jueves, 11 de marzo de 2004

Cuando me pasa algo horrible, una de las cosas que me ocurren es que de pronto me doy cuenta de cosas sencillas, la mayoría bastante físicas, reviso instintivamente pequeños detalles. Me vuelvo violentamente consciente de todo: del tacto que estoy tocando con la mano, del nivel de luz presente y la fuerza de los colores, de cómo suena un silbido a lo lejos, o de los ladrillos de un perro que justo ha dejado de ladrar, del lunar que tienes en el hombro, o de que los pendientes de una paya que pasa detrás de ti son azules pero si fueran rojos serían casi como los de aquella exposición de arte bereber.
Esta mañana has dejado que te recoja en la facultad, me has oído darte los buenos días y contarte lo grande que me parece todo en Barcelona, y la risa que me ha dado el inmenso falo de cristal que Jean Nouvel os ha colocado ahí en medio... has dejado que pida los cafés, que elija un asiento junto a la ventana, has esperado a que le de un bocado a la napolitana y un sorbo al zumo que te has traído de casa también para mi... hasta que mientras te miraba masticando tranquilo y sonriente me has dicho por fin:

Ha habido un atentado en Madrid, 125 muertos creo, en la estación de Atocha...

Entonces, sin dejar de escucharte, por el rabillo del ojo he mirado fuera y me he dicho:

“el cielo parece un fluido azul pero no es más es un tremendo vacío, lo veo azul pero es solo vacío, el cielo no puede romperse así.”

Y cómo mi napolitana no me quita las nauseas.
Ni el café un cansancio repentino, casi un deseo de estar cansado, como si hubiese amanecido demasidado pronto hoy.
Y he bajado los ojos por temor a que veas lo que puedo llegar a pensar en estos momentos: El Odio que muchos llevan dentro provoca dentro de mi un odio tal, que siento mucha mucha vergüenza.
Quizá eso sea lo que se llama vergüenza ajena: quizá hay tanta vergüenza en el mundo que de no poder corroer a unos pocos hasta consumirlos de una vez por todas... se tiene que repartir entre todos, junto a la miseria, la cobardía y la mezquindad, hasta sentir sin ser los culpables cómo la mierda nos asoma por las orejas y por los ojos hasta escocernos. Y me da vergüenza que no me escuezan los ojos realmente, que el cielo no se pueda romper para solidarizarse con esta mañana límpida e inservible.

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