sábado, 28 de agosto de 2004

Sin titular ni revisar

      La realidad supera la literatura. Estaba yo lavándome los dientes mientras pensaba en el post que llevo empezado desde hace días en la hoja de un papelito del hotel donde cobraban 9 euros la hora por el Internet (esto explica el retraso)… donde pasaba unos días “yo” decía “yo que he renunciado a Benicassim, a Santiago, yo que he dejado pasar a Morrisey (juju), a Bowie y a los Cure, a Almería, a Tarifa, a hacerme polizón el coche de un erasmus hacia Burdeos; a tantas excursiones y conciertos, a cabo de Gata, a todo en fin, no solo por un año académicamente desastroso, sino porque además no tengo un duro, apenas calderilla para echarme un café en Balneario (algo que por lo demás no he hecho)”...
      Un post en el que contestaba a la interrogante de cómo había llegado a verme inmerso en este mundo de complejos turísticos que imitan paraísos a escala 1/1, volcanes apagados tras derramar supuesta lava por sobre un supuesto pueblecito mediterráneo bien cercadito con playas de hormigón y estatuas pseudochillidescas entre las que nadar, sin olvidar el restaurante flotante… sobre el falso mar (la recepción en el volcan, bajo una cúpula de cartónyeso con un óculo de 4 metros casi tan grande como el Panteón de Roma).
      Un post en el que explicaba que acepto si es la única manera que han encontrado de hacer algo juntos en familia, pero que para mi, aunque soy feliz estando con los mios y no pago un duro (gracias de verdad), para mi, he intentado explicárselo, en verdad, el lujo es otra cosa. Un post en el que describía cómo me iba quedando dormido en una hamaca mientras pensaba en lo que de verdad me esperaba los días siguientes: montañas de ceniza, mares de lava seca, paisajes marcianos domesticados, viñedos sobre mantos negros, en playas de arena fina dorada, en olas de verdad, de las que salen en el Tres 60, y no esas pequeñas olitas que en mi ciudad son lo que hay y las esperamos como agua de Mayo a que las traiga le viento de poniente (al final fueron como las de casa, pero me dejaron una tabla y me metí).
      Esas cosas que son para mi el lujo, como el sol en la cara, cosas que no tienen precio, más que encontrar si se las busca, la terraza del Lisboa, o de madrugada las fuentes secretas de agua termal (siempre e tenido la tentación de hablaros de cierto lugar perdido no lejos de un pequeño aeropuerto de la península) calentada por el mismo calor que abrió la tierra y nos trajo Lanzarote, esta gran fiesta geológica, mucho mucho antes que la cadena Meliá Hoteles existiera…, esas cosas, en fin, tan tontas, “la fin de l’orage, au bord de l’ocean, 150 par l’autoroute, la premiére fois que tu la embrassée”, Doraemon, un libro con café helado, una bici, agotarse feliz, la siesta, y las menos siestas, todas las excusas para… y así en medio de todo ese decorado de paraíso a la carta esbozaba yo una sonrisa de complicidad conmigo mismo.
      Estaba yo organizando todo esto en mi cabeza para escribirlo cuando fluapfraaaaaas, se me sale el cepillo de dientes de la boca y me lo meto en todo el ojo, con pasta y todo. Durante la carrera al grifo (suelo deambular por la casa mientras me cepillo), noto como la pasta quema, y me acuerdo de mi prima que se la ponía para secarse las espinillas. Meto torpemente la cabeza bajo el chorro, tan torpemente que me doy con el grifo en la sien. Desisto, me saco la camiseta y meto medio cuerpo en la ducha, boca arriba, apoyando la base de la espalda en el borde de la bañera, con esa torpeza ridícula y genial que solo me viene cuando estoy solo. Y mientras el chorro me limpia la mierda del Colgate Gel, me lamento de no tener esta noche a nadie que pueda reírse de lo que me esta pasando. Así que subo las escaleras y os lo suelto sin mirar el pequeño papelito de marras.






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