sábado, 22 de abril de 2006

Walkside Story

        Caminan por delante de mi: él come un bocadillo, ella lleva una rebeca larga que le cae por el brazo y deja un hombro al descubierto; pero no se la sube porque probablemente sabe -y le gusta- que le da un aire distraído, tan desastroso, tan falsamente inocente e irremisiblemente seductor. Cuando salió de la tienda me ha parecido que tenía rasgos ligeramente orientales.
        Yo camino detrás de ellos… y acelero el paso porque llego tarde y quizá también por ese instinto que me pide verle la cara y confirmar la sospecha de que es una mujer preciosa. El mismo instinto que me hace darme cuenta de que él le ha buscado la mano sin encontrársela y que me hace esbozar media sonrisa triunfa. Y el mismo que hace que él me mire un momento de reojo al tiempo que le coge el culo a la chica, con lo que una voz dentro de mi cabeza elije otro idioma para decir… Ça y est, c’est bon : Il a marqué son territoire.
        Unos metros más adelante, cuando doblan la esquina, ella aprovecha para echar una ojeada pretendidamente distraída a su alrededor… Antes de volverse de nuevo, como quien no quiere la cosa, sus ojos se detienen por fin en los mios y así, de soslayo pero durante algo más de un segundo, me sostiene la mirada y me sonríe.
        Ça y est, tu as raison, c’est bon, dice en mi cabeza la misma voz en el mismo idioma, pero contestándose, jactanciosa, a si misma, Elle aussi:, elle a marqué son territoire.

sábado, 15 de abril de 2006

Sistemas de referencia.

Rodríguez, que te veo



         Cuando escribo me siento bastante vivo, pero, curiosamente, es como si el tiempo parara. A mi alrededor todo se convierte en un tejido abstracto, como si no fuera más que el estampado del momento que me vuelve, tan real y tan hortera como un poster de jevi metal: mero paisaje, una habitación, unos objetos, la imagen bucólica de un tipo que escribe… o no tan bucólica quizá… -reconozco que a veces me he excitado mucho, incluso llego que levantarme de pura excitación y a escribir de pié, alejándome y acercándome a la pantalla, balanceándome sin separar las manos del teclado-... la música misma se vuelve parte del ambiente, un murmullo de fondo, hasta que ni siquiera distingo los vacíos entre canción y canción
         Podría decir que el tiempo se para, sin embargo, lejos de detener la vida, esos momentos son de los que más vivo me hacen sentir. Como si la vida existiera antes y después de cada uno de esos textos. Me pasa igual con los viajes y con ciertos libros. Virginidades varías: virginidad de Estambul, virginidad de Nueva York, de Cádiz o de la Sierra de Víznar, virginidad de Neruda, de Carver, de Henry Miller, virginidad de Rayuela (y cómo envidio a los que todavía no lo han leído)…
         La sensación del tiempo es curiosa: cuanto más lo posees menos consciente eres de él (un niño, por ejemplo, que lo tiene todo por delante, o un adulto que a encontrado la manera de apropiarse de él haciendo lo que más quiere, librándose por un Instante de esa corriente macabra que todo lo arrastra).
         Sin embargo cuando caes en la cuenta del tiempo es cuando menos parece hacerte caso, cuando menos parece tener nada que ver contigo: el tiempo, su materia untuosa se te escapa, como tierra seca entre los dedos… O no bien se detiene y te sientes estancado: El tiempo duele, entonces, como un hermano con el que te llevaras mal.
         Pero cuando escribo, cuando tengo un instante así, cuando logro echarle el lazo como a una cabra salvaje... nunca he tenido claro si es el tiempo lo que se detiene o soy yo el que sube por un momento al tren. Y ya puede verlo pasar todo, el paisaje, la habitación, la misma canción una y otra vez en el winamp -que despues de todo es también una forma hermosa de medir el tiempo-… que a mi me importa un pito, como el que oye llover.

jueves, 13 de abril de 2006


        Hay pocas cosas más siniestras, barrocas y hermosas al mismo tiempo que las procesiones de Semana Santa.
        La pasión rompiendo rodillas y hombros, la devoción llorando a saetas arrodillados frente a un muñeco de madera: El pecado de la idolatría y el politeísmo en toda su magnificencia. Repitiéndose, cada año, a orillas del mediterráneo, desde que el mundo es mundo. Egipto, Grecia, Roma, y otras tantas culturas que no se me ocurren o desconozco… ¿Qué religión ni qué niño muerto? Por dios, la religión no es más que el soporte para que esto sea posible, igual que Internet es el soporte para tantos y tantos blogs de gente a los que nos importa un carajo la informática.
        Es simple y llana pasión humana, y en tal estado de concentración que casi se echaría a llover.

martes, 11 de abril de 2006

Epílogo, que me habeis pillao, bacalao.

Glugluglu


        Paul se marchó unas semanas más tarde. Me dejó unos libros en inglés. Un día que estaba tendiendo la ropa salió con una grana caja llena de libros y me dijo que cogiera los que quisiera porque se iba y no podía llevárselos. Hace una semana me di cuenta de que entre ellos estaba el Corazón en las Tinieblas de Joseph Conrad (Heart of Darkness), del que me hablaron hace poco en el taller (si, yo también estoy en un taller de literatura). Suelo acumular libros que esperan no se qué… libros que creo que no leería si no fuera porque a veces me los encuentro en mi propia casa después de que alguien me hable de ellos. Como el Corazón en las Tinieblas.
        A ver cuando le echo huevos y lo leo… porque igual Paul no era profesor de inglés, pero en mi cabeza lo fue un tiempo, y a mi me da que lo ha seguido siendo a su manera desde el momento en que me ofreció libros en inglés. Libros de esos de los que siempre he visto por el rabillo del ojo en las librerías, pasando de largo, no sin prometerme que algún día volveré a leer las novelas en inglés casi tan bien como leo las canciones.
        También dejó un diecisiete pulgadas Black Trinitón de Sony, de pantalla negra, de esos que no hacen daño a los ojos. Y del que me ha costado librarme lo más grande después de casi un año de tenerlo muerto de risa debajo de una mesa. Antesdeayer mismo se lo pasé a un vecino que casualmente vive en el mismo apartamento en que vivía Paul.
        Por otro lado igual os preguntareis cómo subió el vaso hasta allí. La respuesta es fácil: en mi bolsa, sequito junto al libro y a un termo de café, que rompí unos días más tarde y que lleva ya cerca de un año entre las tejas decolorándose al paso de las estaciones.




viernes, 7 de abril de 2006

Paul, Aquí vivimos como reyes, U Otro Rollo de los Míos de esos que os suelto de vez en cuando (parte II)



        Estaba así, saboreando aún a la señorita Cora mientras dejaba correr mis pensamientos como lagartijas al sol cuando una voz suena por encima de mi cabeza. Virgen santa, exclamo como cualquiera que se creía solo, qué susto me has dado… le digo ya vuelto al profesor de inglés que sube jadeando por el tejado vecino. Al hacerlo, me doy cuenta de que le hablo de usted desde hace dos años, de que, de hecho, nunca hemos hablado realmente. De que hasta hoy solo nos saludamos al vernos pasar… y de que casi siempre que esto sucede me ha pillado leyendo, lo cual supongo que aumenta su timidez y a mi me salva de enfrentarme a la mía.
        El profesor se ha puesto de pié, mira a su alrededor haciéndose una visera con la mano sobre la frente. Se ve muy lejos desde aquí.
        Es uno de esos personajes delgados y fibrosos, de voz aguda y ronca a la vez, algo femenina, que combinan unas curtidas arrugas y canas muy brillantes con una atmósfera juvenil, que va desde su modo de vida haciéndole fotos a unos tomates para malvivir en un apartamentito en un apartamentito de mierda, hasta su negarse a renunciar a subir por los tejados con un niñato como yo. Así a bote pronto, parece cosa rara decir que es “uno de esos personajes”, pero no, no es la primera vez que lo veo bajo distintas voces y formas… lo se por esta envidia pequeña que me da. Igual no son lo que hoy se llama un triunfador, pero viven como quieren vivir. A esos personajes me refiero.
        Se le ve que está sorprendido, ni de lejos había imaginado lo fácil que es llegar hasta aquí, y en realidad probablemente lamenta no haberlo intentado antes, como bien descubriré dentro de unos días, se marcha en pocas semanas de la ciudad. Me ha visto subir aquí tantas veces, y todas del mismo modo, siempre el mismo ritual: saludando tímidamente mientras me asomo a la terraza del vecino para asegurarme que no me ve caminando por sus tejas; Op, barandilla; Op, mutete; Op, me cago en el gili que colocó el alambre para colgar pimientos hace unos cuantos meses y que por poco me corta el cuello, Op, tejado del vecino con cuidado de no romperles las pocas tejas que le quedan; Op…. y cuando alcanzo nuestra azotea vacía, que aparece tan sola ahí arriba, cada vez me parece recién conquistada.
        Después de un rato haciendo fotos alrededor con un objetivo por el que me pregunto las cosas tan lejanas que verá, me pregunta qué leo. Todos los fuego el fuego, le contesto… Hablamos de libros, y nos aconsejamos mutuamente. Yo para leer en español, él para que yo lea en inglés. Hablamos de un tal Smith, de Cortázar y de Borges, que el mismo profesor saca con esa inercia con la que se atraen Borges y Cortázar, como si formaran la propiedad conmutativa de una extraña y genial operación. Qué más da encerrarse en las bibliotecas desde las que habla de las terribles calles del mundo, que echarse a la calle para hablar como salvajes ratones de inbfinidad de pequeñas bibliotecas. Aunque a mi me gusta más Cortazar, confieso que hay algo en Borges que me cae bien… Quizá sea algo más denso, como me dijo el profesor, que le costaba trabajo leerlo, pero no se me hace tan meloso. Vaya, que cuando lo leo no me da la impresión de que me quieran seducir. O como diría el señor B, puedo estar alucinando, pero no me siento como una estudiante de filología a punto de mojar las bragas a rayas, hechizada, epatada, cortazarada hasta la rabadilla…. No se… sencillamente, a priori, no me parece que Borges usara nunca la literatura para follar. Aunque esto es solo una suposición: porque no era tonto Borges. Nada tonto.
        Por supuesto, todo esto al profesor no se lo cuento, porque son mis paranoias personales y absurdas. Lo único que tengo a mi favor es el modo de escribir de cada uno y el viejo mito ese de que Borges murió virgen. Ahí es nada. Por lo demás no se mucho de la vida de ninguno de los dos.
        Hablamos de Joyce y de Antonio Soler, de Gloria Fuertes y de Benedetti, y de lo triste que es T.S. Eliot. Hasta que la conversación llega inevitablemente a nosotros mismos y el profesor resulta no ser profesor sino Paul, el fotógrafo. Mientras nos estrechamos las manos me acuerdo de que fue Nico el que me dijo que era profesor de inglés hace ya tiempo, y ahí dejó al hombre en mi cabeza, convertido en profesor de inglés. Paul me pasa una tarjeta con una dirección güeb -que no voy a linkaros para que no sepáis nuestra dirección- de la página donde cuelga sus trabajos. Hablamos un poco de lo que hacemos. Aunque me interesa, reconozco mi ignorancia del mundillo de la fotografía y me cuesta formular preguntas… a él también le cuesta contestarme español, pero hace el esfuerzo. Además, para mi sorpresa, sabe de lo mío, así que acabamos contemplando la ciudad y aquello da para rato. Hablamos del auditorio Manuel de Falla, y de la caja de La General… No, si como objeto es precioso, el edificio es la puta belleza, matemático, platónico, incluso espiritual si quieres… lo que falla es la función. Joder, incluso lo confesó el arquitecto en su libro todo orgulloso: son las medidas de la catedral, 50 por 50 por 50 o algo así, le cuento: y ya se que las cosas son así, que el dinero mueve el mundo y todo eso , pero creo que si ya das a una caja de ahorros de mierda no ya la misma escala, sino la misma monumentalidad en el paisaje que al templo que iba a ser el panteón de un imperio sin que te de un mínimo de vergüenza, es que algo dentro de ti ya no tiene marcha atrás…
        …¿Yo? ateo y tu… Paul me contesta tomándose su tiempo, mirando al horizonte mientras busca las palabras que definan sus creencias. Lo cierto es que hay pocos silencios para dos años enteros de timidez y, al parecer, mutua curiosidad.
        Como no tenemos reloj, escalo un poco más y les pregunto a unos vecinos que están en otra terraza a un par de aleros de distancia… “Hola” me dice la chica antes de contestar, lo cual me hace ver que está sorprendida y algo intimidada por mi aparición descamisado y preguntando la hora en cuclillas sobre las tejas del otro lado de su barandilla. Supongo que hasta ahora su atalaya le parecía completamente privada. Me sonrojo, le doy las gracias y me voy sabiéndome observado. La entiendo: A mi me pasó también en su día. Pero lo que yo me encontré fue una vecina tomando el sol desnuda en nuestra azotea. Le pedí permiso y me eché a estudiar, que es lo que había venido a hacer… Me dieron unas ganas horrorosas de desnudarme yo también y posar mi culillo sobre las cálidas losas de la azotea, pero temí incomodarla, así que solo me descamisé. Mientras vuelvo hacia Paul procurando no cargarme ninguna teja y no olvidar que son las sies menos cuarto, me da por pensar que la ley de los tejados es como la de los barcos… mientras no se pase a bordo del otro, puedes pedir la hora, fuego, o incluso un sacacorchos. Todo esto son suposiciones dado que no soy marinero ni creo que lo sea jamás… aunque envidio a los marineros. Claro que no creo que encuentren a sus vecinas desnudas sobre sus propias cubiertas, digo yo, vamos. Pero eso tampoco cambia mucho, después de todo ¿qué es una vecina denuda, al lado la envidia secreta que me dan los marineros?
        Es tarde, tengo que marcharme. Al bajar le digo “Hasta otra, estoooo ¿Paul?”… asimismo le recuerdo mi nombre, y desaparezco tejado-del-vecino abajo… op, murete, op, barandilla. Pero un op con minúsculas, con cuidadito… porque llevo mi vaso vacío de un lado a otro en cada paso procurando no mancharme con las tres cucharadas de azúcar derretida por el calor de las losas la azotea, que ahora me parece tan lejana. Tanto como puede ser el lugar desde el que Paul ve la ciudad entera mientras yo me sorprendo en la penumbra al entrar en casa.




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