miércoles, 14 de septiembre de 2005

Escena IV

      Entre acto y acto no ha callado el rumor de la escena anterior.
     Se levanta el telón y el foco ilumina la misma ducha “cuadrada, alta, con cortinas de plástico que (des)dibujan la misma silueta de mujer”.  Se oye el agua que suena como palabras o a decir verdad podrían ser palabras que suenan como agua, cayendo sin parar, diciendo tantas cosas a la vez como si se hilaran infinidad de caminos en el aire, “estrellándose en el suelo con esa diferente intensidad que impone la orografía del cuerpo, el recorrido por sus abismos.  Agua que cae y suena como una tromba de pensamientos en la impunidad del vacío.”
        A través de la cortina se intuye a una mujer.
     Un hombre entra a escena por la derecha, con aire distraído y un papel en la mano. Rodea muros inexistentes. Entra por una puerta sin pared, deja el papel en una mesa que hay en el escenario, uno de esos objetos que a quien los percibe antes de que sirvan a la escena le inspiran una enorme curiosidad, ahí perfilados en la penumbra de los escenarios… -por que en un escenario vacío, cualquier cosa es una Cosa, es decir: lo es más que nunca.- He aquí pues, una Puerta por la que entra el hombre y una Mesita en la que deja el papel y se vacía los bolsillos. Suspira, mira de nuevo el papel como si fuese a decirle algo, a reprochárselo casi, como si hubiera algo importante escrito en él, o peor aún, algo por escribir, y que no se deja, mira el papel, en fin, como si hubiese en él algo muy difícil de descifrar, algo importante, algo que lo trae de cabeza…
        Entonces ve la ducha, o la escucha más bien, lo cual cambia su actitud distraída de quien entra trayendo historias de fuera, a la actitud, por otro lado característica, decidida y templada, automática y dulce, de quien ya está en casa, y se dirige a tomar una ducha. El actor en este punto podría silbar si quisiera y no quedaría menos natural. Se quita la ropa lentamente, sin preocuparse demasiado de doblarla… y abre la cortina.
        Por un instante el rumor de voces se hace más audible, se hace menos agua y más voces… Saluda con una sonrisa a la mujer y pide permiso con una leve reverencia de la cabeza, ella le hace sitio, y entra… Al cerrar la cortina el murmullo se hace de nuevo tan confuso como el agua de una ducha al caer.
        La luz cambia volviendo las cortinas transparentes por un sencillo juego de luces que describiremos más tarde. El público puede ver cómo ha comenzado a lavarla… empezando por los brazos que levanta él mismo mientras ella se deja hacer mirándolo en silencio como una niña pequeña, hasta las manos y al final de ellas los dedos que estruja entre los suyos… luego las axilas, los hombros, el cuello, y los pechos en los que se demora, o al menos eso le parece al público, fascinado también, por los miles de modos que hay de apretar unos pechos enjabonados, de hacerlos dar vueltas sobre si, de apretarlos, juntarlos y volverlos a separar…
      Vientre, cintura, caderas, y sexo, donde vuelve a demorarse, pero esta vez sin disimulo: llevando las manos a todo lo largo de la línea profunda y suave que pasa entre las piernas, uniendo en el delta de Venus con en el inicio de la espalda… ese itinerario recóndito pero cercano a la vez, lleno de suavidades varias, extraños olores que nos encienden a todos, gradientes de humedad… así agachado frente a su sexo, pasa tres veces, en una suerte de movimiento pendular, un ir y venir suave pero decidido, espumoso, y seguido comienza a bajar pierna abajo, contorneándola con las manos… los pies que levanta hacia sí y apoya en su rodilla, los tobillos que limpia como un cubierto entre sus dedos. Ella pone esa cara de risa y angustia que mucha gente pone cuando se la toca entre los dedos de los pies, y se agarra con inseguridad a la cabeza de él para no perder el equilibrio. Otra vez parece una niña y una mujer a la vez. Muchos hombres entre público mirarán a sus mujeres sonriendo sin que estas de den cuenta, otros también mirarán a otras mujeres, pero no serán suyas aún, y quizá nunca lo lleguen a ser por más que fantaseen o las intenten impresionar con invitaciones al teatro…
        Un rodeo bajo plantas de los pies como quien pasa buceando bajo una barca, ella rie, casi se oye su voz entre las voces que parecen agua al caer… talón, tobillos que repasa como cercionándose de que no ha olvidado nada, y vuelta piernas arriba del mismo modo lento de alfarero que no se sabe si da forma al jarrón o solo deja que le conduzca las manos…
         Poco a poco vuelve a ponerse en pie…
         Por primera vez desde que entró en la ducha deja de tocarla.
       Ella lo deja hacer, observa un poco interrogante y un poco indiferente como si fuese alguien del público que han subido al escenario para la escena, y con esa misma calma curiosa y algo resignada de voluntario en un truco de magia que no cree demasiado pero que disfruta en realidad, se deja acercar a él para comenzar otra vez en los hombros, pero ahora bajando por la espalda… los homóplatos, la cintura – “dans mes main comme un jar d’eau tiéde” recordará un joven entre el público-, la parte baja de la espalda, esos dos hoyitos que escoltan el coxis… ella casi tiene la barbilla sobre el hombro de él. En suma, es un gesto que podría ser un abrazo, pero no es un abrazo aunque bien podría serlo pero no estamos seguros: y de ahí el encanto de este gesto que termina hundiendo las manos entre sus nalgas. Ella se siente de nuevo como cuando era una niña muy pequeña, si no fuera por un leve saludo al sexo -recuerdo de esta suavidad que solo se encuentra en este lugar del mundo- y vuelta a las nalgas rodeándolas tres veces, haciéndolas temblar ligeramente… cuando ya remonta espalda arriba. Y aquí acaba el abrazo que no es abrazo pero mira que si lo es y no nos hemos dado cuenta.
       Ahora ella mira al suelo, al estrecho hueco que queda entre los dos… mientras él le lava la nuca, el cuello, las orejas…
        Le acaba de enjuagar la poca espuma que le quedaba en la cabeza, pues se estaba lavando la cabeza cuando él llegó. Se vuelve a poner más jabón y su voz rompe por un momento sobre el murmullo de voces que no se sabe si son voces diciendo miles de cosas de nombres de adjetivos de ciudades… o solo es agua al caer…
        Cierra los ojos.
        Le dice… Y le lava la cara.
       Finalmente la enjuaga… y mientras lo hace, el rumor de voces se va apagando como si se fuese por el desagüe.
        Algunas personas entre el público se han dado cuenta de este silencio inminente, otras no. Alguna de las primeras se inquietará en su butaca, pero no dirán nada.
       Cuando sale de la ducha, ella hace un gesto como de seguirle, pero él la detiene con un ademán de la mano que quiere decir más o menos:
         Espera.
      Coge una toalla, ahora si la hace salir, la envuelve, y la seca, brazo a brazo, pierna a pierna, tronco… cuando termina de secarle la cabeza suelta la toalla y es ella la que emerge entre los pliegues como por Primera Vez en el Mundo y lo mira sonriendo mientras él ha comenzado a vestirse.
       Antes de partir saluda con esa reverencia pequeña de quien es demasiado tímido como para no dejar cierta distancia, por temor a que la despedida se convierta en un gesto torpe.
       Al salir pasa junto a la mesilla, recoge el papel, pero no bien abre la puerta parece que ha recordado algo: se detiene un momento, saca un lápiz y escribe algo con esa prisa alegre que hace que nos apoyemos contra el marco de una puerta olvidando que tenemos una mesita justo detrás.
       Ella se queda mirándolo, se ha hecho la luz sobre el escenario, las cortinas son blancas y opacas, el rumor de voces ha cesado con el agua, todas esas historias narradas al mismo tiempo, esos nombres de personas y ciudades, esas metáforas y adjetivos, parecen haberse disuelto con el jabón… Sin embargo la expresión de la mujer aún envuelta en la toalla no es esa feliz indiferencia del mundo exterior, fresca y sonriente que tenemos después de una buena ducha –esa indiferencia que suena a planta del pie contra el suelo y el eco siseante de tela de toalla reverberando contra los azulejos-, no, sino el interrogante, angustiado quizá, impreciso, de una historia que, terminada o no, deja de contarse y sin embargo no deja de sonar en el silencio.
        El mismo silencio en que ella mira la puerta por la que el hombre ha desaparecido… mientras al otro lado de unas paredes inexistentes él ya hace mutis por la izquierda.
         Telón.

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