visitarla, que yo también soy un poco de ella.

En suma, es jodido estar jodido cuando se vive en una nueva ciudad, porque además de estar jodido es probable que se esté bastante solo.

He tenido la suerte de tener unos padres que me han tratado como a un amigo. Han confiado en mí plenamente, a pesar de mis fallos, y me han hecho entender que puedo confiar en ellos plenamente, a pesar de los suyos. Esto no es moco de pavo. Es un regalo que va más allá de la educación, de la protección y del apoyo, de todo eso que es el ejercicio de ser padres. Algo que se interna en el ejercicio libre y arriesgado de la amistad.

Caminando por una ciudad nueva, un nuevo capítulo de mí, me doy cuenta de que estoy pasando una línea marcada en mi propia historia. La línea que marca el momento en el que me doy cuenta de que mis padres son ya mayores, de que, si bien tienen experiencia, no tienen ya la flexibilidad mental y la apertura para explorar problemas y soluciones con la habilidad y creatividad de antes. Tienen experiencia, de eso no hay duda. Pero no tienen más de la que tienen, y quizá yo ya tengo más que ellos en ámbitos que nunca exploraron y, aunque no fuera así, no menos cierto es que con la experiencia que tienen, arrastran también la impresión de que el mundo es como el que han conocido. La biblioteca de soluciones de la que disponen pertenece a un mundo que -ellos mismos dicen- “es como es”, mientras el mundo es en realidad una perpetua transformación de las posibilidades.

Esto, después de una vida entera contando con ellos como consejeros, me trae de nuevo aquella sensación de estar arrojado a la existencia con cierta e irremediable soledad. Sé que puedo contar con ellos -siempre podré, mis padres son el amor personificado- pero sé que tengo que contar también con sus limitaciones, que poco a poco son más de las que me imaginaba: a veces mis problemas superan esas limitaciones en un mundo que ya es mas mío que suyo. No hablo del darse cuenta de que mis padres ya no son los héroes que creía (eso es algo con lo que ya me espeté de lo lindo a los dieciocho años), no, sino que hoy, además, nuestros tiempos y nuestros mundos divergen irremisiblemente. 

Mi madre me dijo una vez que uno es viejo cuando ya no acepta los cambios con facilidad. Me doy cuenta de que me mis padres hace tiempo que ya no aceptan mundos distintos, incluido el mío,el que vivo y el que sueño, el que se transforma cada día y el que quiero construir: un mundo que se expande sin parar y en el que ahora tengo que tragarme, sin ellos, los frutos más dulces y también los más amargos de mi asombro. 

Collage: Con una fotografía de Yseult - YZ. Arte callejero en Berlin, tomada del blog Brooklyn Street Art + imágen de Coco, de Barrio Sésamo.

domingo, 1 de febrero de 2015

"Suis je Charlie?". Ser Charlie se ha vuelto algo complicado

Le envío la noticia al curre. Ella tarde en responder. Le ha llevado su tiempo enterarse de qué cojones es Charlie Hebdo. Una revista francesa con chistes algo crudos, le aclaro corroborando sus pesquisas.  Ah, si, me dice y me cuenta que hay un enorme debate, opiniones, matices, análisis; que ser Charlie tiene una carga política que... hace una pausa, suspira y, dejando a un lado su profesionalidad como periodista -a la vista está, no sólo ha averiguado qué es Charlie Hebdo sino también qué se cuece en el fondo de aquella carnicería-, me pregunta sinceramente qué me parece a mí que significa "eso de ser Charlie".

Pues sí, de pronto todos fuimos Charlie. Muchos sentíamos que lo que había pasado era horrible e injusto y quisimos solidarizarnos. Sentimos que la libertad que se atacaba era también la nuestra -no solo el derecho a la libertad de expresión sino el derecho a vivir- y quisimos solidarizarnos. El signo de esa solidaridad es aquel "je suis Charlie". No sé qué otra lectura quieren sacar de este gesto. No es que yo sea fan del Charlie Hebdo. De hecho, sus chistes me han parecido siempre tan crudos que nunca llegué a entender si eran una revista de derechas reaccionarias, de izquierda dergarbadas o simplemente la publicación de unos tios un poco brutotes. ¿Pero, es tan complejo el fondo de la motivación de poner "Je suis Charlie"? ¿No podría ser que decir Je suis Charlie no sea más que decir sea sencillamente que "lo que ha pasado me parece una barbaridad, me duele en el alma y quiero solidarizarme con aquellos a los que también les duele", una expresión de solidaridad, indignación y rebelión pacífica contra lo que está pasando?  Yo ya conocía esta manera de expresarse, porque ya una vez había sido Miguel Angel blanco y otra vez había sido Marbella, que se ha convertido en el hilarante retrato -mucho más zafio que los chistes de Charlie Hebdo- de una de las crisis más gordas que vamos a vivir.

De pronto todos fuimos Charlie. Sin embargo, unos días depués surgen análisis, debates, matices...  y resulta ser Charlie no es lo que parecía. No. La cosa no es tan blanca ni tan negra porque el origen de todo esto es una maraña impresionante, producto de la complejidad  -de la riqueza y de la miseria- del tejido social de Francia y del Mundo. Ser Charlie se ha vuelto enormemente complicado... ¿es uno Charlie? ¿y el otro? ¿de verdad el otro no es también Charlie?...  pero... ¿puede ser uno Charlie? ¿hay más Charlies, además, por supuesto, de Charlie? ¿Y si Charlie es Charlie...   quien es entonces el que dice yo soy Charlie?... 

Me han dado ganas de quitar el Je suis Charlie del post de aquel día...  pero me ha parecido que no, que qué cojones, que no. ¿Cómo iba yo a saber lo complicado que se iba a volver el asunto? Así que en vez de quitar aquello del pasado pongo aquí entremedias este chiste. Creo que es de Charlie... aunque ya no estoy seguro.

"Veo que unos terroristas os asesinarán, y tañirán las campanas de Nôtre Dame por vosotros, y habrá un gran desfile con Hollande...  ondearán banderas tricolores y se cantará la Marseillaise, propondran enterraros en el Pantheon, y el NASDAQ y la Academia Francesa dirán "Soy Charlie" y el Papa rezará por vosotros...."

lunes, 26 de enero de 2015

Mocoso perdido

Ahí estoy yo. Entro en el año nuevo moqueando. Arrastro un resfriado espectacular. Tercera iteración de virus y bacterias que encuentran una y otra vez el modo de quedarse entre nosotros, cabalgando entre cenas familiares, abrazos, besos y estornudos y largas noches de dormir acurrucados el uno contra el otro, sudando a gusto bajos las mantas, con olor a sexo y vicsvaporub.

Este año mi familia está dispersa en tres países diferentes. La cosa se ha puesto tan compleja, que he decidido pasar estos días en el país en que ahora vivo y con la gente que aquí me quiere y la gente de la gente que aquí me quiere. Así, a través de los mocos, he visto el mundo de una familia que apenas ha oido hablar de mí pero que ardía en deseos de conocerme y darme amor - un fluido mucho más sutil y extenso que los mocos, que lo ha llenado todo de pronto -, he conocido a más hermanos, más padres, más niños, más abuelos. ¡Casi no recordaba lo que es tener un abuelo! Y lo que es más fantástico, nunca había tenido un abuelo físico al que poder acribillar a preguntas. En una edad en la que por un lado lo desborda a uno la memoria y los achaques y por otro cada día es más difícil escuchar -sobre todo si eres hombre- , el buen hombre se revolvía en su sillón de placer -y de Parkinson, pero este último lo lleva con una deportividad vital, casi temeraria, como si el Parkinson no fuese más que herida a punto de curarse-,...

He visto las casas en las que cada uno vive -y dicen tanto las casas, ay - casas viejas y casas nuevas, casas llenas de personalidad y casas vaciadas por el aire anónimo de lo provisorio -que es, al final, la vida-, vidas en suma, como la mía que es un puto caos pero que con todo el follón de estos últimos días casi se me ha olvidado que lo es.

Así pués, me he sentido como un niño que se deja llevar de evento en evento, mientras disfruta cómodamente de un cariño sin responsabilidades y entretanto, en su misión de niño, rescata cualquier oportunidad para el juego. Quizá más que sentirme como un niño simplemente he olvidado mi perspectiva de adulto, la maldita conciencia que hay tanto por hacer, burocracia, proyectos, existencialismo social y laboral. Como cuando era pequeño y mientras mis tios y abuelos cantaban villancicos, yo acariciaba secretamente con el momento de reencontrarme con mi mundo de niño mis juegos y  juguetes, recién armados o ya destripados con los que algo planeaba hacer...  mis ingenuos experimentos con chatarra electromecánica y química experimental -ausente de teoría pero llena de experiencia y de un olor fantástico que mi madre odiaba- en fin, el montón de cosas -como decía mi madre medio desesperada-, por las que al niño le ha dado; así precisamente, he echado de menos hoy mi espacio, mis cosas mis libros y papelotes, pero sobre todo una tonelada de ideas garabateadas en papel, proyectos y estrategias para vivir. Chatarra, material de dibujo, literatura y código -esa sustancia que está detrás del cristal de nuestros cachibaches electrónicos donde estamos reflejando nuestra vida, que hace unas semanas he decidido dejar de obviar y comprender- ...

...Y la vida que a veces me parece un caos injusto y precario, me ha parecido de pronto un regalo de reyes lleno de juegos por explorar, cargado con  esa ingenuidad mia que es una verdadera alquimia, que si bien es la prueba de que quizá nunca llegue a tener picardía en la vida, también es la prueba de que a aquel niño no lo puedo traicionar, no al menos mientras siga haciéndome preguntas en secreto mientras el mundo canta, bebe, come y se abraza...   “¿si puedo manejar 4 idiomas de varios países, por qué no los de las máquinas?"...   "Si quiero conocer la esencia del mundo, una parte es sin duda internet", ... "Si domino internet, no tendré que pagar a un mago para hacer magia en internet por mi". Esta última, con un sentido práctico enorme conecta directamente con mi perspectiva de adulto, me recuerda de pronto que la vida es un caos. Programar. Ahí es nada. Y lo cierto es que no sé hasta donde llegaré pero no está de más intentarlo. Después de todo, tampoco llegué muy lejos de pequeño con el Quimicefa, pero anda que no fui feliz.  



miércoles, 14 de enero de 2015

Primeras tardes con tu abuelo

Este post ha sido trasladado por el autor al blog 

Oficina de Latentes


Allí seguimos escribiendo como siempre, con amor incondicional a los detalles y a la palabra escrita.

Hasta pronto, 
Golfo, escribiendo como Javier Ruibarbo en Oficina de Latentes.

jueves, 8 de enero de 2015

domingo, 4 de enero de 2015

Lo que estamos haciendo




Estamos muy a gusto en casa. Ella lee, arropada bajo su mantita. Yo, sentado en la "butaca de videojuegos", con los pies en el "puf de la butaca de videojuegos" aprendo a programar.
Los Mogwai tocan una canción estruendosa, a la vez densa y punzante. Es la última canción del disco, eso se ve a la legua.
Yo estoy terminando mis ejercicios de programación HTML, pero ella se está terminando un LIBRO. Me pregunto cómo se sentirá. Me pregunto cómo la expresión presente, estruendosa, disonante, arrebatada y loca de los Mogwai influye en cómo ella percibe la historia - una historia que yo conozco, y que cuando terminé, me llenó los ojos de lágrimas - . Pero yo escribo en el silencio. ¿Qué le hace la música a su silencio interior, a esa voz que lee, quizá lo mismo que a esta voz que a mi me dicta?
Ha mujido bajito, agudo y dulce, pero un mujido después de todo. Lo entiendo. Cambio la canción. Seguimos leyendo y programando, cada uno al final de su viaje. En uno minutos nos iremos a dormir. La miro, la miro-sin-que-ella-se-de-cuenta-de-que-la-estoy-mirando. Tengo unas ganas enormes de dormir con ella.

 Escrito en el navegador pedagógico de Codeacademy

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