domingo, 20 de junio de 2004

Lo brutal y lo sutil.


          Trazar a mano alzados una línea recta es como pegar bien un puñetazo: no se debe mirar el propio puño sino el objetivo al que se dirige.
           Pruébenlo y verán que tengo razón.
        Lo del puñetazo me lo enseñó mi primo Carlos cuando le confesé que nunca en mi vida me había pegado con nadie. Él, preocupado de que un día necesitara defenderme, quiso darme una lección de cómo de endiña un buen puñetazo.
          Lo de las rectas lo deduje en los primeros años de ni carrera de arquitectura cuando, corroborando las enseñanzas de Carlitos, me di cuenta de que cada vez que veía el punto donde debía detenerme la línea me salía mucho más recta. Incluso llegué, a falta de él, a dibujar yo mismo el punto con un rápido movimiento del estilógrafo, para luego echar a correr a toda velocidad sobre el papel sin dejar de mirarlo. Es corta y bastante sencilla, pero me gusta esa carrera.
        “La geometría es tan hermosa”, me digo a veces alucinado ante lo que un puñado de líneas puede servir a mi imaginación, pero sin dejar de acordarme cada vez de mi primo Carlos ejemplificando puñetazos en el aire contra el sol de la tarde de aquel agosto. 
      Todavía lo recuerdo cada vez, es un tic, el trazo y la memoria están ligados ya para siempre. Llevábamos toallas atadas a la cintura, aun nos quedaban gotas brillantes sobre la piel, pero aun así no hicimos caso y nos sentamos a ver la tele mojados mientras mama preparaba la cena. A su lado yo parecía una piltrafa, él pesaba, medía, y ligaba al menos el doble que yo.

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