miércoles, 23 de octubre de 2013

Más sobre las fronteras




Las ciudades fronterizas son lugares donde al borde de una línea se desordena el mundo, lugares en que la realidad se dibuja y se desdibuja continuamente: en ellas se acumula aquello que los países rechazan y aquello que atraen hacia sí. La fronteras son lugares de espera eterna y de fuga eterna, de intercambio y de encuentro, y a la vez de separación y rechazo, lugares llenos de historias y objetos que no saben de qué línea estar, objetos extraños, inútiles y encantadores como una cafetera derretida, como una tira de fotos de otro verano, osos de peluche perdidos, historias que no saben donde inscribirse, la de los amantes, la de los que se quieren, la de los que no se quieren nada y la de los que se quieren mucho y se desean y la de los que se asoman con vértigo al poder perderlo todo. Las identidades al borde de las fronteras se hacen reales y confusas, de llenan de contrastes y de preguntas, de ese no-se-qué-que-qué-se-yo que es al final lo que hace persona a las personas, batiéndose entre temor e ilusión, entre las ansias de volar por encima de las fronteras y el miedo al mundo que espera más allá de la verja. Es duro coexistir en las fronteras. Te puede convertir en pura tolerancia y te puede convertir en un tio bastante hijo de puta.  Mucho más de lo que creyó el niño que llevas dentro y que te ve cuando te miras en el espejo, con los ojos de quien mira a través de la verja de los días.

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