jueves, 16 de junio de 2005

        Paso como paso todos los días por rincones tan queridos que secretamente se elevan a la calidad de las costumbres solitarias cotidianas. Habitudes rituales en las que creerías que vienes a ver si algo ha cambiado, como si checkearas que siguen intactos o te fuesen a sorprender, pero que en el fondo no esperan el cambio sino el solo placer de volver y volver, el placer tender los mismos ojos por el mismo paisaje, que vasta y sobra para sorprenderse cada vez. Y por eso vuelvo, gato, por eso vuelvo, irremisiblemente.
        He pasado de nuevo y mirando ahí en medio me he preguntado a qué tanto jaleo: Yo fumo también, me estremezco, me acobardo o me envalentono, me quedo parado, me lanzo, o huyo, o no, pero desaparezco sin demasiadas explicaciones… pero no podemos darnos todo el pensamiento, todas nuestras razones, así que soy uno más, uno más que vuelve con su, nuestra, historia secreta o sencillamente incomunicable, como un pájaro robado (si, otra vez) en el zurrón. Solo nos queda intentar comprendernos, sin adelantarse a traducir rápido, o tontamente, lo intraducible. Eso son los individuos, eso son las vidas que andan cosiendo las aceras. Y yo lo se y se que tu también lo sabes. O lo intuyo, al menos.
        ¿Y a qué tanto jaleo?
        Toco, adelantando la mano entre el murmullo sordo de los comentarios, y activo una vez más, en este día, el mecanismo…
        Apenas me da tiempo a reaccionar: por ahí no me lo esperaba. Corro a cerrar las ventanas, apresuradamente, me agacho, me tiendo en el suelo para escuchar mejor, mando a callar al mundo, me cago en tantos pequeños motores eléctricos… inconscientemente leo cosas que llevo años sin leer porque nunca estuve aquí tendido con ellas, mis cosas, cosas que son mías: A-Z, de 19… a 19…, alwa, 2 way bass reflex speaker system, video/aux… una cinta de Sonic Youth olvidada en la vieja pletina… Contengo la respiración, alargo el brazo y arranco de nuevo el mecanismo. Ahora, ya preparado, soy todo oídos relamiéndose los labios.
        Había lamentado tanto que no llegaran hasta aquí esas hondas hertzianas, pero me había callado… no obstante, si tarde o temprano, no he vuelto hasta tu voz, tarde o temprano tu voz ha llegado hasta mi. Y en ese susurro final he notado que las palabras no eran más que la excusa para ponerlo en ellas, el papel sobre el que dibujar su textura familiar, su velocidad, su cadencia azulada del humo que se oye arremolinándose y expandiéndose hasta perderse, vencido, en el aire, su dinámica de fluidos y su química de papilas, su humedad y su sabor a física contaminada de las palabras y pupilas tomando inserviblemente el relevo, de aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio, de decir una sola saliva y solo sabor a fruta madura.

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