viernes, 16 de abril de 2004

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“Señor físico, corríjame si me equivoco: La fuerza que empuja un coche no es la de los neumáticos que al girar empujan hacia atrás, sino la que le devuelve el asfalto hacia delante, llamada fuerza de rozamiento, y mayor a la del coche por indiscutible superioridad de la masa del planeta sobre este.
Al frenar esto se invierte: el coche quiere irse para adelante, pero el suelo se le agarra tirando hacia atrás. Hasta que se para… si queda espacio para parar.

Puede parecer una chorrada... pero es cuanto menos curioso que no sea sino el suelo el que empuja nuestros bellísimos automóviles, el que los frena y el que impide que salgan despedidos en una curva con una fuerza invisible de idéntica intensidad que los atrae hacia el centro manteniéndolos raudos y veloces dentro de su trayectoria.

Aquella noche no nos matamos gracias la fuerza de rozamiento que desgastó mis neumáticos 20metros hasta anularse, de 120 a cero km/h, y quedarnos parados, no solo para mi sino para el camión que daba banzados delante de mi, y para los otros tres coches que también trataban de frenar en medio de la cortina de humo que los neumáticos del camión provocaban al derrapar, ya completamente atravesado, de un lado a otro de la calzada como un muro blanco, una gran salchicha cuadrada que ya veía yo dando vueltas y vueltas en la tragedia que se avecinaba justo 30 metros delante de mi.

La tragedia no llegó, mi coche frenó a tiempo y el camión también.

En aquel momento, mi cerebro dio tres ordenes que ejecuté inconscientemente pero sin dudar: agarrar firmemente el volante, pisar el pedal de en medio hasta el fondo y enviar a mi boca un suspiro que salió muy bajito please please please como si él mismo, mi cerebro, hubiese concluido que el hecho de decirlo en otro idioma iba quitarle importancia al asunto, a caerle mejor a los frenos, a animarlos a frenar como si solo se tratase de un pequeño favor que no iba a costarles nada.
Pero en realidad mi único pensamiento consciente fue tan solo una súplica a la muerte, al destino, al dios en que no creo, articulada en mi voz interior con una fórmula bastante sencilla:



…ELLA NO ELLA NO ELLA NO ELLA NO ELLA NO ELLA NO…



Dicen que cuando uno sabe que va a morir en los próximos segundos sobreviene una inmensa tranquilidad, una tremenda paz con el mundo, generada supongo por la naturaleza que sigue su curso estoicamente.
No es mentira: lo he visto en los animales de los documentales de la tele, en los elefantes que se retiran a morirse a gusto, o en los leones que no siguen a la manada, y en un gato de mi barrio que se dejaba acariciar mientras me gruñía rabiosamente, pero sin ninguna intención de defenderse… y que luego mi vecina tuvo que tirar a la basura cuando lo encontró muerto a la mañana siguiente en el mismo sitio.
Y lo vi en mi aquella noche en que mi única angustia ante una muerte segura y aparatosa no fue sino la tristeza de que el mundo, la mezquitilla, y una familia que aún no conocía perdiera el miembro extraordinario que era mi pasajera.

Una mujer extraordinaria que hoy me ha dicho que preferiría no hablar conmigo de política ni de nada… que está quemada, supongo, como aquellos neumáticos al frenar.

Hay gente de la que uno querría no alejarse jamás, por lo menos, no tanto…

No tanto como esta noche la he sentido y no tanto como aquella noche, en la autovía entre Torre del mar y el Rincón, la logré alejar del destino con la ayuda de la física más elemental.

Las dos líneas paralelas que dibujamos aquella noche siguieron allí puestas en el asfalto durante todo el verano, los neumáticos pincharon una semana más tarde, y ella seguirá ocupando su sitio en una órbita de mi vida aunque ahora piense que a fuerza que nos unía ya no pueda igualarse jamás a la que nos separa.

Gé es igual a menosgéemeeme partido radio al cuadrado… solo espero que la física no me falle.”

Este es un post que escribí hace tiempo y nunca posteé.

Lo posteo ahora porque hoy a pesar del ayer nos hemos visto, y he podido comprobar que aunque ella no es ya más mi loba pero no por eso ha dejado de ser la Loba de todos y yo no he dejado de ser quien soy, y aparte de confundirme y echar las cenizas de un cigarrillo al bote de la mermelada en lugar de al cenicero (no se lo digais a mis compañeros de piso, por dios y por la virgen), todo ha ido sencillamente bien.

Que después de todo, la física no me ha fallado.

…Ni a ella tampoco, como no me arrepiento de haberle prometido, el día en que intentaba explicar que el mundo no se divide en lo que se cree o se deje de creer, si no en quien y lo que actua o no, empujandolo, o tirando de él para frenarlo a tiempo, y que no reviente como un globo contra su propio vacío.


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