miércoles, 27 de julio de 2005

Todos los miedos el miedo

Somos personas, no conejos, no podéis ir entrando en los países esperando a que todo el mundo se aparte o nos lo comemos, como no podéis entrar en la red de un metro pegando tiros (aunque en las pelis americanas si lo hagan) como quien entra en una conejera persiguiendo al bicho que se resista, si, ese que corre confundido, que se ha acojonado de ver que algo pasa, algo pasa, algo está pasando… qué tios más raros, visten como cada día, pero me miran y llevan cosas en las manos, cosas que dan miedo, cosas que he visto a veces en otra parte…
pero a un ser humano hoy día, esas cosas no les suenan, sino que sabe bien qué son y por qué dan miedo, y puede que corra, porque no es manso, puede que el pobre infeliz decida correr porque un silogismo interior le diga: Coño, pistolas, Corre. Corre, que esos no sabes de qué lado están. Salta al siguiente tren, quítate de en medio. Sal de aquí.
Porque somos personas y no conejos.
Aunque a veces el miedo nos domine y el otro día en Edgware Road yo mismo saltara de mi vagón antes de que se cerraran las puertas, acojonado porque había visto una solitaria bolsa de plástico.

Debe ser espantoso que te tumben al suelo, y mientras dos o tres te agarran de manos y piernas, otro te apunte y te reviente la cabeza a tiros, 5 tiros…
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
…como a un pobre animal.

Un pobre animal que ni reducido dejó de daros miedo, porque hay que tenerle mucho miedo a un hombre para dispararle en la cabeza una vez y dudar de que ya esta muerto, y disparar otra vez
Y otra
Y otra
Y otra más
En la cabeza de un hombre muerto.

Y los otros lo pueden soltar ya, porque ya no se mueve, ya no hace falta mantenerlo quieto como a un animal cuando lo van a vacunar.


Ya está saneada la red del metro, pueden alegrarse de que al menos esta amenaza ya está curada.

A este chaval ya no le tendrán más miedo...

Una cosa está clara: A ver quien corre ahora por el metro de Londres. Una sociedad a la que siempre hemos envidiado por su fama de puntualidad ya no osará darse prisa si por un casual, pongamos, un chicle pegado en el zapato, una mancha inesperada de café, un amigo en la calle o un último revolcón tras una noche que quizá no se repita (que podría ser el último se sus vidas porque les pille un autobús o toda la miseria del mundo les explote en la jeta), hace que se retrasen en sus citas.
Preferirán la mirada insidiosa del jefe, el cliente mosqueado, que sus amigos se hayan ido sin ellos, o entrar en la película ya empezada.

Iremos despacito y con buena letra, eso es seguro: Hemos aprendido la lección. No corran por los pasillos, nos decían desde pequeños, sean civilizados.
Por que somos personas, no conejos
…vamos, creo yo…
...aunque a veces lo dudo.

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