miércoles, 10 de diciembre de 2008

Gatos

Paso cada mañana junto a un largo espigón sobre el que la cuidad se asoma. En algún punto concreto, a 25 metros de los Baños del Carmen y unos 50 del viejo tranvía, vive una colonia de gatos. La gente se para a mirarlos (cualquiera, parece inevitable). Algunos incluso les dan de comer. Supongo que esto es lo que ancla a los bichos a este lugar. Yo simplemente los miro al pasar en mi bicicleta, sin bajar el ritmo, pues voy con el tiempo pegado al culo, me cruzo con sus miradas de gato romano. A veces, por unos segundos disfruto el juego de los gatos más pequeños (inocente y perfecta torpeza sobre rocas picudas entre las que oscuros precipicios se abren al mar)... Como los barrenderos o la gente que abre las cafeterías, este es otro pequeño acontecimiento en el paisaje por el que mi bicicleta me lleva. Paso de largo. A partir de aquí 8 minutos, calculo. Otra vez llego tarde.
Hoy también pasé por allí. A cada pedaleada me arrepentía de haber cogido la bicicleta: el fuerte viento en contra, el aire frío y húmedo calándome hasta el tuétano y algo de llovizna de temporal, una nube de polvo líquido que vuela cambiando cada segundo de dirección, a veces incluso hacia arriba. Son esos días en que parece que alguien estuviese intentando sintonizar el mundo y no llegara a conseguirlo. Las olas rompían magníficamente y sin ningún tipo de orden ni ritmo, caían y volvían sobre las anteriores. A veces se encontraban en el mar con tal fuerza que se levantan intentando arrebatarse algo invisible en el cielo. Era uno de esos días en que se ve el agua saltar más alto que la calle y en algunos puntos la acera está encharcada. Si, también uno de esos.
Pasé cuando volvía, a esa hora en que cualquiera está pensando en llegar a casa, arrearse una cena caliente, bajo el brasero o la mantita, darse una cálida ducha y refugiarse por fin bajo los edredones de donde nadie debería haber salido. Y allí estaban. A través de la nieve los vi.Yo los recuerdo como a través de una ventisca. Aunque no nevara. Cada uno en su roca, echados sobre sus patas y la cabeza erguida como una esfinge, pequeños movimientos ligeros de quien resiste los envites del viento, pero que ellos ignoraban como guardias de algún reino invisible y riguroso, aún lado, a otro… cabezas en vayvén con las cabezas de la gente que va en el autobús. El pelo corto de gato romano revuelto como el pelo largo de un horrible video latino.
Los ojos entre cerrados -pares de agujas verdes siluetas recortadas en el paisaje gris velado- se abren cuando toco el timbre para pedir paso. Este es el único indicio de su sorpresa en medio del la modorra de atardecer, de esa espera sin causa, de la resignación o pensamiento interior o lo que sea que corra por las mentes de estos bichos mientras tanto, la paz del mundo y el tiempo, de todo el universo concentrado en ese rincón inexistente mas expuesto a todo, el pasotismo más descarnado, la vacación total, el ocio más profundo, el estoicismo felino, la ecuanimidad en presente, por encima de todos los inviernos y todos los veranos, el nirvana.

No hay comentarios:

Linkwithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...