martes, 4 de mayo de 2004

A Jaques Prévert.

      Estoy en mi salón. Acabo de cenar y fumo tranquilamente escuchando fados. Tengo velas en la mesa, en un candelabro que rescaté del mercadillo. Una ess naranja y la otra azul. Sobre la mesa hay también una aceitera granadina, libros, un juego incompleto que inventaron en algún país árabe, un salero y una pimientera, un objeto que no se para qué sirve, por casualidad un amigo me lo ha regalado esta tarde… me dijo que cree que es una lámpara para bicicletas… y así objetos varios que en su mayoría he rescatado de la brocante solo por divertirme. Me gustan esos objetos porque parecen guardar una historia desconocida, un algo misterioso que yo continuo al llevármelos a casa.
      Hay una luz muy agradable, baja, como las velas sobre la mesa baja, y el flexo que he puesto en la esquina, mirando a la pared tras una planta que robaron mis compañeros de piso; el conjunto da una luz deliciosa. Sobre el sillón de mimbre hay un manto de pieles sintético de un rojo fuerte, propio de un burdel de última generación y bajo presupuesto, decadente, encantador, bastante pop. En la clausura de la chimenea hay recortes que arremeten contra los Estado Unidos, chistes llenos de ironía y juegos de lunas y estrellas. También una foto de una chica que sonría muy cerca de la cámara y otra de un lavadero con tres butacas de cine y unas botas. Sobre la chimenea, un espejo, incienso, lápices de colores, pastel y acrílicos, vasos de un restaurante chino de esos que cuando se llenan de licor dejan ver una foto erótica, una farol, una vela mangada del monasterio de Le Corbusier, cubista, moderno, rompedor… el monasterio, claro, el círirio es de lo más normal. Botellas vacías con restos de otras velas, copas llenas de papel de fumar y facturas de electricidad. En las paredes hay afiches que voy encontrando por la calle: teatros, conciertos de rock, de reagge o de música francesa, y un cartel muy divertido en el que sale un muñequito con una bandera en la mano bajo la leyenda que dice: Zozzo President!... Algunas fotos, unas nuestras, y otras recortadas de cualquier parte, y sobre el sillón más grande de la casa hay colgados un montón de dibujos que hicimos hace tiempo… jugando a hacer seres extraños en grupo. Uno hace una cabeza, dobla el papel para esconderla y la pasa, el siguiente hace un cuerpo, otro, las piernas, los pies… el resultado es bastante sorprendente. Hay algunos de estos engendros que parecen una verdadera obra maestra de genética a lápiz blando, otros, simplemente me gustan porque en ellos puedo reconocer los trazos de Cylla y de Micael o las siempre sorprendentes ideas de Quintín.
      Otra de las paredes, frente a la chimenea, tiene un inmenso tapiz con un sol, unas estrellas y lunas, todo en tonos de blancos, cremas y rojo, en el suelo, una caja de frutas hace de mesilla para revistas, postales a medio escribir y papelotes varios. También hay plantas, una de ellas según me dijo una amiga, es una planta de primavera, una de esas que florecen y luego se mueren, y luego vuelven a florecer. Tenía razón: la planta se ha muerto, pero muerta y todo no deja de poner de su parte en el ambiente de la habitación. La otra planta es un arbolito en una inmensa maceta azul cobalto. Con otra macetita dentro y un muñeco verde con alas. Creo que es Meter Pan. Por la moqueta, las All Star de Laure, las chanclas de Micael, un reloj a pilas, las instrucciones del teléfono eternamente abiertas por la página del contestador, una balón de fútbol y una lámpara de pie, a la que le hemos puesto dos corazones de lana a modo de ojos… en alguna fiesta hemos bailado con ella entre risas. Aún llena de luz, siempre me ha parecido que tiene una expresión melancólica; un cenicero de los años sesenta, de pésimo gusto, pero muy divertido, una Barbie, y un Action Man que mica compró para un trabajo de la escuela y que hoy miran abrazados el infinito, el tostador sobre unos papeles de colores para que no caigan las miguitas al suelo, una esterilla sobre la que está la mesa, un cenicero de madera como medio coco, una carnet, papel y lápiz marrón, y yo mismo, fumando tranquilamente, silbando el fado y escribiendo en el portátil junto a las velas, los libros, la lámpara de aceite, el juego que algún día completaremos con canicas, y todas esas cosas en su mayoría rescatadas del mercado de Saint Michel, que nadie quiere, pero que decoran mucho solo con dejarlas de cualquier manera sobre la mesa… las llaves no, las llaves son de casa.
      El resto de la moqueta está libre, la habitación es grande, hay mucho espacio para tumbarse tres tios por lo menos o para bailar, y dos grandes ventanas sobre un jardín que no es nuestro pero que queda muy bien debajo de nuestras ventanas, dos inmensas ventanas.
      Es todo tan hermoso aquí, la casa y esta música, y lo que acabo de escribir, y escribir mismo, mi voz baja, que surge en el silencio entre canción y canción repitiendo lo que escribo como una íntima letanía, y fumar a esta luz débil y cálida de un domingo cualquiera por la noche.
      Es todo tan hermoso que de pronto no me importa que entre tu y yo no hayan ido bien las cosas, al menos no todo lo bien que podrían… después de todo, creo que no soy yo precisamente quien se está perdiendo un paraíso.



Burdeos, primavera de 2002

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