martes, 31 de enero de 2006

La estampa

        En una madrugada cualquiera, a esa hora en que, por ejemplo, el jueves se hace viernes, un coche anónimo atravesaba las Andalucías por la A-92 entre Granada y Málaga… en una de cuyas ventanas traseras podía verse, cual teta pequeña y bien dura, el bulbo azul de un paraguas abierto. En el interior, su ocupantes casi desnudos, maldicen, ríen a la vez, se regañan, se abrazan, se consuelan o se burlan unos de otros, y se cagan en la madre que los parió… y esas cosas en fin, propias de las noches en que te pasa eso que dicen que “a veces pasa pero que no, que aún no conoces a nadie que realmente le haya ocurrido”.
        Así pues mientras muchos de vosotros dormíais , estudiabais, echabais una copa, un cigarro, un quiqui o un truño, jugabais a la play, veíais la tele o simplemente luchabais contra el insomnio, un corsa gris atravesaba raudo y veloz la madrugada con un paraguas por ventana. Y en su interior podría verse, de no haber sido su magnífica velocidad, a Golfo conduciendo, en calzoncillos blancos, camiseta de manga larga, deportivas casual embarradas, un único calcetín -el derecho, marrón-; a su lado, E fumando para no caer rendida, ataviada con un pantalón vaquero que a los ladrones no debieron satisfacer demasiado y una camisa de noche de esas que se atan tras en cuello y que se ve que tampoco era del gusto de aquellos cabrones…
        En los asientos traseros: a la derecha Manolo Il Corpo vestido con sus calzoncillos, el jersey de cuello vuelto de Golfo y sus zapatos, preciosos por cierto, porque el manolo tiene no poca clase, aparte de una maestría epatante en la cocina.
        A su lado, pero muy pegado a Manolo, el gran Willi DeFire intentando no pincharse el culo con los cristales de la ventana reventada, vestido únicamente con el abrigo de E puesto del revés –la cremallera en la espalda- para taparse bien el cuerpo, y un jersey atado a la cintura por detrás, cual indio comanche, para protegerse las pelotas del frío infernal que se colaba por la ventana sin cristal del coche, a pesar del paraguas que firmemente sujetaba contra la ventana para que el efecto Venturi no lo succionara al exterior y se lo llevara volando a las tinieblas… Lo mejor fue ver un hora después llegados a nuestro destino (160 kilómetros más tarde, decidido unánimemente por ser el único lugar de este basto país en el que podíamos usar las llaves que por casualidad aparecieron en la guantera) al Willi bajarse del coche con el abrigo al revés cual camisa de fuerza, cremallera abierta dejando su espalda desnuda, y ese culillo adorado por todos sus amigos, al aire, ahí es nada: tan blanco, tan prieto y redondo como una luna sobre la acera, tan tierno y viril.
        Por si alguna vez os habían dicho que en las termas de santa fe a veces roban los coches mientras la gente chapotea inconsciente en el barro caliente a la luz de las estrellas, debéis saber que no os han mentido. Y es que no me cansaré de decirlo… ¿para qué quieres el vacío de las leyendas, si tienes el vertiginoso misterio de lo lo real?


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