miércoles, 14 de enero de 2004

La habitación ya entera dispuesta para la dura vida, la mesa ordenada que empieza a desordenarse, el ordenador listo, con sus 19 pulgadas, tan gordo que parece mirarme como un ojo idiota, los posters en la pared, con algunas fotos y papelotes, los libros, los apuntes, las lámparas, la vieja y la nueva, el tablero con algunos corquis ya en caliente, los rollos colgando de sus dos cuerdas como en todas las habitaciones que han sido mias desde hace años, la ropa en el armario doblada con cuidado pero solo hasta que me canso de doblarla… Al extender las sábanas limpias me ha parecido ver unas sombras, algunas manchas de Nocilla o aceite de aquellos días en que la habitación solo era una cama y dos mesitas, un triste escritorio y una caja de cartón con mantelotes de caña para no parecerte tan cutre y algún pelo largo que no ha querido marcharse.
Decía mi amigo Rodrigo que cuando hace frío, aunque su cama sea grande, siempre duerme en el borde, luego, conforme va entrando el calor, ya duerme todo despatarrao, traspuesto o en diagonal. Yo hoy he dormido en un ladito, todo recto (hay gente que se rie de mi porque duermo así, tan canijo y todo tieso, como un faraón, dicen, aunque desperdicie un metro cinco de sabanas térmicas vacías a mi lado). La verdad es que me ha costado dormir. La habitación me es ahora, curiosamente, con todo mi mundo instalado dentro, más extraña que cuando aun no me había mudado… De tanto pensar en esto me he acabado por meter en esa nube de imágenes semicontrolable que sobreviene justo antes del sueño real…
He puesto los muebles como antes, he vaciado los cajones y el escritorio, lo he sacado todo, he recubierto de polvo las estanterías, he vuelto a traer la basura y la he vuelto a extender por el suelo, incluyendo los corazones de manzana en la mesita de noche, y así he seguido en ese estado de la noche en el que miras el techo sin que importe si sigue o no ahí delante de los ojos…
Los kleenex en el segundo cajón, un sorbito de agua también, mas tranquilo, relajado ya, me pongo finalmente de lado y me acomodo convencido como cuando la almohada te hace llegar a una conclusión. Sonrio entre nostálgico y divertido: me duermo acordándome del trozo de cenicero que encontré por el suelo de la terraza y de la noche que Arnau nos dijo que la adolescencia es la época en que aun te crees que lo de masturbarse es transitorio.

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